Iñaki Egaña
Historiador

Seísmo en el Estado profundo

El poder, estimulado o no, jamás es monolítico, aunque desde el exterior lo pueda parecer. Hay temas, sin embargo, que contraen y cohesionan, entre ellos el de la unidad patria.

Están cortados por el mismo patrón, apenas tienen diferencias ideológicas entre ellos. A menudo les hemos oído relatar esa copla legendaria, la de que son la primera línea de defensa de la patria (española). Llevan décadas marcando el paso del país, poniendo firmes a cada gobierno que alcanza La Moncloa, se llamara Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar o Pedro Sánchez. Son, lo han repetido hasta la saciedad, el Estado dentro del Estado.

Enrique Rodríguez Galindo, pensionista de la Guardia Civil a pesar de su condena de por vida por matar a Joxi Zabala y a Josean Lasa, decía que, con seis de sus hombres entrenados para activar su parcela de los GAL, la verde, era capaz de conquistar la inmensidad de América del Sur, incluido el vasto Brasil y el diminuto Surinam.

Andrés Cassinello, el conspirador por excelencia, general de generales en la Guardia Civil, formado en la tétrica escuela de criminales de Fort Bragg (Carolina del Norte), el mismo que le señaló a un periodista que su vida no valía un céntimo si descubría su ascendencia sobre los GAL, preside la Fundación de Defensa de la Transición. Su hijo Agustín, dirigió hasta hace diez años la dirección de inteligencia del CNI contra ETA.

Fernando Grande-Marlaska, vocal en 2018 del Consejo del Poder Judicial a propuesta del PP, es hoy ministro de Interior del PSOE. ¡Qué más da el apellido cuando se trata de dar continuidad! Su fama entre los detenidos es legendaria. Gracias a Grande-Marlaska la tortura ha tenido un recorrido infinito. Se lo dijo la propia Audiencia Nacional en sentencia contra cuarenta jóvenes acusados de pertenecer a Segi: no había hecho lo suficiente para evitar que los torturaran. Se lo ha recordado el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo: de las nueve condenas a España por no investigar torturas, seis son directamente achacables a Fernando Grande-Marlaska.

Por cierto, el hoy ministro enfrentado a varios generales de la llamada Benemérita llegó al tribunal especial heredado de la dictadura sustituyendo a otro que tal, Baltasar Garzón. Un juez que también pasó por el PSOE y que en los últimos años se ha dejado querer por Izquierda Unida y Podemos. Padrino de torturadores y un nacionalista español tan exacerbado que llegó a ver «limpieza étnica vasca» en que los vizcaínos que había nacido en Cruces, pero no eran de Barakaldo, quisieran recuperar su naturaleza.

Personajes de este pelo, junto a banqueros, empresarios, directores de medios de comunicación o simples patriotas de sangre azul son los que componen el Estado profundo, el disco duro que marca de la línea de defensa de la integridad de la patria española. No piensen que frente al «enemigo externo». Desde el siglo XIX, el enemigo de España es «interno».

Son una especie castiza de ese Club Bilderberg que gestiona nuestra existencia en el planeta. Pero con las características tan peculiares que imprimen los búnkeres madrileños, acolchados por las verbenas matinales de Núñez de Balboa. Chequera en la reserva, alcobas y concubinas de nombres tan exuberantes como el de Exuperancia y una mezcla alcohólica a base de sangría, tinto de verano y whisky bourbon. Parecería una película de Paco Martínez Soria, pero en realidad nos cartografían con el satélite espía español que orbitaron hace un par de años y pusieron un nombre manido, Paz.

La servidumbre física de este Estado profundo la acarrean dos instituciones que defienden en la trinchera la naturaleza del proyecto. Ambas militares. El Ejército y la Guardia Civil. Los jueces avalan su actividad. Ambas también con estructura colonial.

El Ejército hispano tiene 120.000 efectivos, con 619 generales, de ellos 223 en activo. La Guardia Civil, vanguardia de los valores patrióticos que se remontan a la leyenda de Don Pelayo, tiene 87.000 agentes, de ellos 76 generales. Una exageración de mandos supremos en ambos casos. Se trata de una cuestión derivada de la naturaleza colonial. Francia, con un pasado metropolitano también reciente, tiene 540 generales, 376 de ellos de su Ejército, el resto en la Gendarmería y Policía Nacional.

En este maremágnum de señoríos y caudillajes, es lógico que las reyertas por el poder, por alcanzar los máximos escalafones de mando, sean habituales. Hasta ahora había que pasar por Hego Euskal Herria y forjar «méritos», también por Cataluña. Lo hicieron los citados al comienzo del artículo, lo han hecho el ya defenestrado Manuel Sánchez Corbí o los más recientes, Diego Pérez de los Cobos, Laurentino Ceña y Fernando Santafé.

Lo que ya no entra dentro de los parámetros habituales es el llamamiento del «trifachito» (PP, Vox y Ciudadanos) a la insumisión a las órdenes gubernamentales sobre los cambios en las posiciones en el generalato. Contaron con el apoyo de la familia Borbón. El monarca salió a la palestra con un tricornio de pin, en su chaqueta.

Sé que es complicado conocer el Estado de varios centenares de generales, otros tantos teniente coroneles y demás. También de banqueros y empresarios. El poder, estimulado o no, jamás es monolítico, aunque desde el exterior lo pueda parecer. Hay temas, sin embargo, que contraen y cohesionan, entre ellos el de la unidad patria.

El hecho de que desde la derecha se vaya conformando un relato filofascista, poniendo el apellido de «socialcomunista» al gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, nos trae a la memoria ese caldo de cultivo que provocó la insurrección militar franquista. Es cierto que los tiempos han cambiado. Pero también es cierto que hay numerosas estructuras hispanas que han mantenido su columna vertebral desde que el papa Alejandro le puso el apelativo de «católica» a Isabel I de Castilla.

Los Marlaska, Sánchez Corbí, de los Cobos y compañía, juegan en la misma facción. Pero esa facción la componen distintas camadas. Y cada una de ellas tiene un plan para derrotar al «enemigo interno». ¿Cuál será el triunfante? El tiempo lo descifrará. Mientras, las escenas nos muestran que entre ellos transitan a dentelladas.

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