Josu Perea Letona
Sociólogo

Prietas las filas

Se autoerigieron en los únicos patriotas existentes cuestionando las movilizaciones pacifistas y en contra la guerra de Vietnam acusándolas de estar organizadas por extranjerizantes, ateos y comunistas. Fue el inicio de una tendencia que ha permitido la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un político como Donald Trump.

El impulso ultraconservador que transita con todo esplendor por la España peninsular no es un hecho coyuntural, ni un fenómeno de paso. En este escenario emerge con fuerza la nueva derecha, la alt-right (derecha alternativa) como un grupo híbrido de neoconservadores, franquistas de nuevo y viejo cuño, cristianos renacidos y neoliberales globalizantes que han ido extendiendo su poder a través de sus medios de comunicación y de sus voceros «bocachanclas» dispuestos a entrar en nómina de estos nuevos (y viejos) detentadores del poder. Medios de comunicación que aparecen con auténtica dinamita ideológica que nos hacen temer lo peor, y que están despertando a las «células durmientes» de la memoria más negra de un pasado tenebroso.

No es baladí que asomen a borbotones «Voxeros» renacientes, «peperos» nostálgicos, «ciudadanos» enmascarados de alternativas renovadoras, «socialdemócratas» pusilánimes, togas y puñetas justicieras, y una gran plaga de quintacolumnistas emergentes del franquismo, con algún «prior» (del Valle de los Caídos, pongamos por caso) ávidos de democracia orgánica porque la otra, la representativa, les salió mal. Todos ellos han permanecido agazapados durante un tiempo, esperando la oportunidad, observando cómo los tiempos se muestran propicios para la reconquista. Cabalgan a la grupa de los Trump, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orbán, Putin y otros tantos que invaden cada vez más espacios físicos e ideológicos.

Para la mayoría de los científicos sociales, las causas y el renacer de estos movimientos de la extrema derecha que fluyen con fuerza, se relacionan con las quiebras ocasionadas en las identidades individuales y colectivas. Rotas las identidades tradicionales y el sentido de comunidad tan fuertemente arraigado en las sociedades modernas, es el tiempo para los fundamentalismos, que decía Taylor West, los cuales intentarán proveer a sus adeptos de una explicación de la vida universalmente aplicable, un mapa completo con el que se puede navegar por un mundo hostil, para terminar así con ese horror al vacío identitario de las sociedades actuales.

Este neoconconservadurismo se ha ido desenganchando de esa utopía de la libertad que traían consigo los valores de la modernidad y se enfrenta a las pretensiones de crear un nuevo orden social. Los fundamentalistas reúnen a la gente en torno a tradiciones perdidas y abogan por valores, ahora obsoletos, pero que forjaron la «idílica» etapa anterior. Existe una búsqueda, asimismo, para identificar los males que han generado la pérdida de ese pasado ideal; y de ahí que los diferentes elementos modernos sean objeto de una gran animadversión, como agentes de la decadencia moral que, según ellos, se vive hoy en día. La vida social contemporánea, en palabras de Dubet y Martuccelli, se asemeja a una larga crisis, (…) «Al reencuentro con un mundo perdido y a una evolución destructiva a través del individualismo, el mercado, la racionalización, y el desencanto del mundo».

Pasó en EEUU en la época de Ronald Reagan con el «The Moral Majority» (La mayoría moral), que es como se conoció a un conglomerado de fundamentalistas cristianos (evangélicos y católicos) y también judíos, que se fue gestando como un grupo de presión organizado dentro de la Nueva Derecha. Las creencias de estos fundamentalistas ideológicos se parecen bastante a los que aparecen con fuerza en el panorama político español. Allí se desató toda una cruzada contra los logros del movimiento feminista y de los otros movimientos sociales que buscaban el empoderamiento de la ciudadanía civil y política para todos los estadounidenses.

Se desató una auténtica guerra contra la supresión del rezo en las escuelas, el derecho al aborto, los derechos a la comunidad LGTB, contra la «extrema libertad de expresión» de determinadas obras culturales, sobre todo aquellas relacionadas con una sexualidad más explícita. También se autoerigieron en los únicos patriotas existentes cuestionando las movilizaciones pacifistas y en contra la guerra de Vietnam acusándolas de estar organizadas por extranjerizantes, ateos y comunistas. Fue el inicio de una tendencia que ha permitido la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un político como Donald Trump.

La historia de La Mayoría Moral, es la de las organizaciones que propiciaron el salto de grupos fundamentalistas a la política. Allí, en los EEUU, estos grupos se refugiaron y buscaron cobertura en el ala más derechista del Partido Republicano. En el Estado español, el partido popular ha dado refugio y cobertura a una derecha ultraconservadora, reaccionaria y casposa, siempre presente, aunque en ocasiones haya aparecido agazapada. Una España sin desinfectar, que diría Alba Rico, sobre todo del pecado original de la transición, una transición donde prevalecieron símbolos y banderas al servicio de una monarquía impuesta, una transición bajo la supervisión de las élites, de gestión franquista, una transición que ni siquiera, tras cincuenta años de ser «modélica», ha sido capaz de honrar a los muertos, (a pesar de una ley de Memoria Histórica «timorata») que continúan esparcidos por cunetas, fosas y veredas.

Cómo podemos entender a esa España esquizofrénica, donde los familiares de los masacrados y perseguidos durante el golpe franquista solamente reclaman el reconocimiento de sus víctimas, mientras los sublevados golpistas se sienten agraviados y reclaman la reconquista ideológica, con una saña inusitada y vengativa ante cualquier atisbo de disidencia. Una España, que ha hecho de la vascofobia y la catalanofobia una herramienta de cohesión «española», que mantiene auténtica aversión a la diversidad, que posee unos elementos de autoritarismo expresado en la presencia mágica de un caudillo (el franquismo o la monarquía) y que tiene tendencia a aquel tribalismo que denota un complejo de inferioridad tan bien expresado cinematográficamente en el landismo.

Esta derecha que emerge, es una derecha impregnada de ideología, porque es consciente que las ideologías importan. Decía Irving Kristol, uno de los ilustres pensadores e ideólogos del neoconservadurismo, (antiguo trotskista reconvertido), que la derecha ha tardado en darse cuenta de que, efectivamente, las ideologías importan. La derecha siempre ha estado más interesada en los asuntos prácticos: negocios y acción del gobierno como si fueran administradores. Una de las cosas que los neoconservadores han aportado al conservadurismo contemporáneo, decía, es la reivindicación de las ideas políticas. Estas ideas conservadoras no provienen del liberalismo, un liberalismo que está atravesando un momento difícil desde el punto de vista intelectual.

Este neocon reconvertido, sabía que las ideas proceden de la izquierda. La izquierda, señalaba, es una idea que genera organismos, pero son ideas muy peculiares, son muy disidentes, como lo ha sido siempre la izquierda, pero la mitad de las veces no son muy comprensibles. La izquierda se ha transformado en algo tan académico, tan irrelevante que solo afecta al sistema educativo, en dónde parece tener importancia, pero ya no saben ser tan populares como antaño. Mientras, la derecha se ha hecho popular, sabe hablar a la gente común y presta mucha atención a esas ideas que proceden de los diferentes Think Tanks conservadores o de los intelectuales conservadores docentes en las universidades, centros de pensamiento y de reflexión. Auténticos gabinetes estratégicos para la elaboración de ideas ultraconservadoras.

La izquierda, la vieja, la nueva y la que no termina de emerger, está confusa y es consciente que la realidad social requiere un nuevo paradigma de pensamiento y de acción. Decía Alain Touraine que si la sociedad se estudiaba hace doscientos años en términos políticos, esto resulta ahora imposible. Nos estamos aproximando a la ruptura del consenso social constituido durante la modernidad, y, a la eclosión de nuevas figuras sociales que van conformando «los afueras» de un nuevo orden social.

Cada vez más, nos vemos arrastrados hacia ese proceso de «arruinamiento» o «desinversión» que dice Juan Ricardo Aparicio cuando habla de los residuos de los márgenes, a los que cada vez están expuestos más sectores de la sociedad. A modo de enunciado general podría hacerse un listado al que continuamente se van incorporando nuevos sujetos que la sociedad va dejando apartados de la esfera social. Son los DES: los desplazados, desahuciados, desharrapados desnutridos, desquiciados… Son los SIN: sin techo, sin trabajo, sin futuro, sin arraigos; son los enfermos mentales, presos, refugiados, y tantos otros que son objeto de abandono social. Todos ellos son los inquilinos que habitan la catástrofe social, mientras que desde esos centros de pensamiento y reflexión nos inculcan la idea de que hoy el gran vencedor es el rico. El rico que antes tenía vergüenza de ser rico y tenía que ocultar su riqueza, ahora no, ahora hace ostentación de sus riquezas, ansioso por escalar puestos en los ranking que publican los periódicos, o en la revista Forbes de turno, presumiendo, obscenamente, de sus yates de larguísima eslora, de casas y mansiones de un lujo que avergüenza.

En esas estamos, confusos y apesadumbrados, viendo como lo amorfo y reaccionario escala posiciones en la nueva cartografía del mundo. Hemos ido pasando de la promesa dogmática de una victoria final, como podía advertirse todavía en el 68, a una especie de narrativa melancólica sobre los fracasos acumulados, mientras ellos, los otros, ahí están, henchidos, cantando y recitando aquello de «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus distintos objetivos…». Pues nada, así siguen, «prietas las filas». Y nosotros ¿qué?

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