Josu Iraeta
Escritor

«Spain is no longer different»

Lo cierto es que a pesar de haber transcurrido seis décadas, su país España, no ha evolucionado tanto como se pretende.

En alguna parte he tenido oportunidad de leer, que la confianza en la democracia termina cuando la sociedad advierte que la actuación de los funcionarios públicos está impulsada por la búsqueda de beneficios particulares en detrimento de los colectivos, lo que origina la desvinculación progresiva, entre esa sociedad y la «cosa pública».

A esto le dicen «corrupción política». Son muchos años y muchas organizaciones de políticos y funcionarios ignorando la honestidad. La historia en el tiempo nos indica que, si no hay transformaciones en el liderazgo, no será fácil recuperar la convicción de que la honestidad tiene valor real, y de que su ejercicio genera recompensas provechosas en términos democráticos.

En el ámbito político, los partidos y los actores políticos deben trabajar en el interés general y desgraciadamente y a pesar de –las promesas electorales– eso hoy no se da en la medida deseable. La corrupción política se está minimizando, se oculta, tanto en su análisis, como en sus consecuencias, y eso se debe fundamentalmente a la perversión que domina el ejercicio de las instituciones.

Dice la historia que, quienes en su comienzo eran una fuerza especial de protección de la Institución Imperial (Roma), terminaron convirtiéndose en una de las principales causas de su corrosión y deterioro.

Los llamados «pretorianos» –de esto se trata– llegaron a ser célebres no por su sentido original, sino por sus acciones posteriores. La metamorfosis fue tal, que su accionar fue el de una fuerza corrupta y descontrolada, que sentía ser omnipotente, hasta el punto de ser quien decidiera el rumbo del Imperio.

La influencia que tenían los «pretorianos» queda lejos de toda duda. Los miembros del pretorio estaban realmente orgullosos de formar parte del mismo, y no era extraño que así fuera. Disfrutaban de multitud de privilegios y no solo económicos, también los derivados de un rango social muy elevado.

Han transcurrido no años, sino siglos, y estamos –una vez más– situados en la cima del escándalo, inmersos en un continuo desatino que se prolonga, porque sin duda cuenta con fervorosos e interesados defensores.

Verdadero enfrentamiento en el que los afectados aumentan sin cesar. Una realidad empeñada en demostrar la larga sombra del régimen franquista, a la que, para hacer frente, los «gestores» actuales de la democracia utilizan el hostigamiento ante la gravedad de las situaciones que se acumulan, pretendiendo crear opinión, aunque no con la intención de resolver, sino de protagonizar la actualidad.

Esto no sirve, no es ese el camino, hay que bucear entre las causas y no perderse en los efectos, aunque estos sean graves, incluso irreparables.

Los españoles no debieran admitir que desde el Tribunal Constitucional se condicione la soberanía nacional española. Así nadie puede pretender un Estado de Derecho.

En un párrafo anterior afirmaba que los partidos y los actores políticos –incluido el extenso y opaco «mundo de la toga»– deben trabajar en el interés general y esto es algo que hoy no se da, en la medida que sería deseable.

La corrupción se alimenta del abuso de poder, y desemboca en la búsqueda de beneficios particulares, debido a la generalización de una cultura de incumplimiento de las leyes.

En los múltiples ejemplos de corrupción a nivel mundial, podemos constatar que este «fenómeno» presenta distintas formas y tener efectos de diverso orden: sobornos, malversación de fondos, enriquecimiento ilícito, obstrucción interesada del cumplimiento del derecho, etc.

A lo largo de los párrafos va quedando definido cómo podemos entender la corrupción, como un abuso de poder delegado para la obtención de un beneficio privado –o de grupo–, tanto económico como de otro carácter. Por tanto, un hecho real vinculado al ejercicio abusivo de un espacio de poder.

Así pues, aquel Spain is different que Manuel Fraga protagonizó en la década de los sesenta de del pasado siglo, tratando de vender al mundo otra imagen del país que representaba, y que en cierta medida consiguió, lo cierto es que a pesar de haber transcurrido seis décadas, su país España, no ha evolucionado tanto como se pretende.

¿Qué otra opinión cabe tras la exposición desarrollada en este trabajo? ¿Dónde reside la diferencia entre las instituciones en que fundamenta su «democracia»?

La razón, la motivación de la redacción de este texto, reside precisamente en la continuidad filosófica y del carácter reaccionario y continuista de las instituciones españolas.

Muy a pesar del ímprobo, denso y continuado esfuerzo de la prensa orgánica española y sus «derivados» aquí entre nosotros, que diariamente nos forman e informan con su profesionalidad, y los que afortunadamente son neutralizados con lo que, desde Europa y algunas editoriales próximas nos llega, podemos oxigenar el intelecto.

De todas formas, es indudable que algo hemos avanzado, pues, cuando Manuel Fraga «cortaba el bacalao» para su jefe, el dictador Franco, no estábamos mejor, ni mucho menos.

A sí pues, y transcurrido el tiempo, España adolece de la misma debilidad democrática que los países europeos que circundan su territorio. Ahora sí puede afirmarse que; Spain is no longer different.

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