Miren Aranguren, Saioa Iraola
Miembros de Euskal Herriko BIlgune Feminista

¿Por qué somos putas?

¿Cuantas veces nos han llamado putas? ¿Cuantas veces hemos sido condenadas por decir que no a una relación sexual? ¿Cuantas veces criticadas por jugar con más de una persona? ¿Cuantas veces insultadas por hacerle frente a nuestro marido?

¿Cuantas veces nos han llamado putas por romper las normas que nos impone el sistema patriarcal?
El patriarcado nos ha ofrecido dos posiciones a las mujeres, la de la buena mujer, una mujer sumisa, limpia, callada, guapa y joven, que va a cumplir todas las reglas que se le imponen, y la de la mala mujer, sucia, solitaria, puta. Socialmente está mal visto que tengamos el control de nuestro deseo y controlemos el de los hombres, quieren que no seamos promiscuas y que  actuemos con prudencia. Las mujeres tenemos que quedar fuera del modelo de sexualidad activo y explícito que se les atribuye a los hombres. Si cumples las órdenes, entrarás en la categoría de chica buena. Sin embargo, si superamos ese código, reivindicamos que somos dueñas de nuestra sexualidad y actuamos como tales, nos meterán en la categoría de chicas malas. Si damos rienda suelta a nuestro placer y no somos sumisas, seremos putas, malas, seremos «las otras».
Las trabajadoras del sexo, son representantes de «las otras». Como se salen del modelo de sexualidad dominante y sagrado, se les quita la dignidad en su trabajo. Metemos a las putas en el bando de las malas, muchas veces, porque son económicamente libres, porque viven su sexualidad de un modo abierto, porque cobran por lo que hacen y ellas ponen el precio. Porque superan muchos límites prohibidos para las mujeres.
Este estigma social es una herramienta fundamental del patriarcado, según la cual se clasifica a las mujeres en buenas o malas en relación a la manera que vivan su sexualidad. Desde pequeñas sabemos cómo tenemos que ser, y también cómo no debemos ser. Siguiendo inconscientemente el fantasma represor que tenemos interiorizado, nos construimos para no ser putas, para no romper las normas. Además, el miedo a sentirnos culpables y no dignas, nos lleva a controlar a otras mujeres, haciendo de policías al servicio del patriarcado. Romper con las reglas sociales que se imponen para oprimir a las mujeres, conlleva meterse en la categoría de mujeres malas, y como consecuencia, la sociedad convierte a esas mujeres en personas inaceptables, potenciando actitudes negativas hacia ellas, condenándolas al menosprecio y la discriminación.
Pero debemos darnos cuenta de que esos estigmas son mecanismos de control dirigidos a todas la mujeres. Las putas condensan todo aquello que se nos prohíbe a las mujeres, y representan muchas cosas que no podemos hacer y son los límites que no podemos sobrepasar.
Según parece, solo podemos acercarnos a esta realidad de una manera: victimizándoles. No podemos aceptar que las mujeres tomen este tipo de decisiones de un modo libre (aunque condicionadas, por supuesto) porque tenemos sacralizada la sexualidad, porque creemos que son mujeres a las que no se puede defender, ya que creemos que siempre están bajo el dominio de un hombre. Ya va siendo hora de darnos cuenta de la fuerza y la capacidad de decisión que tienen las trabajadoras del sexo. Las putas que practican su capacidad de decisión son sujetos activos, dueñas de sus vidas, mujeres fuertes y poderosas.
La realidad de la prostitución, es una realidad tan cruda como compleja. Es un trabajo que une muchos hilos, que mueve muchos intereses, un gran negocio para muchos, y muchas veces se utiliza para tapar otros problemas e injusticias. Por eso nos parece importante al hablar de prostitución diferenciar las diferentes formas de ejercerla. En algunos casos estamos obligadas a hablar de violencia patriarcal; cuando es una prostitución forzada, cuando las mujeres no han elegido ese trabajo, cuando viven bajo el dominio de alguien, cuando pierden por completo el control de su vida. Pero no podemos pensar que todas están en esa situación, ya que muchas han elegido ese trabajo. Es verdad que esa decisión está condicionada, nuestra situación social y económica influye mucho, pero, ¿en cuantos ámbitos de nuestra vida nos ocurre eso? ¿A quién no le afectan las condiciones sociales, políticas o económicas?
Siendo la prostitución una realidad que existe en Euskal Herria, creemos que es una práctica que debemos dotar de dignidad y derechos. No podemos aceptar las ordenanzas que se han impulsado desde diferentes ayuntamientos, ya que detrás del respaldo social hay agresiones contra las trabajadoras del sexo, y por lo tanto, contra las mujeres. No tienen en cuenta sus opiniones, las medidas no están contrastadas con ellas, y están encaminadas a obstaculizar y ocultar su actividad. Además, las trabajadoras a las que se les ataca nunca son las que se dedican a la prostitución de lujo, sino las que se encuentran en condiciones más vulnerables. Esta vez también, nos conviene estar atentas a actitudes que refuercen el clasismo y el racismo.
Tenemos que acercarnos a las trabajadoras del sexo, conocer la realidad que viven de un modo directo, transformarlas en sujetos políticos e impulsar el trabajo colectivo. Hacer la vista gorda o trabajar por la desaparición de esta práctica hace que las condiciones laborales y sociales de las trabajadoras del sexo empeoren, y las hace todavía más invisibles. Y no solo eso, refuerza el estima social del patriarcado, yendo en contra de las personas libres y diversas. Sabemos que acercarse y mantener relación con las trabajadoras del sexo puede ser un proceso lento, a largo plazo. Pero mientras tanto, como el estigma de puta atrapa a toda mujer que se salga de las normas de sexualidad que ha marcado el patriarcado, vamos a intentar hacer ese estigma nuestro y trabajar contra él, saliendo a la calle y legitimizando el trabajo de las putas. De ese modo también estaremos reivindicando la libertad de ser y de decidir de todas las mujeres.

¡Rompamos pues la dicotomía de mujeres buenas y malas! ¡Acabemos con los juicios morales y luchemos por los derechos de las trabajadoras del sexo!

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