Ana Malagon, agurtzane Intxaurraga, Ander Gortazar*

Por una nueva movilidad

Necesitamos una nueva movilidad, con apuestas claras por el servicio público de transporte, los peatones, las bicicletas, los niños, las personas mayores y las que tienen movilidad reducida: para compartir de manera más justa, limpia y agradable el espacio común.

La pandemia del coronavirus, que nos obligó primero a quedarnos en casa y ahora a mantener distancias en la calle, nos impulsa a mejorar las ciudades. Es el momento ideal para avanzar en el diseño de espacios públicos mejor compartidos y más tranquilos; la ocasión de fomentar una movilidad más sostenible y menos invasiva, con buenos transportes públicos, con facilidades para peatones y ciclistas. Hemos oído estas ideas una y otra vez, las vemos en los discursos institucionales e incluso en los compromisos internacionales adquiridos por nuestra ciudad; pero escribimos este manifiesto porque los hechos contradicen a las palabras: en vez de avanzar, parece que Donostia retrocede.

Hace dos décadas, Donostia se ganó cierto prestigio de ciudad europea avanzada por sus apuestas en la movilidad: peatones, bicicletas, transporte público. Al principio, aquellas iniciativas para recuperar espacio urbano a favor de los peatones, los ciclistas y las personas más vulnerables, encendieron las críticas de algunos comerciantes y partidos, pero enseguida, con el Pacto Cívico sobre la Movilidad de 1999, se alcanzó un amplio consenso político y social. Sin embargo, a la vez que se realizaban esas actuaciones, se horadó el centro con más y más aparcamientos subterráneos. Aquella decisión, que dio preferencia al uso del coche privado, condicionó el presente y el futuro de nuestra movilidad porque otorgaba concesiones municipales a largo plazo.

Donostia forma parte de la Red de Ciudades por la Bicicleta, pero se está descolgando de ese movimiento. Durante la pandemia se ha visto con claridad: la red reclamó un plan de choque para mejorar la movilidad de peatones y ciclistas; ciudades como París, Berlín, Barcelona o Londres han adoptado medidas provisionales pero también transformaciones permanentes; otras de menor tamaño, como Valencia o Valladolid, también han impulsado cambios notables. Donostia ha tomado unas pocas medidas muy superficiales, claramente insuficientes, con más mensajes publicitarios que actuaciones concretas a favor de la seguridad y confort de peatones y ciclistas.

Nuestra ciudad tampoco ha emprendido medidas importantes para favorecer una movilidad sostenible después de que el Gobierno Vasco suscribiera en 2019 la declaración de emergencia climática. Se ha comprometido a mejorar el medioambiente y la salud de la ciudadanía en el Pacto de los Alcaldes por el Clima y la Energía, ha redactado el Klima Estrategia 2050, pero los actos no coinciden con sus compromisos internacionales. Al contrario: ha anunciado recortes en los servicios de autobús para los próximos dos o tres años. Entendemos que bajará la recaudación, entendemos que el presupuesto público deberá afrontar gastos inesperados, entendemos que los recortes a medio y corto plazo sean inevitables. Pero no entendemos que se mantenga o incluso se aumente la enorme presencia de los coches en nuestra ciudad. No debemos reducir los servicios públicos de transporte y fomentar el uso de coches privados destinándoles una parte tan grande de los recursos comunes (el espacio público, la calidad del aire, los gastos para construir y mantener carreteras y aparcamientos...).

Los recortes no son la única manera de reducir el déficit de la compañía de transporte público Dbus. Empeorarán el servicio, perjudicando a quienes no tienen otras opciones de desplazamiento y alejando a otros posibles usuarios (reduciendo, de paso, los nuevos ingresos). Cuando la situación sanitaria lo permita, se debería fomentar un Dbus cada vez más ventajoso: con carriles bus, preferencias en los semáforos, precios razonables, paradas de calidad, para crear así una opción de transporte cada vez más atractiva, eficiente y sostenible.
Los coches y las motos cumplen su función en la ciudad, por supuesto, y deben tener sus espacios. La cuestión es cuánto espacio deben tener: salta a la vista que no hay sitio para que todos los donostiarras y visitantes lleguen en sus vehículos privados a todas partes, salta a la vista que debemos repartirnos el espacio que tenemos para vivir, pasear, correr, pedalear o sentarnos en terrazas. Nos parece que el espacio destinado a los coches es desproporcionado. El problema va más allá de la contaminación, el ruido, los riesgos y los accidentes: es un asunto de convivencia en los espacios comunes. Por eso necesitamos una nueva movilidad, con apuestas claras por el servicio público de transporte, los peatones, las bicicletas, los niños, las personas mayores y las que tienen movilidad reducida: para compartir de manera más justa, limpia y agradable el espacio común.

Estamos seguros de que una gran parte de la ciudadanía comparte estas peticiones, por eso apelamos al Ayuntamiento de Donostia para que las haga realidad.

*Firman: Ana Malagon (diseñadora de productos y servicios digitales), Agurtzane Intxaurraga (directora de teatro), Ander Gortazar (arquitecto y profesor de la UPV/EHU), Ander Izagirre (escritor), David Gonzalez, Eduardo Malagón (profesor de Economía Aplicada de la UPV/EHU), Ekain Munduate (estudiante de Ingeniería), Federico Abreu (consultor en cooperación), Gorka Hoyos (en nombre de Kalapie), Iban Zaldua (escritor), Imanol Intziarte (periodista), Iñaki Zaratiegi (periodista), Itziar Gonzalez (profesora de la UPV/EHU en la Escuela de Ingeniería de Donostia), Jesus Mari Alquézar, Jonander Agirre (arquitecto), Laura Maioz, Manuel Jimenez (arquitecto-urbanista), Mikel Iturria (técnico de Cultura), Miren Urquijo (profesora de Antropología de la UPV/EHU), Nerea Lizarralde (periodista), Nora Erdozia (arquitecta), Pello Gutiérrez, Sabin Zubiri y Xabier Vazquez.

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