Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Una nota aclaratoria

He llamado a una transnacional que envía los encargos a casa y he solicitado una determinada prenda que quiero regalar por su cumpleaños al más pequeño de mis nietos, por el que tengo un tierno y especial cariño por ser el fruto tardío de la familia. La señorita que me atendió –tras endosarme una prolija grabación de ofertas, que empezó brindándome lo último en calzoncillos (el lema era: «Con esta prenda nunca le amarán a usted bastante») y acabó con una regadera para el verano–; repito, la señorita que me atendió, me preguntó por la talla de mi nieto. Le dije que no tenía ni idea, pero que la última vez que le midió su madre, la cinta métrica había dado 155 centímetros.

La señorita apuntó el dato así como la dirección mía y de mi nieto para realizar el envío y le dije que él vivía en Cataluña, en un pueblo de la Costa Brava. Exclamó entonces con una voz muy comercial, pero lógica: «¡Qué casualidad!… Seguirá usted sin duda ese juicio llamado procés contra los terroristas vascos». Le dije que Dios y el juez Llarena me librarán de romper España, sobre todo teniendo en cuenta la bronca de mi mujer tras estrellar contra el suelo, merced a mi parkinson, una magnífica fuente de cerámica gallega que había heredado de su abuela y que tenía atractivamente pintado en el fondo un gallo que celebraba con un espléndido kikirikí la guerra de liberación de las Comunidades de Castilla (Por cierto ¿qué ha sido de Izquierda Castellana?).

Al final, tras certificar mi petición del regalo para mi nieto y darle mi nombre, inquirió que si se trataba del escritor que aún existía con igual nombre y al asegurarle yo que sí, mi colocutora se apresuró a indicarme que también habían lanzado una edición en diez tomos con la obra completa de don Marcelino Menéndez y Pelayo a un precio increíblemente bajo. Le dije que de antiguo ya permanecía en mi biblioteca “La Historia de los heterodoxos españoles”. Y al comprobar que poseía ese libro colgó la señorita con una voz que sonaba a castañuelas: «¡Igual que mi abuelo, que también era de Santander!».

De este revoltijo coloquial partieron unas nuevas reflexiones mías acerca de este país y sus elecciones, que casualmente empalman con lo que vengo escribiendo sobre España y don Marcelino, que se resumen mutuamente en un único producto.

España es eso; lo permanente, lo inflexible, la razón unidireccional, aunque uno pueda al final, elegir un determinado e interminable aparcamiento. España es España más don Marcelino: «Pienso –subraya el ilustre santanderino– que nuestra historia sólo debe ser escrita en sentido católico, con caridad hacia las personas, pero sin indulgencia para los errores». Amor pues, pero amor de penitencia, como dice la canción: «Apoyá en el quicio de la mancebía/ miraba encenderse la noche de mayo./ Dejaste el caballo viniste hacia mí y yo sonreía./ “¡Serrana, pa un vestío yo te voy a regalá”/ Le dije: “Anda y vete, estás cumplío/ no me tienes que dar na». Y así ocurrió; como en todas las elecciones españolas.

Afirma don Marcelino: «Somos una nación carente de unidad de clima, de raza, de contrastes… Somos nación por Roma, unida por la creencia. La Iglesia nos educó a los pechos de sus mártires y confesores y España fue civilizadora de la Francia carolingia. Su pueblo sabrá arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos. Hoy, que los ideales andan dando tumbos para agarrarnos al negocio el instinto nos tira de los pies… y nos pregunta qué fue de aquella otra España que fue brazo de Dios en la tierra».

Yo reproduzco esto por ver si llega al PP, a Ciudadanos, a Vox y también a “Podemos”, aunque ya no sabemos muy bien lo que puede. Y sobre todo al Sr. Sánchez, que anda por los lugares más impensables montado en el “Reino de España”, que es el avión del amo.

Por mi parte he de manifestar que eso que dice don Marcelino de que fuimos el brazo de Dios, de que civilizamos a los franceses y de que anduvimos en los pechos de mártires y santos no acabo de verlo claro, sobre todo lo que se refiere a los pechos, pues los asturianos parecemos una cosa temible –,sobre todo los del Sporting– pero nos cortamos enseguida, ya que somos terriblemente tímidos. Lo de los carolingios es verdad hasta cierto punto pues tuvimos algún contacto con ellos por vía marítima, dado que los primeros reyes astures, que eran también decididamente nacionalistas, contrajeron nupcias con princesitas transpirenaicas. En cuanto a la batalla de Covadonga hay que decir que nunca hubo tal batalla, excepto una pedrea en el desfiladero del Cares, donde al observar los montañeses que pasaba un pelotón de individuos casi negros y vestidos con largas y lujosas capas, quizá en busca de un paso para que el grueso de su ejército retornara más fácilmente hacia el sur, la emprendieron a pedradas con ellos. Pero todo esto es mejor no divulgarlo porque a nosotros, si nos aplican el 155 con retroactividad, nos despueblan.

Yo creo que a España debieran someterla a un tratamiento de desintoxicación histórica, porque es imposible que el primer imperio del mundo acabe con que el Talgo entre Cáceres y Badajoz se pare casi todos los días, cuando antes se llegaba en carro bastante pronto y sin tropiezo alguno.

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