Tontos del culo
Desde que los alardes de Irun y de Hondarribia dejaron de ser una fiesta, para convertirse en deplorable espectáculo, me he negado a presenciarlos, incluso cuando se celebran en fin de semana, y el desplazamiento no se riñe con las obligaciones laborales. Pero este año he incumplido rotundamente la norma. El empeño de una amiga me ha obligado, ya no a contemplarlo, sino incluso a desfilar en Hondarribia.
Ante todo, quiero señalar que me impresionaron las máscaras que sobresalían del plástico negro, tras las que se ocultaban las heroicas defensoras del alarde tradicional. Por cierto, la palabra “máscara” procede del árabe “másĥara”, que significa ´bufón, payaso, persona risible`, probablemente influida por el dialectalismo italiano “masca”, cuyo significado es ´bruja`, palabra que, a su vez, procede del latín tardío “masca” de significación ´fantasma`. No quiero decir nada especial con este repaso etimológico. Es simple información. Pero me gustó que entre ellas y yo hubiera un muro de plástico que diferenciara a unas de otras.
Asombroso me pareció también que haya personas que renuncian al plácido sueño, para asegurarse una plaza en primera fila de la acera y poder manifestar su desprecio al alarde mixto dándole la espalda cuando pasa. La parte trasera del cuerpo siempre ha estado ligada a lo ruin, a lo cobarde, o a lo inconsciente. “Dar una puñalada por la espalda”, “hablar mal a espaldas del interesado”, “vivir de espaldas a la realidad”, “dar la espalda al progreso”, son expresiones que no nos gustaría que fueran aplicadas a nosotros. Las comedias del dramaturgo barroco Andrés de Claramonte se caracterizan por poseer todas un personaje que da la espalda a otro en señal de desprecio, y que acaba resultando ser el insensato de la obra.
“Dar la espalda” es también lo contrario de “dar la cara” (en Cuba a esta actitud insultante se le llama “jurtacuerpo” o “hurtacuerpo”, es decir, algo así como “ocultacara”). Es la postura que adopta el que no tiene argumentos. Quien no acepta en el desfile la presencia de la mujer soldado porque hay que respetar las formas de la histórica revista de armas, no sabe explicar por qué, entonces, hay uniformes, si el alarde foral no los tenía; por qué se permiten las incongruencias de tiempo y lugar de las vestimentas napoleónicas y de la cantinera, figura esta que surgió en las largas campañas de los ejércitos bonapartistas para satisfacer de vino y sexo a los soldados, y que nunca tuvo nada que ver con la antigua muestra de armas; por qué se acepta la presencia de madrileños o extremeños, cuando en el alarde foral no había más que autóctonos; por qué desfila la caballería, cuerpo militar inexistente en el alarde histórico… Y tantas otras características que demuestran que esta fiesta no es más que una copia de finales del S. XIX de muchos otros festejos europeos iguales, sin ningún valor histórico.
Son muchos los que, a lo largo de los siglos, dieron la espalda a la realidad, al sentido común, a la razón, o a sus conciudadanos. Se creyeron por ello personajes con título para entrar en la Gloria. Pero no pasaron de personajillos que, en lugar de ocupar las páginas de la Historia, fueron condenados a perdurar en sus porquerizas. Cuenta Séneca que cuando el estratego ateniense Arístides (quien, haciendo honor a su nombre, fue “el mejor de los griegos”, en palabras de Herodoto) desfilaba camino del injusto destierro, un espectador le escupió. Arístides se volvió al magistrado que lo acompañaba (equivalente al ertzaina del alarde) y le dijo: “Advierte a ese que, en adelante, no escupa con tanta descompostura”. Elegante manera de señalar que la vejación no denigra a quien la recibe, sino a quien la hace. La Historia no recuerda el nombre del puerco; de Arístides nos cuenta todo.
Por último, quiero hacer notar que “dar la espalda” es eufemismo de las expresiones más vulgares “dar el culo”, “ponerse de culo”, o “enseñar el culo”. Es esta parte del cuerpo, desde siempre considerada la más impura, la que proporciona a la actitud su sentido despectivo e insultante. Quienes defienden sus causas enseñando sus posaderas como sitio en el que radica su capacidad de raciocinio, deben saber que existe para ellos otro título que no da derecho a la gloria: el de “tontos del culo”.