Imanol Olabarria Bengoa

Por una memoria política y social del 3 de Marzo

Desempolvando recuerdos, avivando los sueños de una lucha que dentro de unos días conmemoraremos en su 40 aniversario: 3 de marzo de 1976.

Éramos 10-12 fábricas de distintas ramas de la producción, bajo una misma tabla reivindicativa,  agrupadas en el tiempo por espacio de dos meses. Contra las que gobierno y patronal, tras numerosos y diversos intentos fracasados en romper la huelga, tiraron a matar. Asesinando a cinco compañeros e hiriendo a más de cien, en su mayoría de bala.

Abandonamos los puestos de trabajo, paralizamos la producción, y establecimos las asambleas-debate-decisión diarias como cimiento de nuestra lucha, y las Comisiones Representativas como meras portavoces, revocables en todo momento. Establecíamos que «nadie era más que nadie» en un ejercicio de democracia directa.

Frente a la verticalidad de la Dictadura y su Sindicato Vertical, imponíamos una nueva forma de entender el Poder, «un mandar obedeciendo».

Expulsados de las fábricas ocupamos iglesias y calles, e hicimos de ellas tierra liberada, espacio abierto, oasis de vida a las que incorporamos los derechos de reunión, libertad de expresión y manifestación reprimidas en la Dictadura.

Fuimos aporreados, heridos, detenidos… y paralizamos toda negociación, anteponiendo la readmisión de los despedidos y la libertad de los detenidos.

La asamblea con sus debates diarios, escuela de formación, puso en crisis nuestras iniciales concepciones sobre la patronal, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y todo el aparato institucional, con su carácter clasista y represivo.

Nuestras formas de auto-organización, horizontales, transparentes, participativas, se convirtieron en un polo de referencia que atrajo a mujeres, estudiantes, curiosos, a quienes encandilaron y cautivaron. Todo ello contribuyó a nuestra propia autoestima y elevó nuestra dignidad de tal forma, que el Poder para paralizar la huelga no vio otra forma que el tirar a matar para «meter en vereda al resto», como más tarde dijera Martín Villa ministro de Relaciones Laborales.

Contra lo esperado por el Gobierno, la solidaridad con Vitoria, con tres muertos más en Basauri, Tarragona y Roma, y el aumento de la conflictividad laboral, trastocó  los planes del Gobierno, quien cambió de táctica para no cambiar nada.

Lo que fue denominado como una política de Anestesia Social: compraron personas, legalizaron partidos y sindicatos, que junto a sectores franquistas y oposición marcaron los cauces por donde había de transitar la conflictividad laboral para la mejora del capital.

Cada 3 de marzo, y próximamente haremos 40, recordamos a los cinco compañeros asesinados: ROMUALDO BARROSO, FRANCISCO AZNAR, PEDRO MARIA OCIO, JOSE CASTILLO Y BIENVENIDO PEREDA, y a los más de cien heridos.

La participación en dicho aniversario, nos reaviva una historia pasada de la que fuimos parte, y ello eleva nuestra autoestima y buena conciencia y hasta nuestro orgullo por algo hecho, pero hace 40 años.

Pero esta pequeña gran historia tantas veces recordada está cargándose de rutina, dejando de ser un revulsivo, convertido en icono dentro de un ritual repetitivo e institucionalizado.

Mentida, dormida, abandonada, utilizada, aplaudida, acaparada, rodeada de ofrendas y erigida en un monumento pero vaciada en gran parte de su memoria o inmersa en una memoria domesticada que induce a la sumisión, y nos hunde en la impotencia.

Año tras año instituciones de todo tipo, prensa, radio, televisión, iglesia, patronal, sindicatos, partidos, gobierno nos recuerdan a los cinco muertos. Y uno piensa sino será para acojonar a quienes en estos tiempos de tanta democracia se les pudiera ocurrir saltar a la arena para acabar con tanto malestar.

Frente a esta realidad dominante, es de justicia recordar a colectivos minoritarios y de jóvenes que reivindican los sueños y las formas organizativas de democracia directa, ajenas a toda delegación, que brillaron en Vitoria. Muy bien por ellos.

Recordar a los cinco compañeros asesinados desprovistos, despojados de la belleza de sus sueños, de la valentía de su gesta, de su pelea por la igualdad, de sus formas de participación horizontales y transparentes de democracia directa, y de su concepción del Poder como de «mandar obedeciendo», supone desvirtuar la lucha del 3 de marzo. Y no estamos hablando de un silencio imprevisto, sino calculado y frío, que evita la confrontación de aquellas formas organizativas y modos de incidir en la lucha frente a las actuales prácticas y estructuras organizativas verticales.

Luis Llach en su canción “Campanadas a mort” habla de «asesinos de vidas y razones». Los asesinos de sus vidas son Gobierno y Patronal; los asesinos de las razones de sus vidas, ¿no seremos nosotros, quienes con nuestro silencio, omisiones y memorias domesticadas, como Martín Villa con sus asesinatos, contribuimos en meter en vereda al resto?

Esta es mi contribución a la memoria histórica en su 40 aniversario, a la huelga de Vitoria con el asesinato de cinco compañeros.

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