Josu Iraeta
Escritor

PP: Vergüenza del pensamiento democrático

La debilidad de sus convicciones hace de él un personaje contradictorio, mentiroso compulsivo, por tanto escasamente fiable y en proceso de maduración Lo que hoy llaman «alarma social» en la Alemania nazi lo denominaron «inquietud pública», lo que era, como hoy, motivo para la privación de la libertad.

El «Antiguo Testamento» -religión católica- dice que siendo César Augusto emperador de Roma coincidió en el tiempo con Herodes rey de Judea. El testamento afirma que, tanto uno como otro alertaron a sus tropas temerosos ante el nacimiento de Cristo. Tanto le temieron que Herodes, al conocer que tres extraños reyes llegaban para saludar al recién nacido y supuesto «rey de los judíos», quiso averiguar quiénes eran y de dónde venían. Más aún, viendo peligrar su corona, ordenó eliminar a todos los recién nacidos de Judea.

Poco importa si son reyes o no, lo cierto es que dos mil años después, estamos viviendo la misma circunstancia. Es decir, que Herodes, como Franco y el Cid, sigue ganando batallas a la democracia. Seguimos como hace mucho, muchísimo tiempo, por eso, en contra de lo que algunos se empeñan en transmitir, la síntesis que ofrece una amplia mirada, la conclusión a la que se llega a lo largo del tiempo, nos dice que los vascos seguimos constreñidos entre la «religión única y verdadera», todavía como supuesta técnica de control social, y la policía política del «pensamiento».

En una sociedad como la nuestra, que se pretende bien estructurada desde un prisma tanto nacional como religioso, la relación entre generaciones siempre ha sido, además de importante y controlada, emotiva. Esto hace que los jóvenes no solo se conviertan en herederos receptores de bienes y patrimonios de sus mayores, también lo sean de sus ideas. Esta herencia emotivo-ideológica tiene su riesgo, pues lo que puede nacer siendo una opinión, con el tiempo puede terminar siendo la verdad incontestable, casi dogmática.

Nuestra situación no ha cambiado mucho desde que el otrora famoso Azor -yate de Franco- amarrado en «su» boya vaciaba con su sola presencia la bahía donostiarra. Son muchos los vascos que aún viven inmersos y acotados por una nociva y perversa dicotomía, el delito-pecado.

Evidentemente y como no podía ser de otra manera, no solo los vascos viven presos de sus herencias, basta observar y leer los movimientos y aseveraciones del presidente de los españoles para comprenderlo. Cierto que la debilidad de sus convicciones hace de él un personaje contradictorio, mentiroso compulsivo, por tanto escasamente fiable y en evidente proceso de maduración, pero sus decisiones son las del presidente del Gobierno de España.

Es un retrato certero y riguroso, pero también lógico, porque ¿qué otra cosa podría esperarse de un entorno plagado y acotado por las fuerzas de la reacción? Es decir, los «señoritos» de la tierra, la Iglesia belicosa y retrógrada, además de cleptómana, y una burguesía agazapada en bancos y multinacionales. Todos ellos arropados por el «lumpen» ultraderechista inmerso en el PP, que son de hecho quienes constituyen el motor que mantiene e impulsa la herencia de todas las dictaduras civiles y militares que en España han sido.

Son el retrato vivo de la reacción, padres del actual Estado español, en guardia permanente contra toda posibilidad de renovación o cambio -con productos como Carlos Urquijo- tratando inútilmente de esconder su negro y cruento pasado, ya que aunque los textos que imparten su historia no lo mencionen, la configuración actual del Estado español es consecuencia directa de confabulaciones dinásticas y botines bélicos. Lejos, sin duda muy lejos de la voluntad de los pueblos a disponer de su destino.

Esta casta reaccionaria que es quien desde la muerte del dictador Franco gestiona el Estado, se ha mostrado particularmente hábil al generar una elite en el alto funcionariado, que actúa como punta de lanza, y que hoy es vital para el sistema.

Quienes conforman esta punta de lanza protagonizan barbaridades -no solo verbales- que debieran enrojecer de vergüenza, incluso a un colectivo tan corpora- tivista como el suyo. Qué lejos del ejercicio sereno y equilibrado que debiera prevalecer en su función, manteniendo equidistancia entre dos poderes. ¿Cuánto tiempo requerirá reconducir tanta barbaridad democrática?

Son ellos quienes con sus exabruptos irracionales generan «alarma social», dando curso a la presión que generan medios de comunicación afines a la herencia de Franco. Un elemento este que por la importancia de los resultados que obtienen -Ley de Seguridad Ciudadana- debiera ser no solo estudiado y cuestionado, también excluido de la práctica jurídico-política.

Es así como obtienen, de hecho, una justicia flexible y receptiva a los intereses del poder. La «alarma social» es una figura que en su tiempo la utilizó el franquismo, entonces con otros fines, pero que ha sido adaptada por el nacionalismo español desde diversos frentes y planos; desde la prensa a los jueces, pasando por los gobiernos.

Quizá sería conveniente recordar que lo que hoy llaman «alarma social» en la Alemania nazi lo denominaron «inquietud pública», lo que era, como hoy, motivo suficiente para la privación de la libertad.

Todos ustedes, unos y otros, amos y lacayos, si continúan abrazados al despropósito y la sin razón, acabarán siendo acreedores únicos de una negra y pestilente herencia, sedimento de barbarie de la vieja España. Sin duda el hedor de Europa y vergüenza del pensamiento democrático.

Ustedes, actuales inductores del sistema español, tienen sin duda en Herodes la figura a seguir, su estimulante ejemplo. Temerosos como él, están reaccionando de la misma forma y buscan los mismos objetivos.

Dos mil años, se dice pronto, y ustedes tan rancios como entonces. Qué evolución.

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