Víctor Moreno
Profesor

Politización del fútbol

Contemplar un «periódico republicano y a un escritor liberal», incitando a la sociedad a cargarse una lengua es un acto de barbarie.

La primera politización que se hizo del fútbol se coló por donde suelen hacerlo las ideologías: por el lenguaje. La palabra «football» produjo en los intelectuales de la época una efervescencia «hiperpatriótica» mucho mayor que si discutieran sobre monarquía o república. Y todo por encontrar la palabra española más adecuada para sustituir el citado anglicismo. Paradójicamente, en la polémica, que ocupó parte del primer tercio del siglo XX, no intervino la Real Academia, que, supuestamente, estaba para eso: «limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua». ¡Ah, si, entonces, hubiera vivido Pérez Reverte!

Y no fueron unos cualesquiera quienes se enfrascaron en tan patriótica disputa. Lógico. Se precisaban conocimientos lingüísticos para hacerlo. La trama de la polémica se enrareció cuando diversos dómines consideraron que, si la lengua acompañaba al Imperio, ¿por qué el lenguaje del football se habría de escapar a su dominio?

Los patriotas debían rechazar dicho extranjerismo. No hacerlo era signo de debilidad, de decadencia y la manifestación inapelable de la ínfima autoridad de España en el mundo. Y, aunque no lo dijeran, una evidencia de su nula hegemonía. Rebotarse contra la palabra football era el grito de que España no se humillaba ante el poder extranjero, menos aún ante la pérfida Albión.

Fueron habas contadas quienes mantuvieron el sentido común y apostaron por dejar que las cosas discurrieran a ritmo de los hablantes. Y era una torpeza táctica armar tanto jaleo por un barbarismo. Aconsejaban como buenos regeneracionistas buscar la identidad del patriotismo español en otros goznes más resistentes y no en el sucedáneo de transcribir al castellano un anglicismo deportivo. Como si fuera el primero.

Hubo tipos sagaces que observaron que la polémica estaba sacando a relucir la existencia de las dos Españas siempre en colisión: la de los antiguos y la de los modernos. Y no andaban muy descarrilados. En todo caso, sus enfrentamientos dialécticos, a caballo entre lo filológico y lo ideológico, protagonizados por Cavia, Benavente, Azorín, Andrenio, Cejador y otros, fueron más divertidos que las disquisiciones agropecuarias de la actualidad sobre la carne de vaca o la plaga de melancolía de las remolachas de Castilla.

Fue el baturro Cavia, iniciador de la polémica ("El Imparcial", 1.8.1908), quien propuso la palabra «balompié» en lugar de «football». A partir de ahí, las sugerencias fueron innumerables: desde «volapié» a «fubol», «bolopié» y «piebalón», entre otros. A la hora de justificar sus ofertas, unos se apoyaron en datos fonéticos, semánticos y etimológicos... Otros utilizaron el oído para decidirse y Cejador, el olfato, pues, algunos vocablos propuestos, como balompedear, le olían mal.

Quien superó con creces el nivel lingüístico del debate fue el periódico "El País" –intitulado republicano progresista– que llegó a decir: «Cuando España era grande, castellanizaba nombres propios: Aquisgrán, Burdeos. A medida que se ha ido empequeñeciendo deja de castellanizar vocablos extraños y pone empeño en pronunciar a la francesa, a la inglesa o a la alemana los nombres de personas y de cosas. Se llega al ridículo en este prurito».

Sin duda. Y, luego, añadía: «No hay señal mejor que esta del lenguaje para medir la fortaleza o decadencia de un pueblo. ¿Cuándo se ha iniciado y vigorizado el nacionalismo catalán? Cuando era grande en Cataluña el sentimiento de la patria española, en castellano escribían sus literatos y hombres de ciencia. La lengua no basta, ciertamente, para crear nacionalidades; pero es elemento principalísimo de su consistencia y vigor».

¿Más todavía? Por supuesto. Para reforzar su argumento recordó que «Unamuno, combatiendo el vascuence hizo más contra los bizkaitarras que todas las leyes especiales habidas y por haber. Así que bien está el balompié que Cávia ha compuesto» ("El País", 3.8.1908).

Unamuno fue mantenedor de los Primeros Juegos florales de Bilbao, celebrados el 27 de agosto de 1901. En la conferencia que dictó, pidió a sus coterráneos que enterrasen el euskara: «El vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que pueda impedir su extinción; muere por la ley de vida. No nos apesadumbre que perezca su cuerpo, pues es para que mejor sobreviva (...). En el milenario euskara no cabe el pensamiento moderno. Bilbao hablando vascuence es un contrasentido. Y acaso esto nos dé ventaja sobre otros, pues nos encierra menos en nuestra privativa personalidad, a riesgo de empobrecerla. Tenemos que olvidarlo e irrumpir en el castellano, contribuyendo a hacer de él, como de núcleo germinal, el español. Enterrémoslo santamente con dignos funerales embalsamado en ciencia; leguemos a los estudiosos tan interesante reliquia» ("El Noticiero Bilbaíno", 27.8.1901).

El catedrático de Salamanca fue aplaudido y abucheado. No sé si a partes iguales o de forma equidistante, como se dice de ciertas interpretaciones de la memoria histórica actuales, pero seguro que lo fue más por razones políticas que lingüísticas. En cualquier caso, lo que hizo "El País" reivindicando la actitud de Unamuno, sigue produciendo una inmensa tristeza que no la anula apelando al socorrido contexto histórico. Contemplar un «periódico republicano y a un escritor liberal», incitando a la sociedad a cargarse una lengua es un acto de barbarie, impropio, sobre todo, de quien dijo que aprendió danés para leer en su lengua original al filósofo Kierkegaard, que tanto gustaba a Faemino y Cansado.

Resulta, además, curioso que Unamuno en sus artículos sobre el deporte del football –así lo escribía–, nunca dejó de lanzar pestes contra él, pues, en su opinión: «el football terminaría enfrentando personas, clubes y aún ciudades» ("La Nación", 23.3.1924), un amargo vaticinio que se cumplió a rajatabla. Desgraciadamente.

En cuanto a sus deseos «parricidas» con relación al euskara, fracasó de modo absoluto. Felizmente. Y ello a pesar de las leyes que, como reconociera "El País", se dictaron en su contra.

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