Fernando Muñoz Alonso
Bar Ilargia. Donibane-Iruñea

¿Reabrir o no reabrir?… Esa es la cuestión

Y cuando podamos abrir, que en casos como el mío seremos los últimos en hacerlo, tendremos que añadir a los gastos de siempre, los de la devolución de estos préstamos, que, como una espada de Damocles, penderán durante años sobre nuestras cabezas

El viernes 17, después de un mes sin poder abrir el bar; después de subsistir con los fondos que tenía destinados a proveedores, luz, telefonía, internet, etcétera, cuyos recibos, obviamente, se han devuelto (los de la luz han estado rápidos a la hora de comunicarme el impago); después de haber pagado el único recibo que no podía dejar de pagar (el de autónomos), bajo amenaza, y por no correr el riesgo de perder el derecho a las míseras ayudas que parecen prometernos; después de haberme vuelto loco, y haber vuelto loco a mi asesor; si, señoras y señores.

Ayer tuve la «suerte» de recibir la primera ayuda por parte del Estado. Un Estado que no me permite coger vacaciones, y ahora me obliga a «disfrutarlas», sin salir de casa, eso sí. Y no digo que no sea necesario. Un Estado que no me permite ponerme enfermo y ahora me obliga a cerrar el bar para que otros no se pongan enfermos. Y lo entiendo y acepto de buen grado, por supuesto. Un Estado que no me dará derecho a paro, si un día el negocio se viene abajo, o soy yo el que reviento y mi cuerpo me impide seguir echando 14 horas diarias, de lunes a domingo y 365 días al año. Pues, bien. El viernes, como ya he dicho, me ingresaron la prometida ayuda consistente en la «friolera» cantidad de 670 euros. Con 7 euros en la cuenta, ya en las últimas, no diré que no me vengan como agua de mayo, porque mentiría.

Pero aparte del oportunismo de la ayuda, me parece vergonzoso, por no decir algo más fuerte, que llevando un mes durante el cual he acumulado deudas improductivas (como son el alquiler de un local que permanece cerrado, la mínima cuota de luz que pasa ampliamente de cien euros aun estando apagado «todo», el seguro, la basura, el agua, etcétera) la ayuda que reciba me dé poco más que para pagar el alquiler de mi piso y tal vez para llenar la nevera para una semana. Compra que, por cierto, haré en un gran supermercado, ya que por desgracia no me va a llegar para hacerla en los pequeños comercios del barrio, cuyos trabajadores, autónomos también, estarán, en su mayoría, casi como yo.

Comprendo que hay mucha gente que va a necesitar ayuda, y que seguramente, hay que intentar repartir lo que hay entre muchas bocas. Pero no puedo entender que, si un trabajador por cuenta ajena va a recibir una prestación de mil euros, (cosa a la que, por supuesto tiene derecho), nosotros los autónomos, que tenemos los mismos gastos cotidianos que cualquiera de estos trabajadores, y además un elevado gasto añadido de mantenimiento del negocio, cobremos un tercio menos que estos. Que nadie se equivoque. No estoy pidiendo que se les baje la ayuda a las personas que van a quedar en paro. Estoy diciendo que lo justo sería que, como mínimo, se nos equiparase a ellos en positivo. Lo que pasa es que, como el gremio de los autónomos llevamos toda la vida tragando sapos y sin quejarnos, al final tenemos lo que nos merecemos.

Los sindicatos de autónomos (¿alguien había oído hablar de ATA anteriormente?) y los convencionales, que no han peleado jamás por los derechos básicos de los pequeños autónomos, ahora sacan pecho y figuran en los medios, diciendo pedir lo que nos corresponde. Pero como han permitido desde siempre que nos tengan como ciudadanos de tercera, como si ser de tercera formara parte de nuestra esencia, ahora parece que es un gran logro que nos den una ayuda ignominiosa y el «privilegio» de que el Estado nos avale para pasarnos un mes papeleando (es decir, peleando entre papeles) con el fin de conseguir un préstamo (condicionado por el banco, por supuesto) con el que pagar a precio de oro, gastos de cultivo para negocios en barbecho; gastos de crucero para negocios varados; negocios incapacitados para producir absolutamente nada, a saber durante cuánto tiempo. Y cuando podamos abrir, que en casos como el mío seremos los últimos en hacerlo, tendremos que añadir a los gastos de siempre, los de la devolución de estos préstamos, que, como una espada de Damocles, penderán durante años sobre nuestras cabezas. Pero nadie hará nada para que arrendadores y arrendatarios podamos seguir viviendo sin que una de las dos partes tengamos que regalar un dineral mensual, mientras las grandes empresas siguen cobrando por sus servicios sin perder un euro, por mucho que les sobre.

Y los gobiernos ni siquiera tienen lo que hay que tener para exigir a las empresas energéticas que pongan en cuarentena (palabra de moda) los contratos, y así no obligarnos a pagar la cuota de unos términos de potencia elevadísimos y que están inactivos en la práctica, por obra y gracia del señor SARS-CoV-2. Luego, estas y otras grandes empresas se llenan la boca en sus anuncios, diciendo entre un mar de enternecedoras melodías y mediante emotivos poemas, que arriman el hombro y bla, bla, bla… Y nadie les denunciará por publicidad engañosa. ¿Para qué, si son juez y parte?

Pues bien. Mientras todo esto sucede, los partidos políticos y sus miembros están demasiado ocupados haciendo pretemporada, no vaya a ser que esto traiga unas nuevas elecciones. Así pues, mientras unos mienten sobre las grandes medidas que han tomado, los otros les acusan de poco menos que de haber creado ellos mismos el virus. Y aquellos se defienden pidiendo una unidad que no demuestran, y estos vuelven a hacer del ataque al estilo «campaña electoral», su mejor defensa. E indefensos nosotros, como imbéciles, esperando a ver si se hace algo para no quedarnos demasiado lejos del umbral de la pobreza, para así poder aspirar a salir de ella.

Y encima, aún tendremos que estar contentos, ya que aquí en Navarra, parece ser que el Gobierno Foral va a añadir otra ayuda a los que estamos en esta alarmante situación. Insuficiente ayuda para que acabemos este dificultoso periplo sin tener considerables pérdidas, pero al menos se ve una pequeña iniciativa, un pequeño esfuerzo más. Insuficiente, repito. Y, además, a ver cuando llega y qué nuevas gestiones habrá que hacer hasta que se nos conceda. Insuficiente, sí. Pero si aquí se queda corta, ¿qué pueden pensar mis «cosufridores» del resto del Estado? Pues lo mismo que yo, pero con mayor desesperación aún.

En fin. La conclusión es que ahora, todos los días, me levanto de la cama dudando entre si merece la pena seguir con el negocio y agrandando la bola de nieve o, por el contrario, es más práctico cerrar la persiana, ya que, si hiciera esto último, aunque la ayuda que recibiría sería menor, no hipotecaría mi futuro a corto, medio y largo plazo.

Hoy me he vuelto a levantar con esa duda. Pero cada vez que miro el balance de ayudas y deudas (por la adquisición de sombrillas para exportar a Groenlandia), la duda se va tornando en certeza. ¿Con que ánimo me levantaré mañana? No lo sé, pero si salimos de esta, me gustaría vivir para ver algún día una huelga general de autónomos. Y no de un solo día. Porque se empieza sin derecho a vacaciones, ni a paro, ni a una baja digna, y se acaba como vamos a acabar muchos después de esto, si no dejan de ponernos la pierna encima, como diría aquel «gran filósofo».

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