Víctor Moreno
Profesor

¿Quién asesinó a Abel Sainz Cartagena?

¿Qué razones tuvieron los carlistas para decidir su muerte? ¿A quién interesó que su nombre figurase en la fatídica lista de los 53 de Valcaldera?

Su expediente de defunción, solicitado fuera de plazo por su madre, entonces viuda, decía que «Abel tenía 34 años, falleció a consecuencia del Glorioso Alzamiento Nacional, el 23 de agosto de 1936 en esta provincia, en la zona de las Bardenas (Valcaldera)».

En estos expedientes aparecían los nombres de varios testigos que confirmaban la desaparición del muerto. Los de Abel afirmaron que «les constaba de ciencia cierta propia el fallecimiento por haber visto el cadáver en las Bardenas el 24 de agosto de 1936». Obviamente, nunca vieron ese cadáver, pero era el único modo burocrático de que Abel figurase en una acta de defunción, lo que, a efectos administrativos, venía muy bien.

Había nacido el 12 de abril de 1902 en Pamplona. Vivió en la calle San Lorenzo, nº 25, primer piso. Era soltero y trabajaba como empleado municipal. Era hijo de Lorenzo Sáinz y de Martina Cartagena Ezcurdia, ambos naturales de Pamplona. Era sobrino del periodista Guillermo Frías Arizaleta, republicano, casado con Vitoria Cartagena Ezcurdia, hermana de Martina. Frías sería perseguido por los golpistas, encarcelado y condenado a la pena capital, aunque, finalmente, se libraría por los pelos.

Abel Sainz era pelotari del Club Indarra. En la década de los años veinte, su nombre se emparejaba con Ignacio Baleztena, hermano de Joaquín, vicepresidente de la Federación Navarra de Pelota en 1929. Ignacio y Abel formaron pareja en el frontón, de zaguero y delantero, respectivamente, lo que hace suponer que los lazos de amistad entre ellos serían los habituales entre deportistas que compartían juntos importantes momentos de sus vidas.

El abuelo materno de Abel era Juan Cartagena Azcárraga, conocido republicano de Pamplona y amigo de Basilio Lacort. Frente a la intransigencia religiosa de la época, alquiló un piso de su propiedad a la familia de un maestro protestante, por lo que sería tachado de réprobo luterano. Fruto de ello, Cartagena fue tenazmente marginado. Incluso, fue cesado de su puesto como fontanero del Ayuntamiento de Pamplona.

Martina Cartagena casó con Lorenzo, que era fabricante de pelotas. Lorenzo y su hermano Modesto eran republicanos, seguidores de Lacort, por lo que fueron incluidos en la Lista Negra para «cuando llegue su hora», según el acostumbrado dictamen del periódico integrista “La Vieja Navarra” y que, con los años, adoptó otro papel que se jactaba de liberal.

Lorenzo se presentaría en las elecciones municipales del 12 de noviembre de 1901, obteniendo la correspondiente acta. Según Ángel García Sanz, los hijos del matrimonio Sainz Cartagena –Juan, Josefa, Abel y Celia–, siguieron la tradición republicana de su padre, de sus tíos y de su abuelo Cartagena. Los maridos de Josefa y de Celia, Gaspar Trueba Pérez y Alfredo Lumbreras, respectivamente, eran del Partido Radical Socialista.

Que Abel Sainz era republicano no cabe duda. Pero no consta que su credo político cobrase una dimensión pública. En su haber solo conocemos su decisión de participar en la Olimpiada Popular de Barcelona cuyo objetivo era protestar contra la Olimpiada nazi de Berlín de inmediata celebración. Este fue el único acto con «significación política» que se le conoce y del que, al parecer, los carlistas tomaron nota.

Con estos antecedentes, resulta más que obvio asegurar que Abel no fue asesinado por ser pelotari. Políticamente hablando, era el menos relevante de la familia Sainz Cartagena. A los carlistas, a quienes les hubiese gustado asesinar eran a Lacort y al abuelo Cartagena, a quienes se las tenían más que jurada desde 1873. El 4 de junio de ese año el cura de Santa Cruz fusiló a 28 carabineros en Endarlatsa. Tras muchos años de olvido obligado, el grupo republicano de Lacort consiguió́ por suscripción popular levantar allí́ un monumento que lo recordara. En 1913, Juan Cartagena erigió́ una placa en su honor. Los carlistas jamás se lo perdonaron. De hecho, la placa sería destruida en 1936 por los requetés.

Así, pues, podría preguntarse sin ganas de faltar: ¿Qué razones tuvieron los carlistas para decidir su muerte? ¿A quién interesó que su nombre figurase en la fatídica lista de los 53 de Valcaldera?
Puede ser una hipótesis atrevida pero no descabellada asegurar que Abel concitó en su persona el odio que los carlistas de Pamplona acumularon contra la familia de los Cartagena, unida a la de los Sainz y Frías. Y en esa atmósfera de venganza fría y calculada, el nombre de los Baleztena aparece como fantasma inevitable. Diré el porqué.

Una hermana de Abel pidió a Ignacio Baleztena que mediara en la liberación de su hermano. Lógica petición. No solo por la «supuesta» amistad que unía a Abel con Ignacio, sino porque Joaquín Baleztena era jefe de la Junta Regional Carlista navarra.

¿Qué sucedió en ese encuentro? La respuesta de Baleztena fue que «no iban a interceder por todos». Pero eso era lo que había prometido su hermano Joaquín en "El Pensamiento Navarro": «Los carlistas, soldados, hijos, nietos y biznietos de soldados, no ven enemigos más que en el campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado voluntario, ni afiliado a nuestra Comunión debe ejercer actos de violencia, así́ como evitar se cometan en su presencia. Para nosotros no existen más actos de represalia lícita que los que la Autoridad Militar, siempre justa y ponderada, se vea en el deber de ordenar. El jefe regional Joaquín Baleztena».

Fecha de esta arenga el 24 de julio de 1936. Fecha de los asesinatos de Valcaldera: 23 de agosto de 1936. Ciertamente, el asesinato de Abel Sáinz fue fruto de «una represalia», pero jamás «lícita, justa y ponderada».

No haría falta añadir más, excepto leer un documento del archivo de Tudela que dice: «La Junta Carlista de Guerra aprueba la petición de la Junta de Guerra de medios de transporte para esta tarde para cincuenta individuos para trasladarse a Valtierra de donde volverán esta misma noche. Por ser de necesidad espero la autorización. 23.8.1936». Así que, a buen entendedor, sobran las palabras.

Search