Siamak Khatami
Politólogo y profesor universitario

Siria: ¡Érase una vez un país estable!

Lo más triste, es que ningún otro país esté pensando en los ciudadanos sirios que tienen que enfrentarse a una miseria de vida todos los días, intentando sobrevivir literalmente bajo la amenaza de la represión y la muerte

Siria, desde que Hafez al-Assad, el padre del actual Presidente Bashar al-Assad, se hiciera con la presidencia en un golpe de Estado (se mantuvo en la presidencia hasta su muerte en junio de 2.000), era conocido por su estabilidad política. Quizá tuviera un régimen dictatorial, pero uno que, por lo menos, mantenía la estabilidad del país. Pero Siria es, también, un país económicamente atrasado y que, además, tiene recursos naturales insignificantes, un poco de petróleo, pero muy poco, y nada más. Por eso, el régimen sirio siempre ha tenido que intentar atraer amigos de entre potencias extranjeras basándose en los intereses estratégicos y, a veces, comerciales, de otros países.

Ahora vemos que teníamos razón los que expresábamos dudas sobre la capacidad de Bashar al-Assad para gobernar. Y la única manera que se le ha ocurrido para continuar en la presidencia, es la represión total, incluyendo matanzas de gente inocente, con incontables miles de personas ya asesinadas por sus fuerzas militares y policiales. Muchas más personas han sido gravemente heridas, o han tenido que huir y refugiarse en Turquía.

Y el otro aspecto frustrante de la violencia en Siria, es que los demás países, en vez de tener en consideración a la gente inocente que es objeto de la violencia del régimen de al-Assad, consideran más importantes sus intereses imperialistas –intereses que a veces se definen en términos económicos, pero otras veces en términos estratégicos–.

En el caso de Rusia, tiene intereses claramente económicos: Siria es, además de Irán, el único «cliente» importante que queda para Rusia en el Oriente Medio. El gobierno ruso ha visto que, tanto en el caso de Iraq cuando los estadounidenses lo ocuparon en 2003, como en el caso de Libia durante la llamada «primavera árabe», todos los contratos que las empresas de esos dos países tenían con Rusia, se anularon, y se adjudicaron contratos nuevos a empresas occidentales, incluyendo, entre otras, Repsol, que ahora disfruta de contratos muy lujosos para la explotación de los recursos naturales de Libia. Los rusos, obviamente, no quieren que la historia se repita otra vez en Siria. Y es por eso que intentan encontrar una «salida» para el régimen de al-Assad diferente de lo que quieren las potencias occidentales.

El régimen iraní también favorece el status quo en Siria, pero por razones diferentes que los rusos: en el caso iraní, el régimen de ese país tiene intereses más estratégicos que comerciales: Siria es la vía principal para la ayuda que Irán envía a la organización Hizbolah (“Partido de Dios”) en el Líbano, una organización que actúa a la vez como partido político y grupo armado de resistencia contra Israel, y sus puntos de vista son idénticos a los del régimen iraní.

Esa misma razón estratégica que tiene Irán en el mantenimiento del régimen sirio en el poder, es la que causa que Arabia Saudí esté en contra del régimen de al-Assad. Los saudíes ven en Irán a su adversario más temible; por eso, cualquier cosa que reduzca la influencia de Irán, los saudíes lo ven como beneficioso. Es curioso que tanto Arabia Saudí como Irán, tienen regímenes fundamentalistas, extremistas y absolutistas y, además, en ambos casos, esos regímenes quieren extender su influencia en tantos sitios del mundo como posible –ven la extensión de su influencia como la extensión de su poder–. Pero al mismo tiempo, esos dos regímenes han encontrado, el uno en el otro, unos adversarios temibles. Como lo apunta el dicho famoso: «el enemigo de mi enemigo, es mi amigo». Así que los saudíes han decidido apoyar a los opositores al régimen sirio.

En los casos de EEUU e Israel, sus intereses son algo más matizados que los de Arabia Saudí. Israel y EE.UU también han encontrado en el régimen iraní a un enemigo importante. Israel como EEUU también están interesados en reducir, si no eliminar, la influencia de Irán en otros países. Y claro que los dos se interesan en cortar los lazos de Siria con Irán. Sin embargo, Israel y EEUU definitivamente no quieren que un cambio de régimen en Siria signifique la llegada al poder de ningún grupo islamista. Y saben que, entre los opositores que están luchando contra el régimen de al-Assad, hay fundamentalistas islamistas.

Si ellos llegan al poder, para Israel y EEUU significa que «la solución puede ser peor que el problema». Es aquí donde los intereses de Arabia Saudí divergen de los de los EEUU e Israel. Estos dos últimos, de un lado ayudan –a cuentagotas–, a los opositores de Siria pero, de otro lado, no quieren tomar medidas tan drásticas que faciliten la llegada de esos opositores al poder, temiendo lo que puede pasar si los fundamentalistas islamistas toman el poder en Siria. Prefieren ayudar a los opositores poco a poco y, mientras tanto, ver y analizar el escenario que se desarrolla cada día, para planear por cualquier contingencia que se pueda desarrollar en Siria.

 

Mientras tanto, las potencias europeas simplemente no muestran mucho interés en lo que pase en Siria –porque Siria simplemente no tiene muchos recursos naturales que los europeos puedan aprovechar y explotar–. Se limitan a apoyar los intereses estratégicos de EEUU, pero este apoyo viene con palabras, y poco más. El caso de Siria no es como el de Libia o el de Iraq (por no hablar del caso de Kuwait después de que repelieran a las fuerzas invasoras iraquíes): no hay beneficios económicos y contratos lujosos para satisfacer intereses imperiales europeos.

El régimen sirio, mientras tanto, simplemente parece no saber qué puede hacer, excepto reprimir y matar más. Bashar al-Assad repite una y otra y otra vez, en discurso tras discurso, que hay «conspiraciones por parte de potencias extranjeras» , y dice que esas conspiraciones son la causa de lo que está pasando en Siria. Ya hemos visto que, los definamos como «conspiraciones» o como otra cosa, EEUU, Israel, Arabia Saudí, Irán y Rusia todos están compitiendo por favorecer sus propios intereses en Siria (al-Assad apunta su dedo acusatorio solo contra Israel , EEUU y Arabia Saudí, no contra Rusia o Irán). Y es posible que la represión y la matanza puedan durar por a largo período de tiempo todavía: los líderes de Siria han visto lo que pasó con Qaddafi en Libia, y saben que si ganan los opositores en Siria, el futuro de los líderes actuales de ese país no será de un exilio lujoso y cómodo en otro país sino, más bien, les pasará algo más parecido a lo que pasó a Qaddafi –o a Saddam Hussein en Iraq–. Y es difícil predecir qué parte va a ganar–el régimen sirio, o sus opositores–.

Lo más triste, es que ningún otro país esté pensando en los ciudadanos sirios que tienen que enfrentarse a una miseria de vida todos los días, intentando sobrevivir literalmente bajo la amenaza de la represión y la muerte. Otros países solo parecen tener en consideración sus propios intereses imperiales, definidos en términos económicos o estratégicos. Ellos no son los protagonistas de ningún episodio de la mal llamada «primavera árabe»: ellos son sus víctimas.

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