Enric Vivanco Fontquerni | Barcelona

Cambios de hora

Durante años hemos tenido que soportar como estatuas de mármol, el cambio de hora, ni la luz, ni la oscuridad, ni el frio, ni el calor, influyen en los cuerpos inertes, en el que su único significado, está al servicio de unos humanos que siempre callan porque disponen de sus mercenarios que transitan por los medios de comunicación, que se balancean en estadísticas trufadas de imaginación. El ser humano, es parte de la naturaleza y debe comportarse en sintonía con ella, así que el horario idóneo, es la del sol. Todo lo que no sea esto comporta problemas para la salud, pero como la industria que está detrás de las enfermedades, genera un incremento del PIB, por medio de una medicación y de tratamientos inútiles, de lo que se trata es engordar los índices macroeconómicos. El truco consiste en que los humanos se muevan cuantas más horas mejor, para conseguir el movimiento perpetuo durante las 24 horas del día, y poderles recetar a continuación ansiolíticos, y así se potencian los gastos más absurdos y las visitas nocturnas a los museos, mercados ridículos para personas que piensan que se culturizan y lo único que consiguen es pensar como quieren los mudos influyentes. La ruleta va girando para generar más huella ecológica, que representa el triunfo del progreso y de la modernidad, es el objetivo de esta sociedad tan intolerante para la democracia y tan sumisa hacia sus destructores. En definitiva, la industria que más se ha potenciado desde hace cuarenta años en toda Europa, es la del ocio y la del turismo, y el horario vive en función de sus necesidades y no la de los humanos racionales, o espirituales.

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