Pablo Nabarro Lekanda

Sueños

Durante las pasadas Navidades circuló por las redes un emotivo villancico cantado por niños palestinos que, según dicen, fue censurado en varios países. Fue, sin duda, todo un ejercicio y ejemplo de resiliencia, de reivindicación y de solidaridad para con sus iguales, los miles de niños y niñas víctimas de la barbarie sionista en Gaza (17.000).

Llegado el ansiado alto el fuego, solo cabe desear que este sea lo más largo posible y que especialmente las niñas y niños sobrevivientes puedan, sin el ruido de las bombas, de los drones, de las sirenas, jugar sin mirar al cielo, cantar, recibir una mínima educación y atención sanitaria, comer al menos lo imprescindible y, sobre todo, que a las noches cuando duerman, sueñen.

Un escritor de ciencia ficción se preguntaba si los androides soñaban con ovejas eléctricas. Yo, más prosaico, me he preguntado una y mil veces si las niñas y niños, no solo los palestinos, también todos aquellos que viven situaciones extremas de hambre, de conflictos bélicos, de migraciones forzadas... que son millones en el mundo, ¿pueden soñar? Y si lo hacen, ¿Qué sueñan? Seguro que en ovejas eléctricas, no.

«¡Hay que soñar!», clamaba un intelectual progresista. La vida es sueño y los sueños... sueños son, escribía Calderón. Los sueños son mensajes de las profundidades, lo oí en una excelente película de ciencia ficción. Las utopías son sueños a fin de cuentas, pero son imprescindibles para el progreso de la humanidad.

Yo, como en la canción, gauean amets egin dut. En él vi cómo los cuerpos de los niños y niñas víctimas del genocidio israelí se convertían en almas de construcción masiva y cuan misiles hipersónicos salían disparadas de sus tumbas hacia todas las direcciones del planeta. Sus objetivos no eran indiscriminados. Eran los centros neurálgicos del poder político, económico, militar y digital del mundo: parlamentos, grandes corporaciones bancarias, oligopolios energéticos y farmacéuticos, centros de inteligencia militar (oxímoron flagrante), superordenadores algorítmicos, almacenes nucleares... Así hasta 17.000 objetivos selectivos.

Estas almas de construcción masiva lograron superar todos los escudos antiaéreos habidos y por haber. Lograron uno a uno sus objetivos con absoluta precisión, generando unas enormes implosiones de amor y solidaridad. Sus ondas expansivas se extendieron por toda la faz del planeta llegando a lugares recónditos, hasta entonces desconocidos. Había estallado la Paz Mundial.

Cuando desperté del sueño retorné a la cruda realidad con la dificultad añadida de una lumbalgia que me impedía ir a la escuela de Tai Chi que hay cerca de mi casa y a la que acudo con regularidad. Pongo la radio, oigo las noticias y el mundo sigue caminando inexorablemente hacia el caos, a la entropía.

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