Manel Pablo i Blanch | Torelló (Barcelona)

Catalunya, entre el 155 y la independencia

Si alguien cree que la desobediencia de gran parte del pueblo catalán cesará por arte del 155, sencillamente no entiende nada o actúa con mala fe.

La situación es más grave y compleja de lo que a primera vista parece, que ya de sí es grave. El diseño de la aplicación del artículo 155 está pensado para erradicar el sentimiento nacionalista catalán e imponer el español, mediante el pensamiento único.

El Estado ahora con las manos libres dirigirá la Generalitat, ha disuelto el Parlamento, y de forma indirecta controlará los medios de información públicos catalanes para conseguir un entorno abonado para el crecimiento del voto español y garantizar lo que le preocupa más, (aparte de la indivisible unidad de la Patria), que es la estabilidad en los mercados y la erradicación del catalanismo político.

Como primera respuesta casi medio millón de personas salieron a la calle para exigir la liberación de los dos primeros presos políticos Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Su privación de libertad por un presunto delito que no se sostiene es un acto de represión en el que han participado Gobierno, fiscales, jueces, PP, PSOE y Ciudadanos.

El artículo 155 no soluciona nada, lo aplaza todo; esta mal llamada crisis regional e interna ha obligado a presidentes de varios países de todo el mundo a posicionarse, pero si miramos bajo la alfombra con la Declaración de Independencia de Cataluña, España se ha ganado el descrédito internacional.

No es de extrañar si en pocos días o meses vemos la ilegalización de partidos y movimientos sociales de carácter independentista con el fin de reducir el espectro político capaz de ir a unas elecciones autonómicas.

Si sólo pueden presentarse unionistas, Cataluña será española.

Por eso la fuerza radica en la calle y en la estrategia; sin la movilización no hay visibilidad internacional y sin astucia no hay futuro. No nos confundamos, vivimos en una dictadura, tal vez suave en las formas (exceptuando momentos puntuales) pero decidida en los objetivos. Para sobrevivir tenemos que actuar como en la pasada dictadura, con fe, unión, persistencia e inteligencia.

Termino con las palabras del president de la Generalitat Lluís Companys (1882-1940), fusilado por orden de un tribunal español, que desgraciadamente vuelven a ser válidas en pleno siglo XXI.

«Volveremos a sufrir, volveremos a luchar, volveremos a vencer».

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