Urdaibai: la pérdida de otro paraíso
Lo que voy a contar no es un cuento, sino una triste realidad. Yo fui un niño que creció rodeado de una fauna increíble. Nací al lado de una marisma, un ecosistema natural en el que anidaban, criaban, se alimentaban y descansaban multitud de aves para, un tiempo después, desplazarse hacia otros lugares de Europa y de África y continuar así con su periplo vital. Aquel enclave era la Vega de Galindo de Barakaldo.
Han pasado unas cuantas décadas, pero aún me veo entre cañaverales, jugando al escondite, descubriendo nidos o haciendo enfadar a nuestras madres por la tardanza en llegar a casa tras atravesar toda la Vega y escaparnos a la Mina de los Alemanes. Este era nuestro paraíso.
Sí, la Vega de Galindo fue mi edén, ese lugar en el que los niños quieren vivir eternamente antes de que les llegue la fatídica hora de entrar a fichar en su primera fábrica de producción que es la Escuela. La mía fue la de Arteagabeitia, un recinto semi carcelario a finales de los cincuenta, donde nos obligaban a tomar aquella asquerosa leche en polvo de los americanos que el «Plan Marshall» nos enviaba como ayuda caritativa. Sí, aquella leche era el «sueño americano» en formato líquido y uno ya comenzaba a entender que el mundo no era tan idílico como nos prometían.
La década de los cincuenta no fue «prodigiosa» sino terrible para mí y para gran parte de mis amigos de la pequeña barriada de El Porvenir. Las huertas traseras de las casas en las que vivíamos fueron expropiadas para construir bloques de viviendas que acogieron a miles de emigrantes expulsados de sus tierras de origen. Luego llegó todo un impulso desarrollista que fue dando tajos a la Vega de Galindo y acabó con el humedal, con nuestro paraíso de la infancia.
En aquella época, el mundo rural estatal huía a buscar oportunidades de trabajo a Euskadi, a Catalunya y Madrid, de la misma forma que nuestros baserritarras fueron abandonando tierras y haciendas para ganarse la vida en talleres y fábricas. Luego, en el NO-DO veíamos cómo se inauguraban pantanos por doquier y el Mediterráneo se empezaba a proyectar como el lugar idóneo para la expansión acelerada del ladrillo, refugio del dinero negro, y lugar de descanso para suecas y Jose Luis López Vázquez, epítome y prototipo por antonomasia del macho ibérico, todo ello en forma de anticipo de la distopía en que se iba a convertir unas cuantas décadas después todo un litoral destrozado por el hormigón, desde Portbou hasta Punta Umbría. Para cuando llegó todo esto, Barakaldo ya se había convertido para mí en una ciudad fea, triste, apagada, por mucho que todavía relumbrarán unos cada vez más decadentes Altos Hornos de Bizkaia.
Hagamos un salto en el tiempo: Bizkaia 2024. De aquellos polvos vienen estos otros lodos: Supersur, SubFluvial, Variante de Las Carreras, Guggenheim Urdaibai, eólicas... y otros muchos proyectos ya ejecutados o que están en cartera. Así que venimos de desastres, ahondamos en ellos y el futuro pretenden que sea aún más catastrófico. Eso sí, todo presentado bajo el celofán de un supuesto progreso.
La realidad actual es que nos están encofrando todo el territorio de Bizkaia de autovías, túneles, puentes, variantes, vertederos, polígonos industriales (algunos semivacíos), incineradoras, petroquímicas, puertos deportivos, canteras, rotondas, por no hablar de la contaminación de metales pesados o del lindano, de ríos emponzoñados, de eólicas que rompen el paisaje, Y griegas, parques fotovoltaicos... y, por si esto fuera poco, ahora nos vienen con más megaproyectos de dudosa rentabilidad social, pero que van a traer considerables beneficios privados para unos pocos.
Me centro en el Guggenheim Urdaibai, un proyecto multimillonario de 140 millones de euros que, a buen seguro, se convertirán en muchos más de seguir con este disparate que las autoridades han dicho que se hará, «SÍ o Sí». Es decir, hablamos de un despropósito mayúsculo que entrega «gratis et amore» a una multinacional del arte, la Fundación Solomon R. Guggenheim de New York, 140 millones de euros. Ellos no van a poner ni un solo dólar y nosotros les vamos a regalar dos edificios equipados, uno en Murueta, en el mismo lugar que ocupa la empresa Astilleros Murueta, a la que se le ha acabado la concesión de ese espacio en 2018, pero que todavía sigue construyendo barcos allí de forma ilegal. El otro en Gernika, en la antigua fábrica cubertera de Dalia, ya derruida, y que fue calificada por la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública como poseedora de un «valor patrimonial significativo».
Es difícil resumir aquí el daño que se pretende causar en Urdaibai con este proyecto, más allá de su coste. Solo por citar algunos pocos de sus aspectos más lesivos: destruirá la parte más sensible de la Reserva con la construcción de una «senda verde» de 6 kilómetros que entrará como un puñal en medio de su corazón, dentro de la cual se pretende montar un palafito de madera de 600 metros de longitud que se elevaría tres metros por encima del nivel de las aguas en altamar anclado sobre pilares de casi cinco metros en el fondo de limo de la marisma. Un auténtico atentado al paisaje y a la Naturaleza.
El proyecto, además, se salta todo tipo de protecciones medioambientales (la Convención Ramsar, que ampara humedales, o la Red Natura 2000, para la conservación de los hábitats y especies); atenta contra todo el ordenamiento legal referido a la protección del dominio público marítimo-terrestre (ya que lo rebaja de 100 a 20 metros para poder encajar el Museo) y; además, se pretende indemnizar a Astilleros de Murueta con dinero público por unos terrenos que no admiten compra-venta y que han sido fuertemente contaminados por esa misma empresa.
Es un proyecto, por otra parte, que esconde numerosos chanchullos en forma de «desbroces» administrativos: asunción de competencias por la Diputación de Bizkaia de los PGOUs de Murueta, Forua y Gernika para poder manejar a su antojo todo lo referido al Museo Guggenheim), recalificaciones de terrenos, así como un suculento «pelotazo urbanístico y de negocios anexos» que vendrá a posteriori, tal y como ha ocurrido en la zona de Abandoibarra en Bilbao con la implantación del Guggenheim y la llegada masiva de turistas, o como sucedió en su día en la Vega de Galindo con el Megapark.
De eso trata este proyecto, de traer una marea de turistas (calculan que 140.000 solo en los cuatro meses que estaría abierto el Museo −otra incongruencia más–) a una comarca, Busturialdea, que solo cuenta con 45.000 habitantes. Por hacer una comparación sencilla entre Murueta (337 habitantes) y Bilbao (346.903), es como si esta última ciudad recibiera un total de 143 millones de turistas. ¿Alguien se imagina toda la población de México, por ejemplo, visitando la capital de Bizkaia a lo largo de todo un año?
Los despropósitos de este proyecto los quieren hacer descansar, además, sobre una supuesta vinculación entre Arte y Naturaleza (¿no estaría mejor en las Cataratas del Niágara o en el Gran Cañón del Colorado?), y ahora, después de una cada vez más potente oposición ciudadana, sobre un pretendido «plan de reactivación económica» para una comarca abandonada que desde hace cuarenta años por el PNV que, con la ayuda del PSE, la ha convertido en una zona de «sacrificio económico».
Un proyecto que el Gobierno Vasco califica «de nación» (no se sabe si se refiere a Euskadi, a Euskal Herria, a España, o a los EEUU) y, además, de «estratégico» desde un punto de vista cultural, a pesar de que solo ocupe una escueta mención de dos escuetas líneas en su plan de Cultura 2024-2028 y, lo que es peor aún, los profesionales de este ámbito no conozcan nada al respecto.
Una propuesta que traerá aumento del coste de la vida en la zona, sobre todo de la vivienda, pérdida de identidad euskaldun en la comarca, trabajo precario para nuestros hijos e hijas, convertidos en recepcionistas de hotel, guías turísticos, camareros o repartidores a domicilio de Amazon.
Señalaba al principio que no quería contar un cuento, sino una triste realidad. No hay presente sin pasado. Así, si antes fue la Vega de Galindo, ahora toca Urdaibai. Si antes fueron los americanos con su maldita leche en polvo, ahora siguen siendo ellos con su «sueño americano» en forma de Fundación Solomon R. Guggenheim y de un arte elitista que se quiere aprovechar de nuestro paisaje y de nuestro dinero para aumentar sus beneficios multinacionales. Si antes fueron políticos franquistas, ahora son otros neoliberales a los que solo les interesa medrar, mantenerse en el poder y favorecer a los grupos de presión y a las élites que controlan constructoras, hormigoneras, canteras, energéticas, y todo tipo de empresas que crecen al calor de los presupuestos públicos, ellos que, por otra parte, son tan firmes defensores de la propiedad privada.
No, no ha cambiado apenas nada de entonces acá. Redujeron nuestra lengua milenaria a la mínima expresión, arrasaron con bosques y comunales, con los recursos minerales, privatizaron el agua y si les dejamos nos cobrarán hasta por respirar. Nuestro paisaje, nuestra Naturaleza, nuestra costa, ríos y montañas no están en venta. Todo ello forma parte de nuestra Vida, y si lo vendemos, no tendremos nada. Así que solo queda luchar. Aquí, en Urdaibai y en muchos otros lugares más. No dejemos que nos roben lo que queda de Paraíso.
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