Nuestra época se caracteriza por un reflejo a través de un espejo roto perfectamente separado por una perpendicular, que rompe la continuidad y la función de la luna. Este abismo en el cada vez más se va acrecentando es debido a la disociación de la política, y de lo político. La política oficial con sus mecanismos y representaciones vive en otra dimensión que anula lo político. El feminismo fue participe y pionero en observar que el cuerpo femenino estaba excluido de las representaciones oficiales y del discurso que emanan las distintas organizaciones del entramado democrático. Se habla de la brecha digital en función de una clasificación por edad, y también respecto al poder adquisitivo de los hogares. En cambio nadie se cuestiona de la obligatoriedad de facto, sin que esté en ninguna ley, ni marco constitucional, de la coacción que representa el disponer de teléfonos celulares, ya que se tiene el derecho de no comprarlos, ni conocer su uso, como tampoco la inmensa mayoría de la población conoce el swahili, y se puede vivir sin la preocupación de no tener ni idea del mismo. Externalizar el trabajo que empresas y organismos oficiales realizaban, hacia los particulares son actos políticos de una importancia capital que para nada la política se preocupa de este asunto que esclaviza la libertad y el tiempo de los ciudadanos. El agobio permanente que significa estar encadenado a una pequeña pantalla que perjudica la salud física y mental de los humanos por un uso enfermizo de este artefacto, es aprovechado por las empresas para reducir costos a la espalda de los usuarios, sin que se haya hecho el menor debate y que excluye por distintos motivos a colectivos que de un día por otro, no pueden realizar actividades necesarias para su organización personal, y familiar. Esta dictadura que obliga trabajar sin la capacidad de escoger si se quiere, o no se quiere, es fruto de la ausencia de lo político, en estas democracias que no sirven para nada más, que causar problemas vivenciales a la población.

Atentamente.