Ion Collar Rioseco

Un tweet, tres artículos y la vida de Rafael, mi aitona

En esa búsqueda de la verdad, en ambos artículos, creo que como sociedad nos resulta necesario conocer las acciones de «Josu Ternera» (enfoque de Antonio Maestre) y las aportaciones de Josu Urrutikoetxea (enfoque de Jonathan Martínez) para completar una memoria compartida.

04:30 del 3 de agosto, noche de domingo a lunes. En cuatro horas estaré cruzando la puerta del Ayuntamiento de Errenteria para seguir asumiendo mis responsabilidades públicas, políticas y sociales como Concejal de Cultura y Teniente de Alcalde. Pensé que tendría un fin de semana relativamente tranquilo disfrutando de mis hijas, a pesar de la pandemia y esta nueva/fatídica normalidad.

Pero las últimas 48 horas no han sido tranquilas, o por lo menos no me han sido tranquilas, lo que lleva a ponerme a esta horas delante del folio en blanco para volcar mis sentimientos y vivencias surgidas tras el tweet del abrazo a Josu Urrutikoetxea, los posteriores artículos de Antonio Maestre y Jonathan Martínez y el artículo de Leyre Iglesias sobre el «actor Melitón Manzanas».

No tengo la verdad absoluta, ni lo pretendo, ni creo que nadie la tenga, solo quiero con estas palabras, párrafos, texto, sentimientos y vivencias, contar mi verdad y la de mi entorno cercano. Me gustaría aportar otra visión complementaria para sumar este relato a una memoria compartida, sin engañar a nadie. Y para no engañar a nadie, permitidme que me presente, puesto que creo que es necesario para poder entender el enfoque de este texto.
    
Soy Yon Collar (aunque desde que tengo uso de razón lo he escrito Ion), nacido en 1978 en Errenteria. Estudié en la Ikastola Orereta y luego pasé a estudiar Imagen y Sonido en Andoain, especializándome en cine y TV. En la actualidad, soy portavoz del grupo municipal de Elkarrekin Podemos IU en esta legislatura con la alcaldesa Aizpea Otaegi y también en la anterior con Julen Mendoza (ambos de EH Bildu); al igual en ambas legislaturas, miembro de la mesa de Paz y Convivencia del Ayuntamiento. Vasco, euskaldun, republicano y no independentista.

Retomo a mi sentir de estas últimas 48 horas convulsas, intensas, incluso contradictorias. Como comentaba previamente, quiero utilizar estos tres artículos para hilar bajo mis vivencias la interpretación de lo sucedido y poder aportar mi granito de arena para construir una memoria compartida, alejada del interés de imposición de un único relato en beneficio de la convivencia entre diferentes, diferentes con un mismo fin: la no repetición de lo sucedido, clave en mi incorporación a la política activa pública desde otros espacios más sociales.

Voy a incorporar a un «actor» para poder vehicular el texto sobre los tres artículos mencionados, ese es Rafael Rioseco, mi aitona (abuelo en euskara), mi amigo, mi cómplice, mi referente político más allá de Anguitas, Mandelas, Otegis, Adams o Felipes.

Mi aitona Rafael, nacido en Errenteria, fue un comunista sin carnet, conscientemente, para poder tener libertad de movimiento aportando y ayudando a su entorno cercano en tiempos de Franco; a su vez sin tener que estar atado a una disciplina de estructura política. Fue detenido en la la sidrería cercana a las escuelas de Ayerbe con propaganda ilegal. Detenido por orden de Melitón Manzanas, salvajemente torturado y encarcelado.

Desde muy pequeño supe de su detención y encarcelación, que había cerrado la cárcel de Ondarreta y había «inaugurado» la de Martutene. Sabía que lo detuvieron por propaganda ilegal, sabía que recolectaba dinero para los presos del pueblo, sabía que compartió encierro con gente diversa, comunistas, anarquistas y conocidos nacionalistas como Xabier Olaskoaga, Amiano, Murua, Lasa o Garmendia, que entre todos compartían la poca comida que les llegaba; porque siempre defendió que lo que los unía era más de lo que les alejaba, más en tiempos de dictadura. Todos y cada uno de ellos tenían el sentimiento de pertenencia a la misma comunidad, al mismo pueblo. Rafael no tenía la cultura de los libros sino la inteligencia natural del pueblo para cuidarlo. Incluso varias veces me comentó que celebró más la muerte de Melitón Manzanas que la de Carrero Blanco o incluso Franco. Esto, la verdad, yo no lo entendía mucho. Lo supe muchos años después, en sus últimos meses de vida.

Siempre entendí que fue detenido y encarcelado por su actividad política, pero había algo que en mi niñez no me cuadraba. Ninguno de mis amigos podía quedarse a pasar la noche en nuestra casa, teníamos sitio suficiente, a pesar de convivir siete personas, había cierta normalidad en el día a día. Pero al caer la noche, mi aitona, mientras dormía solía hablar, incluso gritar. Yo lo tenía normalizado, tanto que no era consciente de lo que podía suponer para alguien que no compartía hogar con nosotros, nací y crecí con ello, con él.

A los veinte años, por mis estudios y oficio marché a Madrid a iniciar mi carrera en el cine; joven, con ilusión y cierto sentimiento de fortuna de trabajar en lo que era mi pasión; pero tenía que hacerlo lejos de Errenteria, de mi familia y de mi cómplice. Solía venir a menudo, potear con el aitona, ver la pelota y el boxeo solos en la cocina, charlar de «nuestras cosas», hasta que lamentablemente llegó el diagnóstico sobre el dolor que tenía en el brazo; era metástasis. El cáncer ya estaba comiendo sus huesos, tragándose su vida rápidamente. Tras los diferentes ingresos, decidimos que lo que le quedase de vida lo pasase en casa. Dejé Madrid para acompañarlo en sus últimos meses, trasladamos a la amona (abuela en euskera) a mi habitación y yo me instalé en su habitación en la cama contigua para asistirlo a las noches. Noches que no fueron fáciles, cuando el efecto de la morfina desaparecía, el dolor y cierta consciencia volvían.

Una noche de esas, con los ojos bien abiertos, me contó las barbaridades que Melitón Manzanas y su equipo le hicieron, no puedo redactarlas, pero puedo asegurar a Leyre Iglesias, que no fue una obra de teatro representada por «actores», sino una tragedia en diferentes actos dirigida por unos, que se sabían impunes, torturadores. Es por ello, por la memoria de mi aitona y muchas personas como él, no puedo aceptar textos o pronunciamientos de blanquear a fascistas y torturadores; por lo que me lanzo (y vacío) en este texto como contraposición a ese relato. Lo hago con la palabra, con respeto y sin violencia, odio o rencor.

Mi aitona, me enseñó que viviendo sin odio ni rencor, se puede discutir, debatir, acordar, saludar, estrechar la mano incluso abrazar a alguien que esté en las antípodas ideológicas, incluso a alguien que con sus palabras y acciones te ha causado daño, siempre que se haga desde la verdad y sinceridad. Porque para vencer hay que convencer, y para ello la mejor de las «armas» es, la verdad.

Sobre la verdad y la importancia de esta en todo este proceso de construcción de convivencia en Euskadi, quiero afrontar el tweet y los consecuentes artículos de Antonio Maestre y Jonathan Martinez sobre los abrazos a Josu Ternera y/o Urrutiketxea. Y me agarraré a una frase que solía repetir mi aitona: «debo de hacer todo lo que esté en mi mano para que nadie sufra lo que yo he sufrido».

Y desde la verdad, desde la sinceridad plena que estoy descargando en este texto, quiero contaros una anécdota, o más bien lección que me dio Rafael en vida que me hizo cambiar el «chip». Con todas las historias de la guerra y de cárcel que tenía, un día le pegunte si no odiaba a los del Partido Popular y se avergonzaba de su cuñado Manolo. Mi tío Manolo, en la época dura del plomo, era cargo orgánico y público del Partido Popular, vivió muchos años con escolta por su pertenencia y actividad política, de la cual, debo confesar que en aquella época yo, me avergonzaba e intentaba ocultar. Su respuesta fue simple y contundente, incluso creo que fue la única vez que mi aitona se enfadó conmigo. Esa respuesta la llevo grabada a fuego «cómo voy a odiar a alguien por pensar diferente y avergonzarme del marido de mi hermana pequeña, que es de las personas que más quiero en el mundo si ella quiere compartir con el su vida y yo no quiero que nadie sufra». Desde aquel día empezaron a cuadrar muchas de mis contradicciones, aunque diferentes, hoy también las tengo.

Os preguntaréis que tendrá que ver esta anécdota/lección con el tweet y los artículos sobre el abrazo. Es sencillo y a su vez complicado de explicarlo correctamente o como yo pretendo.

Ambos artículos, aunque son de enfoque diferente, dan datos objetivos y entremezclan sentires de sus autores, como intento en este texto. Son complementarios, absolutamente complementarios y así los interpreto desde mis contradicciones. Ambos son consecuencia del tweet de la cuenta oficial de EH Bildu mandando un abrazo a Josu Urrutikoetxea y sus allegados. En mi opinión, desde mi pertenencia política y desde mis vivencias desarcertado doblemente. Primero, por el posible daño que pueda causar a las víctimas de la violencia de ETA; y segundo, porque estratégicamente diluye la importancia de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el «Caso Bateragune», un juicio que jamás debió existir, ni realizarse las detenciones que se dieron.

Evidentemente, no pertenezco a esa formación política, incluso se me podría achacar de no tener que hacer este tipo de valoración, lo puedo reconocer. Tampoco comparto ciertos posicionamientos de dicha formación, lo reconozco abiertamente. Pero si me reconozco como parte de la sociedad vasca, plural que desde la izquierda podemos compartir espacio con todas aquellas personas y formaciones que luchen contra las desigualdades, la precariedad y construyan desde el feminismo y ecologismo poniendo a las personas en el centro de su acción política, incluso participando de la reclamación del derecho a decidir no siendo independentista. Todo, o casi todo, tiene cabida y acuerdo posible trabajando desde la honestidad.

Un persona presa, gravemente enferma, debe ser excarcelada para poder abrazarse a los suyos. Una víctima, de las diferentes violencias políticas, debe conocer la verdad para abrazar la justicia y la reparación. Creo que la sociedad vasca, para poder abrazarse a su pasado reciente, necesita honestidad y sinceridad de los actores políticos «militantes» y «militares». En esa búsqueda de la verdad, en ambos artículos, creo que como sociedad nos resulta necesario conocer las acciones de «Josu Ternera» (enfoque de Antonio Maestre) y las aportaciones de Josu Urrutikoetxea (enfoque de Jonathan Martínez) para completar una memoria compartida alejándonos del intento de imposición del relato único, el marco: los derechos humanos y la verdad, aunque duela, tan necesaria para abrazar la convivencia real.

No me ha resultado nada fácil este texto sobre dos buenos artículos, de dos buenos periodistas. Sinceramente, suelo preferir leer los textos de Edurne Portela y escuchar/aprender de cada una de las reflexiones de mujeres valientes como Maixabel Lasa, María Jauregi, Pili Zabala, Naiara Zamarreño, Maider García o Rosa Lluch entre muchas.

No quiero terminar este texto sin mandar un abrazo y pedir perdón a mi tío Manolo por aquellos sentimientos que tuve de joven; nunca lo he dicho, ni te lo dije, aunque tarde, quiero que sepas lo que me enseño Rafael. Bihotzez Ion.

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