Josu Iraeta
Escritor

Por el hecho al derecho

Observa Iraeta al PP en su «estado natural», pero haciendo posible que lo que en otros lugares, en otras sociedades se considera totalitarismo, represión, anulación de derechos fundamentales, represión... en el Estado español se perciba como fortalecimiento de la salud democrática, y afirma que todos los estamentos de la sociedad vasca tienen enfrente a la dirección de ese partido. Ante ese reto, cree que es el momento de que todos los abertzales y la izquierda progresista vasca conjuguen «los objetivos reales con el desarrollo de la acción política».

Poco a poco estamos asistiendo a una nueva escenificación de lo que históricamente se viene dando cada vez que se aproxima una «contienda» electoral. Siempre  ocurre igual, es sintomático cómo los políticos cambian su discurso, lo que hace que, también poco a poco, el tiempo vaya situando a personas y grupos en su estado natural.


Es así como yo veo hoy al PP, en su «estado natural». Exhibiendo con soberbia su rancia genética, la de aquellos conspiradores que partiendo de Iruñea, allá por el mes de marzo de 1934, visitaron a Mussolini en Roma, le expusieron su proyecto de derrocar la República y recibieron del Duce un «donativo» de millón y medio de pesetas y gran cantidad de armamento para ayudar en su miserable objetivo.
Siendo como son herederos directos de aquellos conspiradores, parece lógico que el modelo de democracia asimétrica que practica el Gobierno del Partido Popular posibilite que aquello que en otros países y sociedades es considerado totalitarismo, represión, anulación de derechos fundamentales, conculcación de poderes y represión, en el Estado español se convierta en fortalecimiento de la salud democrática.


La rabia con que el PP trata de «recuperar el tiempo perdido» hace que las consecuencias sean brutales, tanto en el tejido económico como en el social y político de Euskal Herria. Hoy no podemos, no estamos en condiciones de protegernos ante el ansia revanchista del Gobierno del Partido Popular. Arrantzales, ganaderos, labradores, sacerdotes y empresarios, gitanos y emigrantes. Escuelas y universidades, parlamentos, diputaciones, ayuntamientos y fábricas, todos tenemos enfrente a la dirección de PP, fiel discípulo y valedor del franquismo.


Esto es muy grave y nadie, a pesar de llegar empujado por la fuerza de los votos, está legitimado para poner en riesgo el futuro de Euskal Herria, que es lo que se está haciendo, aceptando el actual tutelaje español.


El pueblo vasco no puede cimentar su futuro en función de una alternancia en la Moncloa, más o menos retrógrada. Ya no  sirve quejarse de la interesada y restringida lectura que uno tras otro hacen los gobiernos de España. Es el texto negociado –en el Estatuto y el Amejoramiento– el que no sirve.
Ha llegado el momento de que los abertzales –de derechas y de izquierdas–, junto a la izquierda progresista, conjuguemos los objetivos reales con el desarrollo de la acción política. Hay que evitar confundir a la sociedad con mensajes vacíos, cuando no fraudulentos. Para ello es imprescindible elaborar una nueva interpretación de los cambios habidos en la correlación de fuerzas, que debe tener transcendencia tanto en el plano social como en el afianzamiento de la paz. Dicho de otra manera, opino que no es suficiente hacer balance de lo hecho, de lo realizado, sino que es necesario elaborar un programa claro y razonado de acción, en bien del sujeto primordial, es decir, el conjunto de la sociedad vasca.


La historia ha venido refrendando la justeza del contenido parcial de alguno de los «programas de partido» del mundo abertzale. Sería necio negar que todos hemos avanzado en algunas direcciones y aspectos de la construcción de Euskal Herria. No partimos de cero y eso es bueno, pero estamos obligados a desarrollar y actualizar los planteamientos teórico-políticos. Para ello contamos con la experiencia histórica. Esto es totalmente natural. Ahora se ven mejor y con mayor precisión los caminos a seguir para perfeccionar nuestros métodos de acción política y poder alcanzar nuestra meta programática: el ejercicio del derecho de autodeterminación.


Esto es incuestionable y debe quedar absolutamente nítido ante el conjunto de la sociedad vasca y los estados vecinos. Pero también debemos interpretar con espíritu crítico aquellas formulaciones –que las ha habido– que no han soportado la prueba del tiempo. En este largo y duro trabajo de la construcción de Euskal Herria –única patria de los vascos–, nuestra propuesta debe ser una formulación exacta del proceso real. Exponiendo con precisión las concepciones fundamentales y las tareas políticas. Evitando la fantasía infundada, lejos de la ortodoxia literaria y más cerca de la realidad de la vida.


La oferta al mundo abertzale tiene y debe ser clara y precisa, exponiendo lo que queremos conseguir y por lo que vamos a luchar. No se trata de un arma política con cuyo perfeccionamiento se pretenda –exclusivamente– responder al totalitarismo del Gobierno español. No se trata «solo» de eso. Es una oferta que busca el avance sucesivo del conjunto de la sociedad vasca. Es el programa de la lucha por el mantenimiento de la paz y el progreso   social. Nosotros mantenemos firmemente el rumbo hacia la independencia y –a pesar de mi histórica reticencia al respecto– es posible que la sociedad presione en la medida necesaria a quienes definiéndose abertzales y compartiendo objetivo –también históricamente– han eludido pasar a una fase superior de entendimiento.


La transformación del conjunto de la sociedad vasca necesita decisiones objetivas que permitan ese desarrollo. Todos los intentos de anticiparse y de implantar los principios de una nación independiente, sin tomar en consideración la madurez material y espiritual de la sociedad –como prueba la experiencia– están condenados a fracasar.


Eso es absolutamente cierto, pero tampoco es tolerable la lentitud y el freno en la ejecución de las transformaciones, máxime cuando ya han alcanzado un desarrollo. Es por eso que no es conveniente gobernar sintiéndose legitimado sola y exclusivamente por el refrendo de las urnas. No es suficiente si no se trabaja en el desarrollo del propio sistema democrático.


No se puede gobernar con verdadera legitimidad si no se crean condiciones «reales y operativas» para una mayor participación cotidiana, activa, eficaz y con capacidad de influencia de la propia sociedad a la que se dice representar.


Esto no es «solo» el desarrollo de una formulación teórica asumida y defendida por la mayoría social en nuestro país –Euskal Herria–, es también la plasmación de un derecho que nadie puede evitar: el ejercicio de la libre determinación del pueblo vasco. El camino es este: «Por el hecho al derecho».

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