Carlo Frabetti
Escritor

Red ciudadana contra el terrorismo de Estado

En 2006 escribí un artículo titulado «La hermandad de las víctimas del terrorismo de Estado» que, lamentablemente, podría haber escrito hoy mismo, tras leer algunas declaraciones hechas con motivo del undécimo aniversario del 11-M y ver en La 2 un maniqueo documental sobre ETA realizado por un sinvergüenza que dice haber tenido la suerte (sic) de no tener miedo (lástima que en la tómbola no le tocara también una pizca de honradez).

Mi artículo decía así: Admiro a algunos cristianos de ayer y de hoy, y a todos los respeto en sus creencias; pero siento un profundo rechazo por la Iglesia (de ayer y de hoy) como institución, por sus altas jerarquías, sus pompas y sus obras. Análogamente, respeto el dolor de las víctimas de los atentados de cualquier organización política, y a algunas las admiro; pero no puedo decir lo mismo de la Asociación de Víctimas del Terrorismo como grupo de presión al servicio de (o manipulado por) la derecha más reaccionaria. Su mismo nombre es tendencioso y excluyente, en la medida en que ratifica el inadmisible discurso del poder, que llama «terrorismo» a toda forma de violencia disidente y nunca aplica el término a la violencia institucional, al terrorismo que con más propiedad se puede y se debe llamar así: el terrorismo de Estado.


Las más literales –y ultrajadas– víctimas del terrorismo son la madre y los hermanos de José Couso, los familiares de Lasa y Zabala, los miles de torturadas y torturados por las fuerzas de seguridad y los funcionarios de prisiones, los más de seiscientos presos políticos dispersos y sus allegados… Pero esas otras víctimas, invisibles y silenciosas (o más bien silenciadas), no se constituyen en asociaciones legales ni organizan congresos, ni podrían hacerlo si quisieran. Aunque tampoco lo necesitan: forman una hermandad de hecho, están unidas por la fraternidad revolucionaria de quienes luchan contra un poder injusto.


Hace unos años conocí a Amaia Zabala. Pasamos varias horas juntos y, naturalmente, hablamos largo y tendido de su hermano José Antonio, secuestrado, torturado hasta la muerte y enterrado en cal viva por la Guardia Civil. Para mi sorpresa (gratísima, esperanzadora sorpresa), no salió de sus labios una sola palabra de odio o de venganza. Y cuando el carnicero que torturó y asesinó a Lasa y Zabala (es decir, el más abyecto terrorista convicto de nuestra historia reciente) fue excarcelado por los herederos políticos de sus cómplices, ningún medio de comunicación le dio la palabra a Amaia. No puedo evitar la odiosa comparación (las comparaciones son odiosas precisamente porque son inevitables) de su caso con el de otra hermana desolada, Maite Pagazaurtundua, que aparece en los medios de comunicación todos los días y va a la Moncloa a decirle al presidente del Gobierno lo que tiene que hacer. El hermano de Maite fue enterrado con honores de héroe; el de Amaia fue sepultado en cal viva, literalmente borrado del mapa (con la insoportable carga de angustia que la desaparición de un ser querido supone para sus familiares), y solo por casualidad aparecieron sus ultrajados restos, que no fueron identificados hasta diez años después. El atentado que costó la vida al hermano de Maite fue clamorosamente condenado docenas de veces, y la patética comisión de actores que se trasladó a Gasteiz para protestar ante la sede del Gobierno vasco salió en la portada de ABC; nadie protestó ante la Dirección General de la Guardia Civil ni ante el Ministerio del Interior por el secuestro, tortura y asesinato del hermano de Amaia. Los que mataron al hermano de Maite no han sido ni serán indultados, y ella ha tenido ocasión de maldecirlos públicamente, en prosa y en verso, a través de los grandes medios de comunicación; el torturador y asesino del hermano de Amaia está en su casa escribiendo sus memorias, y algunos, en su día, lo aclamaron al grito de «¡Torero!» (aunque en eso no les faltaba razón: al fin y al cabo, un torero es un matarife con un uniforme grotesco)… Y sin embargo, curiosamente, es Maite la que no para de pedir justicia.


Lo cual nos lleva a una de las principales demandas de la AVT y de algunos sectores de la derecha: el cumplimiento íntegro de las penas por parte de los presos políticos («Que se pudran en la cárcel», para decirlo con las palabras de un conocido criminal de guerra y ex presidente del Gobierno español). Cuesta creer que quienes esto demandan no se den cuenta de la aberración moral que supone considerar que matar por una idea es más grave que hacerlo por dinero. ¿Hay algo más inhumano que quitarle la vida a una persona por un fajo de billetes? Y sin embargo a algunos les parece normal que un atracador convicto de asesinato se beneficie de una reducción de condena, pero quieren que quienes mataron por sus ideas «se pudran en la cárcel». Una cosa es pedir justicia y otra clamar venganza. Y cuando la venganza se clama desde el poder o desde sus aledaños, se deshonra a las víctimas y se envilece su causa.
También quiere la AVT que haya vencedores y vencidos. Y los habrá, no les quepa duda. Vencerá la invisible hermandad de las víctimas del terrorismo de Estado, la de quienes, enfrentándose a todas las oligarquías y a todos los imperialismos, luchan por el derecho de autodeterminación de las personas y de los pueblos. Serán vencidos los beneficiarios políticos del odio y la crispación, los gestores del miedo, los verdaderos terroristas.


Hasta aquí el artículo de 2006. Y a continuación hablaré de Sare (muy brevemente, pues tiene su propia voz y a ella hay que remitirse), la red ciudadana que desde hace un año intenta dar nueva visibilidad a la vieja hermandad de las víctimas del verdadero terrorismo.
Sare se presentó públicamente en Donostia en junio de 2014, y su primer objetivo es acabar con la dispersión de las presas y los presos políticos. Como dicen sus promotores, «Sare se teje día a día, hilo a hilo, entre muy diferentes sensibilidades e ideologías porque pensamos que esta es la única manera de de acabar con la lacra del alejamiento y el aislamiento de presas y presos».


Colaboremos con Sare, hagámonos sarekides, formemos parte de su red antiterrorista, contribuyamos a dar a conocer en todo el Estado español y en todo el mundo la repugnante e ilegal práctica de la dispersión. Y denunciemos los abusos (empezando por la abusiva sinécdoque que supone en este caso tomar la parte por el todo) de quienes se autoproclaman las genuinas y únicas víctimas del terrorismo.


Todo el respeto para el dolor; ninguno para el rencor ni para el maniqueísmo de quienes miran hacia otro lado ante el verdadero terrorismo, que, repitámoslo cuantas veces sea necesario, es el terrorismo de Estado. La sed de venganza de quienes desean que las presas y presos políticos «se pudran en la cárcel» es pura idiotez moral. El maniqueísmo, idiotez a secas.


Search