Mikel Etxeberria
Militante de la izquierda abertzale

Sin alternativa y con retales

Quienes tenemos ya algunos años estoy seguro que recordamos perfectamente aquellos anuncios de detergente en la televisión sin colores, en los que la misma marca proclamaba con cierta periodicidad que ahora su producto era más eficaz y lavaba más blanco. En realidad, era una composición prácticamente idéntica aunque con envase y colores de presentación renovados y algún adjetivo superlativo en la publicidad para darle más empaque.

No puedo evitar recordar esos anuncios en blanco y negro cuando observo la triste pirueta al cenagal que está llevando a cabo una centenaria formación política como el PSOE. Aquellos detergentes lavaban cada vez más níveo sin que cambiara apenas el tono de blancura, y estos del PSOE se renuevan como en la corte francesa antes de la guillotina, que se adornaban con hermosas y caras telas sin saber lo que era asearse.


De la infancia de la publicidad al universo adulto del marketing político; y, en el fondo, estrategias para endosar a la sociedad productos caducados como si fueran la última innovación, intentando aprovecharse del chispazo de ilusión que siempre provoca lo nuevo, lo novedoso, lo superador. Pero, como nos advertiría un baserritarra, de un burro no es posible hacer un caballo de carreras. ¡Ni con mercadotecnia!


A medida que transcurre el tiempo desde la sacudida de las elecciones europeas, cada vez resulta más evidente que el tan cacareado cambio en el «socialismo español» es poco más que un fuego de artificio que no llega ni a cohete de feria. Cuando se enfrentaron al «reto de la renovación» proclamaron un cambio de 180 grados, y ha resultado una vuelta completa para colocarse en el mismo sitio, pero en peor situación, pues los retos a los que se enfrentaban se han hecho más grandes y no han desarrollado alternativa política alguna para afrontarlos.
Darle un giro a un partido en caída libre es bastante más que poner otra cara al frente de la empresa, transformar en alcachofa lo que era una mutación transgénica del puño y la rosa y pintar en letras grandes la palabra «cambio».


Cambio de envase y potente campaña de promoción. Pero, ¿qué hay dentro del paquete? ¿Lava Sánchez más blanco que Rubalcaba? No olvidar que Rubalcaba es químico y entiende de preparados y reacciones.


El cambio del PSOE no apuntaba bien desde el principio. La imagen de apertura, reflexión, de sincero propósito de rectificar el camino y renovar pronto comenzó a desvanecerse en cuanto fue tomando impulso un candidato, Eduardo Madina, que parecía no contar con las bendiciones apostólicas del aparato del partido. La maniobra del cambio cosmético podía verse en apuros, así que rápido se activaron los mecanismos y el Elegido fue precisamente el elegido. No podía ser otro.


Coincidiremos todos en que resulta poderosamente significativo que lo que se destacó y se sigue destacando del nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no sea el ideario político, su proyecto, la capacidad de elaboración teórica o práctica... sino su imagen, como un personaje del papel couché.


Que si es guapo, atractivo, que si tiene una hermosa sonrisa y le gusta vestir de camisa blanca... todo esto esta muy bien si quiere presentase a un casting para alguna producción de Mediaset. Pero se trata del líder principal del partido de la oposición en España. Es curioso que todo el mundo recuerde su intervención en directo en un programa de la televisión basura-rosa y, sin embargo, nadie sea capaz de destacar de él ni una idea, ni una propuesta; a todo lo más, alguna ocurrencia.


Y es que se ha «renovado» el PSOE sin que se haya aportado en el proceso, ni en la cascada de congresos, ponencia política alguna o, cuando menos, contenido o substancia a ese proclamado cambio. Por si la paradoja fuera de poco calado, resulta que el nuevo cabeza de cartel presenta una ejecutiva que parece el catálogo de saldos de un comercio en liquidación, con personajes ya políticamente amortizados en sus lugares de procedencia.


 A nadie con un mínimo de inteligencia se le ocurriría para recuperar el espacio político perdido, colocar en órganos de dirección a los ilustres que han hundido sus naves territoriales precisamente en las puntas principales de fricción en el Estado.


Jiménez en el PSN, López en el PSE, y Navarro en el PSC son tres ex secretarías generales territoriales cuya necedad política y ausencia de perspectiva sobre los acontecimientos y su proyección de futuro ha colocado a los respectivos partidos con el agua por encima del cuello en Euskal Herria peninsular y Catalunya. Son tan letales como el fuego amigo.


Sorprendentemente, Pedro Sánchez se lleva a los tres a Madrid. Si de lo que se trata es de regenerar y reflotar el PSOE, dudo mucho que estos retales políticos por fin de temporada puedan aportar algo. Ahora bien, si la idea es gestionar un cierre por derribo, hemos de coincidir en que son personas con experiencia demostrada porque han llevado sus partidos a la quiebra técnica. Para otra cosa no valdrán, pero en esa tarea están cualificados. Animo, pues.


Visto lo visto y evocando con el olfato, este PSOE huele a aquella UCD de Súarez que se fue disolviendo en su propio jugo hasta que el discurrir de los acontecimientos tiró por el sumidero los pocos restos que quedaban tras el «sálvese quien pueda». Aquellos también intentaron renovar sobre escombros y cambiar el maquillaje del liderazgo. Pero ya no había proyecto genuino sino un patético chaleco salvavidas mal cosido con jirones.


Pedro Sánchez, Susana Díaz... pero, ¿dónde está el proyecto? Dan toda la sensación de un decorado cinematográfico; telones y bambalinas tras los que no hay nada.


Esa falta de algo auténtico que ofrecer a la sociedad han convertido al PSOE en una mala copia del PP. Propaganda a un lado, en temas económicos las diferencias van poco mas allá de un prospecto publicitario; en asuntos internacionales están cogidos de la misma mano, aunque uno vaya contento y el otro ponga morritos; en lo territorial, se mueven según las órbitas que proporcionan los patrones de la corrupción... y en cuanto a la idea de España, el concepto integrista es el mismo, aunque uno hable de desarrollo autonómico y el otro de un federalismo que no supera ni la prueba de eslogan para incautos.


Hemos visto al líder del PSOE en prensa, radio y televisión como quien atacara una tierra, mar y aire. Sin embargo, aunque se ataque simultáneamente por los tres elementos, si detrás no hay un proyecto la ofensiva se convierte en una ridícula parodia.


Cuando un partido de izquierda mira a su derecha con miedo porque le pisa el terreno y desprecia lo que viene de la izquierda que está ocupando su espacio, tiene un problema serio.
Por una banda, el PP tensa la polarización política porque parece beneficiarle y esta patrimonializando la cuestión de la unidad de España, algo que da votos en lo que no sea Euskal Herria y Catalunya. Por el otro flanco, ha aflorado con vigor una izquierda española progresista que le quita oxígeno, le lleva a incómodas posiciones en las que puede coincidir con el PP y le cuestiona seriamente su espacio político.


Para escapar de semejante atolladero hace falta bastante más que una cara que dé bien a cámara. También de Súarez se decía que tenía gran poder de seducción política y la realidad le pasó por encima sin más lealtad que la de Antonio Alcántara, de «Cuéntame cómo pasó».
Y cuéntame cómo pasó es lo que igual comienzan a preguntarse en Euskal Herria y Catalunya porque van en trance de desaparición por la incapacidad de afrontar el momento que viven nuestras naciones y su dependencia a las designios de Madrid y otros intereses, como las bancarias. A estas alturas un cambio constitucional pactado con el PP tras las generales es situarse en una extraña galaxia.


En esta apurada situación, en septiembre se celebró una reunión con los grandes empresarios del IBEX 35 y presentaron a Pedro Sánchez unas determinadas exigencias a las que este se abría comprometido «con carácter secreto». Los grandes intereses económicos españoles vigilan bien por su negocio, así que plantearon un pacto de gobierno PP-PSOE. Los tres principios fundamentales de ese acuerdo serían garantizar la estabilidad económica del Estado, blindar la unidad de España y reafirmar la estabilidad institucional.


Semejante panorama apuntaría irremisiblemente al acta de defunción del PSOE. Iremos viendo si se expande el tufo a descomposición, pues por mucho perfume que se eche al estercolado, el hedor permanece.


Sería una ironía de la historia que quien pusiera la esquela del partido fundado por  Pablo Iglesias fuera precisamente un homónimo suyo.

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