Alfredo Ozaeta

¿Viejo o decrépito continente?

No es de extrañar que en este siglo de avances tecnológicos descontrolados y plena efervescencia nuclear nos cuelen una guerra por la gatera en abundamiento de la escasa ascendencia europea en el tablero mundial.

Llamado viejo continente más por la imposición de su historia que por los datos antropológicos o científicos que avalen este concepto, máxime cuando la mayoría de los expertos coinciden en la llegada a Europa o tal vez mejor dicho a Eurasia, de los primeros homos sapiens desde África a través de Grecia, lo cual ya otorga más antigüedad a otro continente.

Es verdad que muchos de los grandes avances se dieron en Europa y que su desarrollo tanto intelectual como cultural e industrial tomo una relevancia en base a un desarrollo de proporciones totalmente diferentes, sin saber muy bien si por necesidad o ambición, al de los otros continentes. De lo que casi estoy seguro es que tampoco tenían porque ser más inteligentes o ingeniosos que los pobladores de los otros continentes.

Este desarrollo propicio su ansia exploradora e interesadamente curiosa inicialmente, para convertirse en un colonialismo de lo más bárbaro e inhumano en la mayoría de los casos, participado por la mayoría de los países de lo que se conoce por la actual Europa. Partieron expediciones en todas las direcciones para saquear y someter a países o sociedades que hasta entonces vivían y se relacionaban como ellos habían decidido hacerlo. Paradójicamente ahora les cierran las puertas y construyen muros para que no pasen a los que en su día se invadió y despojo de sus riquezas, cultura incluida.

Todo ello a través de siglos de guerras cainitas, sociedades feudales, cambio de comunidades entre los de sangre azul con derecho de pernada como si fueran cromos, perniciosas influencias religiosas con sus correspondientes violentos conflictos, sociedades más avanzadas, Roma, Grecia etc. Pero de esto y mucho más ya hay historiadores y expertos infinitamente mejor preparados conocedores que el que suscribe.

Y de esta guisa con los parones provocados por las guerras, I y II, del pasado siglo, continuaron con la vieja aspiración de algunos para la conformación de la Unión Europea. Para que después de los innumerables y diferentes procesos de adaptación y unificación de políticas monetarias, económicas, etc., lograran equiparar algunos criterios, obligaciones y derechos de países con ritmos productivos, sectores económicos, empleo, ingresos, salarios, musculo financiero, y sistemas políticos totalmente desiguales y diferentes. Con los consiguientes costes y gravosos peajes para las sociedades de los menos influyentes o peor situados.

No hay que decir que en estos procesos de uniformar o homologar políticas solo se consideraron las estrictamente comerciales y económicas por mucho que nos intenten contar que además de las financieras también se velaría por la igualdad y estado de bienestar en las diferentes sociedades, de culturas en muchos casos divergentes.

La idea primitiva de crear una economía fuerte capaz de competir con las grandes potencias consolidadas y con las que estaban emergiendo tampoco se ha conseguido. El peso de la CE dentro de los grandes fondos y economía mundial cada día es menor, su relevancia sigue pasando por los acuerdos y supeditación a las potencias con las se trataba de negociar de tú a tú como principio original y fundacional de la Comunidad Económica Europea. La decadencia del continente es palmaria, países más endeudados y empobrecidos. Quedando algún tipo de influencia poscolonial, y cada vez más en el roll vez de comunidades de servicios o como referente de turismo mundial. Y de esto tampoco participan todos los miembros comunitarios.

Esta especie de globalización pretendida para nada ha tenido su reflejo en los derechos y valores democráticos. Nos encontramos que dentro de la unión existen gobiernos totalmente reaccionarios con políticos y formaciones de perfil claramente fascista, in crescendo, y a los que desde el pomposo parlamento europeo no se les pone freno, dando incluso un carácter de normalidad.

Dicen que son reglas de la democracia, y uno se pregunta ¿es democrático encarcelar a periodistas con meras acusaciones sin pruebas de cargo sólidas, o retener en prisión a disidentes políticos más tiempo del que dicta la legislación europea lejos de su entorno y en condiciones muchas veces inhumanas?, y como estos, infinidad de hechos relativos a la vulneración de derechos humanos y democráticos en muchos de los países miembros.

Así no es de extrañar que en este siglo de avances tecnológicos descontrolados y plena efervescencia nuclear nos cuelen una guerra por la gatera en abundamiento de la escasa ascendencia europea en el tablero mundial. Donde aparte de los contendientes, Europa va a ser la mayor damnificada del conflicto. En su generosidad nos conceden la obligación de enviar armas al protegido del sheriff. Lo de mediar para la paz se ha debido perder en los millones de tratados para la creación de la UE repartidos entre Bruselas, Maastricht, Estrasburgo, o quién sabe dónde.

Merece reseñar que en este relativo corto espacio de tiempo uno de sus miembros, el Reino Unido, democráticamente, por decisión de sus ciudadanos, en discrepancia con las políticas de la unión, ha decidido abandonar el proyecto europeo. Va a resultar que la «pérfida Albión», como gustaba llamarle a franceses y españoles nos va a dar clase de democracia: dimiten ministros para que abandone su cargo el primer ministro por sus prácticas obscenas, deja decidir libremente su futuro a gibraltareños, escoceses, etc., culmina un proceso de paz en Irlanda acordado y respetado por todas las partes y a pesar de su pasado colonial tan execrable como el de los demás fomenta una mancomunidad de desarrollo con sus antiguas colonias plasmada en la Commonwealth.

Que se lo cuenten a un país donde los casos de corrupción son continuados, la ociosa monarquía se enriquece con el dinero de los contribuyentes, los gobernantes cobran sobres de dinero no declarado, se destina dinero público para con fines terroristas, ¿Sr. González? etc. Y por si fuera poco hay que aguantar que la libre decisión del futuro de los pueblos sin estado lo consideren un delito de sedición. Claro está que estamos hablando del estado español (¿por qué le darían el privilegio de ser la que primero aprobó la constitución europea, cuando otros países ni la han refrendado?), donde para muchos las leyes, de Memoria incluidas, histórica o democrática, se reduce a aplicar o recordar lo que les interese o venga en gana, en el más puro estilo, como diría un amigo, a la memoria testicular.

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