Siamak Khatami
Politólogo

Túnez: ¿el fracaso de una ilusión democrática?

Se suponía que Túnez era el único país donde la Primavera Arabe de 2011 resultó en un cambio exitoso a la democracia. Muchos todavía se aferran a la esperanza de que ese cambio exitoso no resulte ser solo una ilusión.

Túnez era el único país del Oriente Medio y el Norte de Africa donde la Primavera Arabe de 2011 resultó en un giro del autoritarismo hacia la democracia. En todos los otros países que se pueda incluir en aquel experimento, o los regímenes autoritarios al final consiguieron mantenerse en el poder o volvieron al poder después de un pequeño intervalo (como en los países del Golfo pérsico o en Egipto), o hay guerras civiles que continúan incluso hoy en día (como en Libia, Siria o Yemen). Túnez parecía ser el único caso del triunfo de la democracia.

Sin embargo, es obvio que la tendencia en Túnez se está revirtiendo hacia el autoritarismo con el presidente actual, Kais Saied. Aunque también hay que considerar que mientras es verdad que el régimen tunecino está girando cada vez más hacia el autoritarismo, también es verdad que hay muchos tunecinos cuyas prioridades son la estabilidad y la seguridad económicas, y solo después consideran si quieren vivir en un régimen democrático o en uno con un déspota al mando. Primero quieren vivir, y eso significa tener más posibilidades de conseguir trabajo y satisfacer sus necesidades «básicas»: comida, luz, gas, una vivienda etc. Solo cuando tengan estas necesidades satisfechas, solo entonces empiezan a pensar si su régimen está suficientemente democrático, o no. Y en eso, los tunecinos no son diferentes que los ciudadanos de otros países.

Pero también es verdad que no solo en Túnez, sino que en la mayoría, si no todos, los países, la gente llega a un punto en que sus necesidades básicas pueden satisfacerse y, llegados a ese punto, si no se dan pasos para satisfacer esas necesidades, es normal que la gente eche la culpa de ese fracaso al gobierno de turno, o al régimen. Ese es el caso tanto si se habla del presidente Kais Saied de Túnez, como de Abd el Fatah Al Sisi de Egipto, como de Ebrahim Eaisi el presidente de Iran o Ali Jamenei el Líder Supremo de la misma república islámica, y también muchos otros gobernantes. Ellos (rara vez son ellas) diseñan las constituciones de sus respectivos países para que sirvan sus propios intereses. Si no les gustan algunos parlamentarios, u otros políticos de turno, cambian las leyes que rigen los partidos y las elecciones; si no les gustan los jueces, los destituye y cambian por otros que sean más obedientes; si quieren extender sus periodos como gobernantes de sus respectivos países, cambian las constituciones para extender esos periodos indefinidamente (como también ha hecho Vladimir Putin en Rusia), etc. En resumen, los presidentes y otros líderes de bastantes países en diferentes partes del mundo tienen una tendencia más que obvia a moldear los sistemas de sus respectivos Estados no para servir a la mayoría de sus ciudadanos, sino para servir sus intereses particulares. Claro que siempre hay grupos de ciudadanos que pueden estar de acuerdo con las decisiones de los presidentes o líderes de turno –por ejemplo, en el caso de Iran, hay personas que pueden ser islamistas radicales o moderados–; en el caso de Túnez, puede haber ciudadanos que simpatizan con Kais Saied incluso cuando sus políticas muestran una deriva hacia el despotismo; en el caso de Egipto, hay ciudadanos que aceptan su situación aunque vean que el propósito de Al Sisi es solo mantenerse en el poder como presidente, etc. Quizá hasta cierto punto, se pueda argüir que algunos ciudadanos en diferentes países han sido sujetos de procesos de «lavado de cerebro» por parte de sus líderes. Pero eso solo puede explicar una parte de los altos porcentajes de popularidad del que gozan aquellos líderes. No solo en el Oriente Medio y el Norte de Africa: por ejemplo, Putin goza de entre setenta y ochenta por ciento de popularidad entre los rusos. Pero es difícil argumentar, con una cara seria, que hasta un ochenta por ciento de los rusos ha sido sujeto de un lavado de cerebro. En bastantes casos, como Iran o Egipto, es importante tener en cuenta que el régimen también cuenta con la lealtad de las fuerzas armadas del país en cuestión. Hay algunos casos en los que miembros de las fuerzas armadas se unen a la oposición, o incluso que lideran golpes de estado. Pero esos casos no son tan frecuentes. En resumen, en la mayoría de los casos, el régimen puede contar con las fuerzas armadas como un elemento represivo que deja al régimen las manos libres para mantenerse en el poder. Es verdad que eso convierte la gobernanza en un reino de terror. Pero también es verdad que cuando eso ocurre, los ciudadanos están tan aterrorizados que necesitan que la situación de su país sea tan grave que de verdad no les deje ninguna alternativa para que ellos actúen; necesitan creer de verdad que rebelándose contra el estatus quo de su país es la única opción y que ellos no tienen nada que perder excepto sus cadenas, como diría Carlos Marx en “El Manifiesto Comunista”. Y necesitan creer que tienen que rebelarse, que no hay otra alternativa que una revolución. Y allí nos topamos con otro problema. Iran, entre otros países, ya ha pasado por una revolución en la época moderna/contemporánea: en el caso de Iran, la revolución de 1978-1979 que trajo al poder al actual régimen iraní. Y aunque seguramente la mayoría de los iraníes están insatisfechos con la actuación del actual régimen, no están preparados para otra revolución que puede complicar aún más el escenario. Cuando la revolución de 1978-79 sucedió, la absoluta mayoría de los iraníes tenía ilusiones y sueños de todas las maneras (política, económica, social) que la situación del país iba a mejorar. ¡Ahora, muchos iraníes estarían muy felices si vuelve el hijo del último Shah y se proclama nuevo Shah! Pero ahora, si hay una revolución nueva, el grupo más organizado y mejor preparado para sustituir al actual régimen, es un grupo llamado Muyahedin-e Jalq, («los Guerreros del Pueblo» en persa), un grupo que mezcla elementos del Islamismo con elementos del Marxismo, y ni los analistas ni el público en general están convencidos de que esa mezcla pueda mejorar la situación del país.

En el caso de Túnez, el régimen incluso había escogido la fecha más idónea (según el propio régimen) para celebrar el referéndum: el 25 de julio, en un fin de semana largo con lunes festivo incluido, en medio de un verano muy caluroso cuando la absoluta mayoría de los ciudadanos escogió no ir a votar: solo el 27.5% lo hizo, pero después, el régimen, para salvar un poco la cara, anunció que había votado el 30.5% y luego «maquilló» las cifras que saludan de las urnas acorde a eso. Kais Saied incluso destituyó a los miembros de la comisión electoral, poniendo en su lugar a otras personas más obedientes a el mismo. Miembros del parlamento pierden su poder de destituir al presidente, además de perder parte de su inmunidad parlamentaria. Aunque la Primera Ministra tiene poder para destituir a ministros, solo el presidente tiene la potestad tanto para escoger como para destituir a ministros, lo que convierte a los ministros en criaturas del presidente.

Y la nueva constitución no especifica si el Parlamento va a ser elegido directamente por los ciudadanos, o, como el presidente prefiere, indirectamente por consejos locales.

Además, los ciudadanos tuvieron menos de cuatro semanas, desde el anuncio público de la reforma constitucional, antes de votar en el referéndum. El partido islamista Ennahda, que tiene mayoría en el parlamento, favoreció el boicot. Y el sindicato de trabajadores más importantes del país, no tomó ninguna posición al respecto.

Quizá todavía sea pronto para recurrir a la violencia política. Se suponía que Túnez era el único país donde la Primavera Arabe de 2011 resultó en un cambio exitoso a la democracia. Muchos todavía se aferran a la esperanza de que ese cambio exitoso no resulte ser solo una ilusión. Pero si la deriva autocrática continúa, es inevitable que los tunecinos lleguen aclarar conclusión que no habrá esperanza sin una revolución nueva y violenta.

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