José Luis Gómez Llanos
Sociólogo

Sobre la vuelta al mundo de Juan Sebastian Elcano

Ahora ya sabemos que los grandes viajes, como la expedición de Magallanes y Elcano, nunca se terminan y por eso se sigue hablando de ello hoy en día.

Ignoro si su taller de pintor existe aún en Getaria, e incluso si, dada su avanzada edad, sigue aún entre nosotros, pero no hubo un forofo más aplicado que él en rehabilitar en aquellos años la figura de Juan Sebastián Elcano. Lo hacía con sus pinturas. Yo por aquella época tras la lectura de la biografía que Stefan Zweig dedicó a Magallanes me acostumbré a visitarle durante varios años seguidos en la década de los años 80 del siglo pasado lo que me permitía chincharle reclamando mayor protagonismo de Magallanes en toda esa extraordinaria hazaña marina. Fueron tardes enteras intercambiando con él en su taller/sala de exposiciones, sobre sus originales técnicas plásticas, así como sobre su «paisano» Elcano de quien realizó un soberbio retrato. Amables charlas que me pusieron en alerta sobre cómo la Historia puede verse troncada. Siempre nos separábamos con mi amenaza de escribir un artículo al respecto.

El debate por saber quién de entre Magallanes o de Elcano dio la vuelta al mundo es absurdo, ya que el almirante portugués es el indiscutible artesano de esa hazaña que solo su muerte impidió concluir. Es como si nos preguntásemos quien de Cristóbal Colon o de Américo Vespucio descubrió América. Pero repito el debate ante todo es absurdo a la luz del resto de enseñanzas de mayor calado que este acontecimiento entraña. Primero la "vuelta al mundo" de Fernando de Magallanes en 1519-1522 esconde todo un universo fascinante y poco conocido: tripulaciones, reyes, pueblos, plantas, encuentros pacíficos o sangrientos, esperanzas y temores. Una vuelta al mundo que ni el mismo sabia al emprender el viaje que estaba a punto de realizar.

Lo que sí se sabía era que existía otro océano, un «Mar del Sur», al otro lado del subcontinente sudamericano. Se conocía porque un conquistador, Balboa, lo había visto desde el istmo de Panamá en 1513. Cuando, tras el descubrimiento del estrecho, la expedición partió hacia este océano, Magallanes lo rebautizó como «Pacífico», pero fue pacífico, para desgracia de los barcos. En efecto, era demasiado tranquilo. Era difícil atrapar los vientos portantes, y los barcos a veces tenían que navegar durante días antes de poder hacer algún progreso real. La gran hazaña marítima de la expedición de Magallanes fue la travesía del Pacífico. En primer lugar, porque no se sabía si era «cruzable» o navegable. En segundo lugar, porque la travesía duraría meses, lo que debería haber diezmado a las tripulaciones por el escorbuto; pero no fue así, porque se habían aprovisionado de tarros de un apio silvestre, recogido antes de embarcarse en la travesía, y rico en vitamina C.

El sueño se extendió de Oriente a Occidente, con fuerza y vigor, abriendo un espacio virgen sobre el que la vieja Europa cristalizó sus propios deseos, su necesidad de alteridad y creencias. Epopeyas del Nuevo Mundo que muestran claramente los modos de interacción entre la historia y el imaginario, siendo América al principio una leyenda en modo de fantasía sangrienta, por momentos inconmensurablemente genocida. A la vista de lo cual el debate sobre la autoría de este periplo náutico, en este caso indiscutible, cobra un interés evidentemente muy relativo.

Ahora ya sabemos que los grandes viajes, como la expedición de Magallanes y Elcano, nunca se terminan y por eso se sigue hablando de ello hoy en día. Magallanes fue un navegante visionario y innovador que con tesón y perseverancia recorrió varias cortes europeas empezando por la suya hasta dar con la de Carlos V. Antes de su embarco en la expedición de Magallanes, Elcano fue capitán de un barco mercante, violó la ley castellana al entregar su barco a los banqueros de Génova en pago de una deuda. Buscando el perdón de Carlos V, se alistó como joven oficial en la expedición que le haría célebre.

En realidad este acontecimiento es un ejemplo entre muchos que dan cuenta de la victoria del acontecimiento sobre la Historia. Una historia a la que se priva de sentido e interpretación. Por todas partes celebramos el regreso del evento, de preferencia espectacular; mediante una historia considerada insignificante, abandonada a viejas doctrinas o a conmemoraciones ociosas. ¿Retorno de la frivolidad? Eterno retorno de un nerviosismo moderno que estalla de impaciencia ante el lento y largo trabajo de los pocos maestros que escudriñan la incansable profundidad de los hechos históricos y sociales.

La historia tradicional de los acontecimientos, está demasiado ahogada en cronologías y anécdotas como para interesarse en la explicación racional del futuro social apoyándose en un pasado veraz. Es de esperar que generaciones de historiadores venideras, libres de toda servidumbre identitaria y nacionalista pueril para reestablecer la capacidad del discurso histórico puedan situarse ante el pasado revisitando mediante una historiografía renovada esta inconmensurable proeza marítima universal.

Casi cuarenta años después he aquí mi compromiso cumplido con al pintor eibarrés Imanol Elorza.

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