Recuperemos lo que es nuestro
Es incomprensible hasta que punto puede el fútbol llegar a evadir a alguien; consiguiendo que gente que jamás se ha manifestado por sus derechos se concentré a favor de que se le perdone la deuda a su club, defendiendo antes a directivos irresponsables que han despilfarrado el dinero de sus cuotas en beneficio propio que a ellos mismos y a sus derechos.
Hoy en día, el fútbol se ha convertido para mucha gente en el «Panem et circenses» que mencionaba Juvenal o en el opio del pueblo, tal y como lo definió Karl Marx; es decir, este deporte es para el Gobierno, el poder o como se le quiera llamar, un instrumento de dominación y de control sobre la población, haciendo del fútbol un mundo paralelo al real. Así, consiguen que parte de la sociedad olvide sus problemas y haga suyas reivindicaciones insignificantes de futbolistas privilegiados; quitando peso a las cifras escalofriantes que manejan, hablando de millones como si fueran céntimos a la hora de fichar a tal o cual jugador... Los medios de comunicación, por ejemplo, juegan un papel importantísimo para que la situación actual de dominación por el fútbol, en este caso, no cambie y siga exactamente igual. Es incomprensible hasta que punto puede el fútbol llegar a evadir a alguien; consiguiendo que gente que jamás se ha manifestado por sus derechos se concentré a favor de que se le perdone la deuda a su club, defendiendo antes a directivos irresponsables que han despilfarrado el dinero de sus cuotas en beneficio propio que a ellos mismos y a sus derechos.
Precisamente, otra de las funciones que desempeña el fútbol en la sociedad, es la de transmitir unos valores individualistas y discriminatorios, es decir, los valores capitalistas. Vemos como hoy en día, aún, los estadios de fútbol son un lugar por el que los nazis y los fascistas campan por sus anchas tranquilamente y se han convertido a la vez en centros de adoctrinamiento para posibles nuevos militantes. Esto, desgraciadamente, no nos debería extrañar teniendo al frente de la LFP a un exmilitante y simpatizante de la extrema derecha, que criminaliza a colectivos antifascistas por no admitir a un jugador nazi en su equipo, como es el caso del Rayo Vallecano y el jugador ucraniano Zozulia. Las mujeres también sufren una gran discriminación en el mundo del balompié, los comentarios machistas no cesan cada vez que las mujeres arbitran o juegan al deporte que les gusta. También es digna de mención la actitud lamentable de una parte de los aficionados del Real Betis, justificando la violencia machista ejercida por un jugador de su equipo diciendo que «era una puta, lo hiciste bien». Son tantas y tantas las acciones lamentables que se dan en este deporte que podría pasarme un día entero numerándolas; como las agresiones a árbitros homosexuales, los padres que tratan a sus hijos como maquinas de hacer goles y dinero...
Son muchas, también, afortunadamente, las cosas buenas de este deporte, las cosas que hacen que a pesar de todo lo anteriormente mencionado el fútbol nos siga gustando. Es cierto que el fútbol actual es un negocio, pero no debemos olvidar que el balompié pertenece única y exclusivamente al pueblo, a la clase trabajadora. Así lo demuestra la llegada del fútbol a España, precisamente fueron los mineros británicos los que comenzaron a practicarlo en la provincia de Huelva. Poco a poco se ha ido arrancando este deporte de las manos al pueblo y las grandes multinacionales han ido apropiándose de ello. Hay algunas excepciones que siguen resistiendo al fútbol moderno, como pueden ser el FC St. Pauli o los clubes que promueven el coloquialmente conocido fútbol popular. Si nos centramos en el club alemán que debe el nombre al barrio Sankt Pauli de Hamburgo, barrio en el que está situado, nos daremos cuenta que es más que un club de fútbol; es un modo de vida, un símbolo del antifascismo y el ejemplo perfecto de que otro fútbol es posible. Así lo han demostrado al largo del tiempo, por ejemplo, haciéndose cargo del FC Lampedusa, club formado por refugiados llegados desde diversos puntos del planeta; o diciendo «Yes, we camp» a los manifestantes y medios de comunicación alternativos del G20, dejándoles acampar en el Millerntor-Stadion, ubicado a un kilómetro y medio del Centro de Convenciones del G20.
Todavía queda mucho que cambiar en el mundo del fútbol, por lo que hay que seguir trabajando en cada barrio, en cada ciudad para recuperar lo que es nuestro, lo que un día nos quitaron de las manos. Luchemos por un fútbol popular, anticapitalista y antirracista. ¡Odio eterno al fútbol moderno!