Iñaki Egaña
Historiador

Sin novedad en el frente

El coste económico de la crisis sanitaria y económica va a ser histórico. Autónomos, pequeñas y medianas empresas, servicios sociales... el futuro es oscuro. Y ante el dilema de euros o vidas humanas, la elite económica se ha decantado.

Comenzó la semana con una casposa frase del general Miguel Villaroya, jefe del Estado Mayor del Ejército español, al hacer referencia a la gestión de la pandemia del covid-19: «Sin novedad en el frente». Si no sería por lo dramática de la situación, la expresión daría para sarcasmos y, en especial, para apelar a la grosería del general.

“Sin novedad en el frente” fue una novela antibelicista y su autor original, Erich Maria Remarque, un antifascista militante. Es lo que tiene echarse tópicos a la espalda sin tener la más remota idea de lo que significan y atacar la pandemia como si se tratara de una guerra de buenos y malos, de azules contra rojos. El problema es sanitario, no militar.

Por cierto, dos cuestiones, antibelicismo y antifascismo, muy lejanas de ese Ejército dirigido por un Borbón que se comporta como si el hecho colonial no fuera fragmento de la historia, sino rabiosa actualidad. Los desfiles marciales por las calles de Euskal Herria, en la que ha sido denominada Operación Balmis, un remake de las «historias de la puta mili» de Ivà (Ramón Tosas), muestran la naturaleza «profesional» de un equipo que no guarda la seguridad que pide para los demás. Incluidos esos aduladores de la Policía autonómica que se acercaron a Sansomendi para manifestar el corporativismo militar que alienta su secretario sindical, el negacionista (de las torturas de su comunidad) Roberto Seijo.

Esta militarización de las mentes, las conciencias y la vida social, nos ha traído la noticia de la muerte a consecuencia del maldito virus, de otro oficial de alto rango, Jesús Vélez Artajo, que también por razones coloniales nació en Iruñea (destino de su padre, militar), que dirigió las temibles UAR y GAR, y que fue primer enlace de la Guardia Civil destinado a París en la época de los GAL, 1984.

Un Vélez que ya en su jubilación participaba en una empresa pseudoargelina, radicada en Donostia y compartida sorprendentemente con algunos personajes singulares, Rafael Vera, exsecretario de Estado condenado por el secuestro de Marey (que reivindicó el GAL marrón) y Víctor Bravo, exdirector de la Hacienda guipuzcoana y exsenador del PNV, también delincuente y recientemente condenado a siete años de prisión por delitos fiscales.

La excepcionalidad de la pandemia, su globalización, está alejando noticias como las del párrafo anterior de las portadas, pero también está aunando tendencias. Entre ellas, la de esa élite económica que ya ha hecho sus cuentas. A través de algoritmos que al día de hoy son capaces de predecir hasta nuestros sabores cinematográficos, culinarios o sexuales, han elaborado una ecuación en la que se intercambian muertos por parados.

En la variación del umbral y su «aceptación social» está la clave para las medidas a adoptar, más o menos livianas, más o menos rígidas. Si los muertos mayoritariamente, son «improductivos», de esos que su colectivo demanda una pensión digna, la ecuación se dispara hacia los niveles de normalidad. Por qué molestarse, si la selección de fallecidos se acerca al imperante darwinismo social.

Hace unos días, Dan Patrick, vicegobernador de Texas (EEUU), abogaba por sacrificar a los ancianos para que la economía no se resquebrajara, y así «continuar con el sueño americano». Hace unas semanas, en un contexto diferente al de la pandemia, la periodista española Marta Peirano publicitaba en un inquietante artículo, bajo el título “Automatizar la estafa”, el uso y abuso de software malicioso por parte de grandes empresas, no solo farmacéuticas, para inducirnos en la gestión de nuestras enfermedades. Y concluía con una alarmante conclusión: «los pobres irán al algoritmo, oscuro y sobornable, y los ricos irán al doctor». Efectivamente, el mamporrero y contaminado Baltasar Garzón ingresó en una clínica privada. El emérito se hizo los bypass el pasado año en otra.

Eduardo Galeano dejó escrito en “Las venas abiertas de América Latina” que el aumento de una décima en los intereses de la deuda externa de cualquier país en desarrollo llevaba adherido la muerte de un determinado número de personas. Cada décima la cifra se multiplicaba. Se trataba también de una simple ecuación de lógica, de un autor que no era matemático, sino observador literario. La misma deducción que hacen quienes se apegan al argumento del «coma económico».

Efectivamente, el coste económico de la crisis sanitaria y económica va a ser histórico. Autónomos, pequeñas y medianas empresas, servicios sociales, ayudas institucionales, negocios familiares… el futuro es oscuro. Y ante el dilema de euros (incluidos beneficios para los empresarios) o vidas humanas, la elite económica se ha decantado por la primera de las posibilidades. Ahí tenemos a los gestores del capital, desde asociaciones empresariales hasta partidos de derecha, incluidos los de nuestra derecha vasca en JEL, rogando y presionando para que no se detenga la noria capitalista. Al parecer, la salud es secundaria. Hay exceso de mano de obra.

Porque, en definitiva, se trata de mantener ese «sin novedad en el frente». Una aberración en lo sanitario. Si no hay novedad sobre la pandemia es que su ascensión continúa una escalada geométrica. ¿Sin novedad? En lo político, la aplicación descarada de ese 155 que se sacaron de la manga, con la puesta en valor de los símbolos hispanos tradicionales (Ejército y monarquía) no parece tampoco novedoso.

Y lo más sangrante, lo económico. La continuidad, evitar el «coma económico», eternizar la repartición del mercado, esperando a Godot y la explosión de la deuda, que en uno u otro momento llegará, significa que no hay lectura alternativa a la crisis desde el mundo capitalista. Que quieren que todo siga igual.

Si algo deberíamos aprender, sin embargo, es que esta crisis sanitaria y económica debería ser suficiente para mostrar que otro mundo es no solo posible, sino necesario y urgente. Por eso, ese «sin novedad en el frente» del iletrado general Villarroya es una horrible noticia para la mayoría.

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