Oskar Fernandez Garcia

Albert Ribera vs Dalton Trumbo

Las declaraciones efectuadas por el máximo representante de Ciudadanos, Albert Ribera -tras conocerse el acuerdo alcanzado por Podemos e IU para concurrir juntos a las próximas elecciones generales del Estado español, el 26 de junio- resultan absolutamente disparatadas, estrambóticas y causan perplejidad y asombro. Pero la gravedad no reside en lo que dice -por ejemplo, que «Podemos se ha quitado la careta y apuesta por el comunismo» que no cree que «el Partido Comunista sea el que tiene que gobernar»; que “la alianza de Podemos con el Partido Comunista les impide volver a hablar de nueva política»-, sino en la constatación de que la ideología, en la que se sustenta él y su formación política, sigue existiendo incólume, prácticamente sin alteraciones desde aquel brutal y nefasto 18 de julio de 1936, en el que todas las fuerzas reaccionarias, fascistas, nacional católicas, monárquicas, de derechas y carpetovetónicas asestaron un golpe mortal contra la II República. Un sustrato sociopolítico, significativo, amplio, con capacidad específica para ejercer una presión política y mediática en amplias esferas de los poderes fácticos en el Estado español.

La simple enunciación del vocablo comunismo sigue generando en amplios sectores reaccionarios, intransigentes e intolerantes del Estado español un rechazo visceral, marcado a sangre y fuego en el cerebro de millones de personas a lo largo de dilatadas décadas de terror fascista.

Este hecho debe ser bien conocido por Albert Ribera que se despreocupa absolutamente de la dialéctica, del razonamiento y de la argumentación para exponer, según su ideario político, las razones que le llevarán a confrontar y rechazar la nueva formación electoral surgida del abrazo simbólico entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Y por eso recurre, como todo el espectro de la inefable derecha, a los términos que considera tabú en la política hispánica, siendo el comunismo uno de los más apreciados por la carga absolutamente negativa, inhumana, demoníaca, destructiva… de la que se le ha dotado. Por lo tanto el mero hecho de decir, o de comentar que la formación dirigida por Pablo Iglesias o él mismo, que se han quitado la careta y en consecuencia se puede observar su rostro de comunistas, ha de generar el suficiente rechazo de amplias capas de la sociedad.

Ese anticomunismo obsesivo, visceral, predicado desde el aula, la cátedra y el púlpito es propio de la inmensa mayoría de los países capitalistas, y llevó a una situación absolutamente injusta e inadmisible a la sociedad norteamericana de mediados del siglo pasado, haciéndola retroceder a épocas pretéritas en las que la conculcación de los derechos civiles era una triste y desoladora práctica cotidiana.

El senador norteamericano Joseph McCarthy desencadenó una terrible y cruel persecución contra miles de personas por el mero hecho de considerarlas sospechosas de ser comunistas. De esta forma comenzó una sistemática «caza de brujas» y la elaboración de «listas negras», lo que supuso para muchas personas la cárcel, el exilio, la ruina económica, desahucios y suicidios. En ese ambiente psicosocial tan paranoico y mediatizado El Comité de Actividades Antiestadounidenses envió a la cárcel a cientos de personas, entre ellas a uno de los mejores guionistas de Hollywood, Dalton Trumbo, el director de la extraordinaria y sobrecogedora película “Johnny cogió su fusil”.

Se había logrado establecer un silogismo infantil -en una sociedad psicosocialmente infantilizada- ser comunista o simpatizante de esta ideología suponía indefectiblemente ser antiamericano y por lo tanto ser objeto de cualquier tipo de reprobación, sanción, penalización, cárcel, etc.

El Estado español por su idiosincrasia secular nunca ha sido ajeno a esa forma tan deleznable de pensar. La intolerancia, la intransigencia, la persecución de la persona o colectivos diferentes forman parte inherente y consustancial de su ser sociopolítico.

Ya en la Hispania visigoda, S.VI, tras la conversión del rey Recadero al catolicismo los judíos fueron perseguidos mediante «una política de exterminación continua, sistemática y de ámbito nacional». En el S. XV se instaura la Inquisición, primero en Castilla y posteriormente en Aragón, comenzando nuevamente la persecución del diferente. La razón y excusa, homogeneizar religiosa e ideológicamente a toda la población. Comienzos del S.XVI, en Alemania a través del pensamiento del monje agustino, Martín Lutero, comienza la Reforma. La reacción de la iglesia romana y, por supuesto del Estado español, es la Contrarreforma. Las ideas de la Ilustración podrían haber abierto nuevas y resplandecientes luces, pero la primera constitución española (la de Cádiz de 1812) sólo fue un pequeño destello de esperanza y alegría que terminó en dos años, aunque posteriormente se volvió a aplicar durante dos breves periodos de tiempo más. La I República española también fue de una brevedad absoluta. Los aires de libertad, de justicia, de igualdad, de un futuro esperanzador… que a los cuatro vientos impulsaba la II República fueron ahogados a sangre y fuego. La Inquisición española a pesar de que había sido abolida por la Constitución de Cádiz no fue derogada hasta bien entrado el S.XIX, en 1834.

Tantos siglos de obscuridad, de negra y densa tragedia, de implacable persecución a la herejía de los Países Bajos, de cruel exterminio de los aborígenes americanos, de tormento y tortura del disidente… hicieron mella en la idiosincrasia de todo un país y no han podido ser borrados ni olvidados por una paupérrima, insultante y claudicante transición política a la española.

Por todo esto y, evidentemente, por mucho más no comentado, Albert Ribera puede sentenciar, con toda la firmeza que le dan siglos de ignominia, que «Podemos se ha quitado la careta y apuesta por el comunismo». Idéntico símil realizaban los tribunales de la Inquisición, sospechando y jamás creyendo que arrepentidos y conversos abnegasen y renegasen de sus creencias religiosas.

Y en ese contexto psicosocial y sociopolítico los cuadros dirigentes de la formación jeltzale buscan acuerdos bilaterales para ampliar, lo que ellos llaman, el autogobierno. En esa obsesiva obcecación de bilateralidad, ni siquiera el trato, displicente, vejatorio y antidemocrático, dispensado a Catalunya, por el estado en cuestión, es capaz de disuadirles de su empecinado error.

La postura del autonomismo a ultranza del PNV no asombra, no es novedoso ni llama la atención -por constituir esa su estrategia medular- pero sí resulta desesperanzadora, aborrecible y abominable.


Search