Igor Meltxor
Escritor, investigador y analista político

¿Y el 3% vasco?

Un par de años más tarde, Arzalluz reconocía que, «si a nosotros nos hubiera venido un homólogo europeo con un maletín conteniendo 250 millones de pesetas, lo hubiéramos cogido, por muy ilegal que fuera»

Vemos estos últimos días como una y otra vez se muestran en algunas televisiones y tertulias la escena de Maragall y los casos de supuesta corrupción por parte del partido liderado por Pujol durante años. Nadie parece ahora extrañarse de la trama de los Pujol.

En febrero de 2005 Maragall acusó a CIU de corrupción con lo del 3% y lo retiró en el mismo pleno tras amenazar Artur Mas con romper el consenso para la reforma del Estatuto catalán. Curiosidades de la vida.

Sólo unos meses más tarde, salieron a la luz unas memorias autorizadas del que fuera máximo dirigente del PNV, Xabier Arzalluz, donde hablaba sin tapujos y con total impunidad de los métodos de financiación de su partido, aportando cifras y porcentajes incluso por encima del famoso «tres por cent» catalán. La repercusión fue nula en una sociedad vasca adormecida por el manto de la impunidad y el clientelismo, y donde el control mediático y empresarial reluce como una de las señas de identidad del cortijo jeltzale. 

Decía Arzalluz que el problema afecta especialmente a los partidos que alcanzan el poder, como el PNV: «Empiezas a tener la posibilidad de que te den dinero”, admitía, “ante lo cual se te abren dos posibilidades. La primera es exigir que te paguen un porcentaje sobre el precio total del encargo: te concedo esta obra, o te recalifico este terreno, o te encargo la fabricación y estos uniformes, o te asigno la contrata de tal o de cual, si tú pagas a mi partido el 4, el 5, el 8 ó el 10%». El año pasado la portavoz de Compromís, Monica Oltra, denunciaba que, «en Valencia las comisiones en la Administración son 5% para el partido, 4% para el conseller, cargo o intendente, y 1% para el intermediario». Nadie se querelló por estas declaraciones. La segunda posibilidad que esgrimía Arzalluz, consistía en: «tú atribuyes estos trabajos conforme a la ley, por las vías de adjudicación establecidas, pero no ocultas a los empresarios que tu partido tiene necesidades que cubre con mucha dificultad». Arzalluz reconocía implicitamente que el PNV practica este último sistema, que según el ex dirigente jeltzale, «es más limpio y evita muchas corrupciones». Curiosa manera de justificar el mantenimiento del «chiringuito».

Resulta difícil acreditar pruebas, porque con la exigencia de que la prueba debe ser taxativa por lo que se refiere al derecho penal, se hace complicado ligar que un pago que se hace a un partido político, a un alto cargo, a un intermediario o un funcionario tiene que ver con una adjudicación. Imaginemos una situación «probable». Una empresa constructora hace una donación al PNV. Digamos que es complicado seguir el rastro de ese dinero negro, a no ser que encontremos la libreta «mágica» del tesorero en cuestión. Pero claro, ¿cómo demuestras que se ha hecho a cambio de una adjudicación? La dificultad está en cómo ligar la causa y el efecto, y en eso el ordenamiento jurídico no ayuda mucho.

El pasado verano el PP deslizaba una acusación velada sobre la supuesta financiación ilegal o cuanto menos sospechosa del PNV, haciendo mención a sus 200 sedes y batzokis, un patrimonio inmobiliario valorado en 65 millones de euros. Un dirigente del PNV llegó a afirmar que aquellos que acusaran a su partido necesitarían de abogados y procuradores. Nunca más se supo. Se hizo el silencio. El mismo silencio que que imperó en la comisión de investigación sobre el caso Pujol en el Parlament catalán, cuando el «poco honorable» dijo aquello de: «si vas segando una parte de una rama, al final cae toda la rama y los nidos que hay en ella, y después caen todas las demás ramas» (26.9.2014). Me vino a la memoria aquella escena de la El Padrino, cuando Michael Corleone le decía a Fredo en “El Padrino”: «Eres mi hermano mayor y te quiero. Pero no vuelvas a tomar partido contra La Familia. Nunca».

Quizás todo se quedara en agua de borrajas, debido a que, como todos sabemos, las sedes se costean a base del esfuerzo de la militancia y los pintxos de tortilla… Arzalluz lo explicaba así: «La organización correspondiente compra el local a partir de créditos avalados por los militantes, y lo paga no sólo con lo que obtiene de las cotizaciones de los afiliados, que es muy poco, sino sobre todo, con los ingresos procedentes del bar y del restaurante». Al igual que la financiación de la Sabin Etxea con aquella «exitosa» campaña para vender 5.000 conjuntos de dos figuras de bronce, y que cada militante debía encargarse de vender un cupo y que rondaban las 40.000 pesetas de la época. Figuras que curiosamente, lucen en los despachos de muchos empresarios «amigos» del partido fundado por Arana. Precisamente en 1995, parte de los donativos recibidos por el PNV se justificaron con la campaña para la construcción de la nueva sede, que costó más de 10 millones de euros. En 1996, 1997 y 2001 unos 5 millones de euros en aportaciones anónimas se ingresaron en las cuentas ordinarias del partido, pese a que la ley exigía que se depositaran en cuentas específicas. En 2001, el Tribunal de Cuentas español denunciaba que la cuarta parte de los ingresos de los partidos políticos no eran controlados, y destacaba especialmente los casos del PNV y CiU, receptores de la mayor parte de las donaciones anónimas e incluso fondos «no previstos legalmente» de las administraciones vasca y catalana.

En 1984, el PSOE se vio salpicado por el «Caso Flick», relacionado con la financiación al partido de Felipe González de las empresas alemanas de la socialdemocracia. Un par de años más tarde, Arzalluz reconocía que, «si a nosotros nos hubiera venido un homólogo europeo con un maletín conteniendo 250 millones de pesetas, lo hubiéramos cogido, por muy ilegal que fuera». Quedaba claro. Sólo unos meses antes, el propio Arzalluz, tras la ruptura con Garaikoetxea, confesaba que éste «se negó una y otra vez a transvasar fondos al partido del gobierno». Una vez más, la sombra de Corleone.

En referencia a las aportaciones que recibe el partido, el ahora Portavoz de Lakua, Josu Erkoreka, lo explicaba de esta manera: «Contamos con un fuerte arraigo en Euskadi, el partido cumple 110 años y su carácter interclasista e intergeneracional hace que en algunos círculos sociales sea percibido como algo más que un simple partido. Los donativos es algo que está muy arraigado y que tiene su origen en la época de clandestinidad, cuando prestar apoyo a los partidos nacionalistas estaba perseguido». La dinámica de recibir «a cambio de nada» parece que ha estado siempre muy arraigada en el PNV, algo de lo que también trataba de explicar el senador Anasagasti: «No recibimos donativos de grandes empresas. Desde el exilio, hay tradición de pasar la boina», para terminar haciendo toda una declaración de principios: «hemos sido sablistas por naturaleza».

Ahora en Catalunya, se oye mucho eso de: «esto todo el mundo lo sabía» o «era un secreto a voces», algo que no suena extraño por esta tierra nuestra. Decía en 2004, Carles Torrent, el jefe de finanzas de Convergencia: «Hemos gobernado Catalunya durante 23 años, sin un caso de corrupción con pruebas palpables. No hay contraprestaciones». La soberbia e impunidad clásica de un partido atrincherado en el poder durante años, y que hacía buena la frase de que la impunidad propicia, fomenta e incrementa la repetición de un mal acto.

Para que el negocio continúe y la maquinaria clientelar no deje de producir, requiere de poder y control férreo de las estructuras, y en eso hay un partido que lleva siendo líder muchos años. Quizás demasiados.

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