Jonjo Agirre

Vasconia: todo sea por la unión

En cualquier época del año, aquí y allá hay gente que pregunta, ¿Pero qué es ese País Vasco? ¿Qué es eso del euskera? Y no escasean unionistas y algún abertzale, que directamente nos explican (a las de aquí) lo que es el País vasco, y lo que ocurre con el euskera, para que nos enteremos.
También este verano, a través de artículos publicados en los medios más diversos, se nos está ofreciendo la oportunidad de conocernos un poco más. Incluso nos dan consejos sobre cómo proceder con el euskera, aun cuando el consejero de turno no lo utilice apenas, o ni siquiera sepa hablarlo. Hay quien incluso nos ofrece «las claves constituyentes esenciales de nuestro país», de gratix y baidefeis. Ahí van:

I. La invasión romana: la mayor de las suertes
Nos dicen que «dejando al margen» el detalle de la invasión en sí (pelillos al cantábrico), Roma «nos instruyó en la construcción urbana» a su manera, «vías de comunicación» ad hoc, en el «cultivo de cereales» para surtirse, «e incluso añadieron nuevos términos al euskera» (¡gracias a Júpiter!). Por lo visto, también «nos adiestraron en técnicas militares» para servir en sus ejércitos. En fin, ¡Una suerte loca. Bonolotos para qué…

II. Invasión germánica: «Mal rollo»
Nos cuentan que, gracias a todo lo que los romanos les enseñaron, nuestros birraitites y birramamas se alzaron en armas ante los invasores germánicos, que no poseían el flow (ni el super ejército) que Pompeio & co sí. Siglos anduvieron a guantazo limpio con los boches, y con el tiempo, fundaron un reino en torno a Pamplona, quizás como resultado de alguna apuesta, porque otra cosa…

III. Nobles pero mal avenidos y avenidas
Nos explican que el reino vascón empezó bien, y se extendió hasta más allá del Ebro y el Adur, pero que (¡ay!) no supieron mantener la cohesión, ¡katxiporreta! Que «hubo tierras y familias» que se rindieron a los encantos de la familia real castellana (no por dinero ni prebendas, sino por su innato atractivo natural, como hoy en día), e incluso se enfrentaron al rey de Navarra, facilitando la conquista de nuestro viejo reino por parte de Castilla. Culpa nuestra otra vez…

IV. Gentes inconexas y viajeras
Dejan caer que nuestros mayores eran pelín kaxkarinak, siempre de aquí para allá, y «mal conectados» entre sí (no existía Euskaltel ), y que a muchas igual les daba irse de saqueo con Castilla, que con Francia, vamos, que eran un poco txoriburus y se quedaron sin reino. Desde el cariño nos explican que, pese a andar todo el día firin-faran, ni siquiera conocemos bien el país, que no sabemos dónde están Tudela o Lanestosa, y que nos creemos que todo es Aizarnazabal. ¿Qué haríamos sin expertos?

V. Revolución francesa, guerras carlistas, franquismo...
Reconocen que fueron fases durillas, que provocaron el exilio de cientos de miles de euskaldunes, pero que pese a todo, «no consiguieron apagar nuestra conciencia nacional»… Apagada no sé, pero tocada sí que parece que está, la verdad.

VI. Las escrituras son las escrituras
Francia y España nos han achuchado más que Roma o Carlomagno, han reducido nuestra lengua a niveles críticos, y provocado la diáspora de la mayor parte de la población originaria, sustituida mayormente por gentes procedentes de ambos Estados («ciudadanos del mundo» per se), que desconocían nuestra lengua, de la que además les habían hablado muy mal, y así estamos como estamos, castellanohablantes y francófonos como amos y señores, y euskaldunes en el rincón.
Sin embargo, hay quien asegura que «los vascos seguimos entre el Adour y el Ebro, con fronteras, pero sin deshacer la realidad de nuestra tierra madre». ¡Y si no, que les preguntan a Grenet, Alliot-Marie, Urquijo, Oyarzabal, Mendia, Unzalu o Barcina!

VII. Todos y todas somos vascos y vascas
En cualquier Estado, incluso en el español, adquirir la nacionalidad es un proceso plagado de obstáculos y condiciones. En vasconia no. Aquí somos la letxe. Todo dios es vasco (o vasca), tanto si quiere como si no. Se empadrona una en Muskiz, Intxaurrondo o Judimendi, y ya está: vasca. Así, gracias a nuestras «seculares apertura y hospitalidad», Rodriguez Galindo, Amedo, o Fernandez Díaz (su ama es de Fitero), son tan vascos como Maialen Chorraut, Ainhoa Arteta, o Bernardo Atxaga. Incluso Felipe y la Leti lo son, durante algunos días cada año.

VIII. Tenemos tres lenguas (o más)
El euskera, el castellano y el francés. Di que el euskera está en las últimas en Iparralde y Nafarroa, y bien jodido en el Gran Bilbao, Araba y parte de Gipuzkoa, pero el amor (platónico) que le profesamos todos, desde el PPSOE hasta los erdaldunes más abertzales, no tiene parangón. Se le ponen a una los vellos erectos cuando ve participar en la Korrika o Ibilaldia, por ejemplo, a polític@s que tomábamos por enemigos de nuestra lengua. Recordar la imagen de Idoia Mendia o Carmelo Barrio trotando con el testigo en la mano me hace saltar las lágrimas… Español y francés (lenguas universales) son muy nuestros también, aunque siempre hay revoltosas que aducen que son lenguas impuestas. ¡Pero si ha sido por nuestro bien, txotxolos/as!

Y también tenemos el supertxatxi inglés, el poderoso chino, o las menos mencionadas (es que son de pobres) árabe, amazigh, rumano, búlgaro, portugués, wolof, etc. Sin embargo, España y Francia solamente aceptan como propios castellano y francés, y el resto a la basura… ¡Qué raros son los Estados de vocación cosmopolita y universal!

IX. ¿Qué tareas esenciales tenemos por delante?
Por lo visto, deberíamos «asumir nuestra diversidad» sin complejos. Igual que «hemos hecho nuestros» castellano y francés, seguramente deberíamos abrazar la rojigualda y la tricolor, y aprender a amar a Policia Nacional, Guardia Civil, Gendarmerie, o ejércitos respectivos; a Felipe y a Hollande; al Madrid y al París S. Germain; a Contador y a Virenque…

Nos explican pacientes, que debemos sentir cada vez más intensamente que todos los habitantes de esta tierra somos vascos (y vascas), para desterrar por fin el virus de la desunión (ala, otro virus más).

X. Por fin, sin saber ni papa de vascuencia, nos aclaran que deberíamos ser especialmente «inteligentes» con el euskera, el cual sería de todos: de quienes lo hablan o quisieran, de quienes no quieren, e incluso de quienes sufren ataques de ansiedad cada vez que alguien se les dirige en vasco.

Porque «lo que no debe ser es un elemento divisor de la gente», como tan bondadosamente nos vienen advirtiendo, sobre todo desde el postfranquismo y el unionismo más recalcitrante, pero también algunas intelectualidades abertzales castellanopracticantes.

Y aunque la amemos tan profunda (y desinteresadamente), debemos saber que dejar morir a la lengua en paz, es también un acto de amor (además teniendo español y francés, para qué os… queremos el vascuence, c… ya!). Todo sea por la unión.

Search