Josu Iraeta
Escritor

Pueblo culto, gobernantes honestos y leyes justas

¿Hasta dónde creemos que pueden llegar quienes pretenden imponer una determinada versión de la «memoria», con el objetivo de mutarla en historia? Porque, parece que quienes se consideran dueños de la verdad objetiva, levitando desde una supuesta «superioridad moral», han olvidado, que en política lo esencial es cómo lo ven a uno los demás y no como uno se percibe a sí mismo.

Y es que, quizá sea un error suponer que la capacidad de «influir» sea una facultad, una habilidad que, entre otras opciones, permite –a los sumamente inteligentes– encauzar el conocimiento, la opinión de la llamada «masa social», respecto a situaciones y hechos que pudieran determinar el curso de la historia. Historia que algunos están pretendiendo actualizar, «darle vida». Sí, es posible que sea un error buscar sustancia gris, en una pelea de intereses, donde no hay otra cosa que una «sólida» epidermis.

Es evidente que, con la intención de ayudar a digerir su propuesta, han decidido llamarlo "Herenegun", anteayer en euskara. Hay que convenir que historia suena un poco fuerte, de modo y manera, que recuperando la metodología de los «años cincuenta» del pasado siglo, darle carácter oficial, incluyéndolo en los libros de texto. Un hermoso capítulo de un longevo medio siglo en la historia. Otro más.

Hay otros factores a tener en cuenta, ya que, pese al presumible nivel intelectual de los «técnicos» que han elaborado ese documento, es insoslayable que estamos quemando la segunda década del siglo XXI, y a estas alturas, la experiencia demuestra que el despliegue de las redes sociales, con la posibilidad de intervención activa de cada sujeto, está arrinconando la antigua «creencia» de que las verdades objetivas existen.

Desde mi punto de vista, no debiera adoptarse como irrelevante la constatación más que evidente de que vivimos en un mundo en que cada uno aspira a tener su propia verdad, su propia versión de los acontecimientos, ignorando el antiguo respeto a las «jerarquías del saber» y, por su puesto, a la tenaz vigencia de los hechos.

No puede negarse la evidencia, como tampoco puede negarse, que, además de los buenos aficionados al conocimiento de la Historia, hay que contar con quienes –por razón de conveniencia– tienden a utilizarla en apoyo de sus pretensiones, dando validez al viejo proverbio que dice aquello de: «quien controla el presente, tratará de controlar el pasado».

Siendo más explícito pudiera decirse, que, en el uso y abuso de la «Historia», hay mucho, demasiado cinismo. Es verdad, por alguno de los «atajos» por los que los habituales intrusos que pululan, entre quienes son considerados historiadores, lo hacen pretendiendo confundir memoria e historia. Es decir, tergiversando la experiencia, el recuerdo, también los deseos personales, con un relato que debiera poner ante el espejo a toda una sociedad.

Porque, la «no violencia» no puede representar el equivalente de la desmemoria, ni puede aceptarse cualquier relato con el pretexto de que se cierren las heridas del pasado. No puede darse opción al engaño, pue es así como las heridas no se cerrarían jamás y prolongaría el dolor de todos lo que han sufrido y continúan sufriendo.

La denominada «unidad didáctica» está basada en la serie de EITB Las huellas perdidas y consta de cinco videos de veinte minutos cada uno de ellos. Con este trabajo pretenden enseñar a los alumnos de 15 a 18 años, la historia de Euskal Herria de los últimos años. Concretamente el periodo entre 1960-2018.

El hecho de haber establecido un plazo para «alegaciones» que cerrarán el próximo día 16 de este mes de noviembre, hace que –en mi opinión– debiera considerarse como sumamente arriesgado –lo subrayo ahora porque lo veo factible– el que, con el ánimo de «avanzar» tratando de concitar voluntades, se de curso a algo similar a una «Comisión paritaria de expertos», con la intención de establecer el relato oficial de la Euskal Herria del último medio siglo. Lamento decirlo, pero, cuanta similitud con el mensaje unilateral de los púlpitos católicos.

Si estuviéramos en condiciones de aceptar aquello de: «el que recuerda mucho, miente mucho», con sinceridad, ¿hasta dónde creemos que pueden llegar quienes pretenden imponer una determinada versión de la «memoria», con el objetivo de mutarla en historia? Porque, parece que quienes se consideran dueños de la verdad objetiva, levitando desde una supuesta «superioridad moral», han olvidado, que en política lo esencial es cómo lo ven a uno los demás y no como uno se percibe a sí mismo.

Es evidente que es un tema delicado y no sólo por la complejidad de «construir» un documento-relato que pretende ser histórico, sino por su utilización posterior, por el fin para el que está siendo creado «elaborado».

La naturaleza conflictiva del relato "Herenegun" y su utilidad pedagógica, hacen prever la necesidad de un «tempo administrativo» en su desarrollo, que seguro permitirá volver a analizar el tema. Algunos han considerado que es el momento y no veo motivos importantes para negarlo, pero la ensalada mixta que se nos ofrece requiere más «condimentos».

A llegado hoy como podía haber sido mañana, pero lo que no cabe poner en duda es que, cuando una sociedad siente que necesita rendir cuentas del pasado nos sitúa, sin duda, ante la presencia de la Historia como disciplina científica. En este caso, la fórmula considerada adecuada, para introducirla en las escuelas, es una unidad didáctica, que «no debiera» ser otra cosa que una propuesta de trabajo relativa a un proceso educativo, desde el establecimiento de un «propósito» de aprendizaje. Pero, como decía el historiador americano Patrick J. Geary: Toda pretensión de memoria del pasado, es siempre memoria para algo y ese algo suele ser, inevitablemente político.

Convendrán conmigo que la cabecera del artículo es una hermosa frase, toda una declaración de intenciones, pero no es mía sino de Marco Tulio Cicerón. Siendo sinceros, pudiera llegar a asombrar, el que, a pesar de los siglos transcurridos, el objetivo de Cicerón continúe siendo inalcanzable. ¿Por qué será?

A veces, el ruido nos impide escuchar la verdad.

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