Santi Martínez
Responsable área socioeconómica CCOO de Euskadi

Un buen punto de partida

Desde esa «frecuencia» compartida, estamos obligadas a no apartar la mirada, aunque no nos falten las ganas, del reflejo callejero e ideológico de una ultraderecha parlamentaria que, despectivamente, califica como «paguita», un mecanismo organizado de solidaridad entre anónimas.

El cantautor Leonard Cohen contaba en el discurso de agradecimiento del premio príncipe de Asturias que solamente cuando leyó las obras de Federico García Lorca comprendió que «tenía una voz».

La referencia nos puede servir como homenaje a Lorca, y más en este momento de envalentonamiento de las posiciones de extrema derecha, pero también nos puede interpelar sobre «nuestro Lorca particular», a quién, y a través de qué, «damos voz» a las personas más vulnerables de nuestra sociedad.

Cuando un debate tan importante como el modelo de garantía de rentas del que nos dotamos, finalmente, llega al boletín oficial del estado, más allá de la opinión que nos merezca la norma, debemos felicitarnos porque hay una intención de «dar voz» y afrontar con hechos el combate contra la extrema pobreza.

El debate sobre modelos de garantía de rentas no es nuevo. El propio Real Decreto que aprueba el Ingreso Mínimo Vital (IMV) reconoce en su preámbulo «el fuerte impulso para el desarrollo del ingreso mínimo vital de la Iniciativa Legislativa Popular» que presentó CCOO en febrero de 2017, porque ha sido, «la primera propuesta relevante en este ámbito». En este sentido seguimos reclamando que se tome en consideración la ILP porque servirá para complementar los vacíos de cobertura del sistema, aún con la entrada en vigor del IMV.

Es de justicia que valoremos esta norma teniendo en cuenta su objetivo, prevenir el riesgo de pobreza y exclusión social de las personas, ni más, ni menos. Si nuestro enfoque en su valoración es, por ejemplo, el de las oportunidades perdidas para la aprobación de una renta básica universal, nos estaríamos equivocando. Una crítica hacia la norma con ese prisma no sólo está desenfocada, con respecto al objetivo de la misma, sino que además corre el peligro de parecer ubicada en el tono ventajista de esa parte privilegiada de la ciudadanía que nos alecciona sobre rentas básicas, sin necesitarlas.

Además creo que es bueno valorar la norma resaltando algunas de las características que la hacen relevante, no sólo por su importancia, sino porque ha empezado un camino de no retorno que puede servir de base real (y publicada), para afrontar debates como el que señalaba antes, pero no tan desenfocados.

La forma jurídica de la prestación como derecho subjetivo tiene un carácter garantista indubitado. Su ámbito territorial abarca al conjunto del estado y el temporal es permanente. Esas tres características, más la sedimentación en la norma de la «falta de ingresos» como el requisito fundamental para el acceso a la renta, nos indica un camino que puede hacernos explorar vías más eclécticas sobre garantías de rentas mejoradas, que se universalicen cuando no tengamos ingresos, pero que, sin embargo, no se condicionen a más requisitos.

En Euskadi, con la entrada en vigor del IMV, previsiblemente el Gobierno Vasco va a generar un ahorro considerable. Es el momento para apostar en serio por nuestra Renta de Garantía de Ingresos. Estamos ante una oportunidad histórica para redimensionarla. Es necesario que el Gobierno Vasco abandone las pretensiones de reforma de la RGI sin consenso, y apueste por la cohesión social con mayúsculas, tan necesaria como urgente, ante la crisis económica derivada de los efectos de la pandemia. Debemos mejorar la intensidad y el tamaño de la cobertura de nuestra RGI hacia todas las personas que la necesitan y que no han podido acceder a ella.
En definitiva, no se trata de firmar adhesiones a ciegas, pero es necesario que levantemos la mirada, el IMV es una forma de empezar a dar voz, quizá todavía con pocos decibelios, pero se trata de que entre todas acordemos ir subiendo el volumen. Defender el Ingreso Mínimo Vital (IMV) es la mejor manera de empezar el camino para mejorarlo.

Desde esa «frecuencia» compartida, estamos obligadas a no apartar la mirada, aunque no nos falten las ganas, del reflejo callejero e ideológico de una ultraderecha parlamentaria que, despectivamente, califica como «paguita», un mecanismo organizado de solidaridad entre anónimas. Quizá Leonard Cohen nos ayude a ubicarnos: «A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están al otro lado».

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