Javier Orcajada del Castillo | Bilbo

¿Con IVA o sin IVA?

Hubo una época en la que eludir no pagar a Hacienda constituía un arte del que los defraudadores alardeaban ante los que no se «atrevían», no por conciencia fiscal, sino por el terror de ser requeridos por la inspección. Liquidaciones de impuestos fue una profesión muy valorada y consistía en asesorar a quienes querían ocultar ingresos o gestionar la búsqueda de facturas falsas para tributar lo menos posible y sin riesgos. Además de procurar mantener buenas relaciones personales con los inspectores.

Ciertamente a esa falta de conciencia fiscal colaboraba la Hacienda y los inspectores que sucumbían ante la presión de sus superiores que querían promocionarse entre los políticos y los partidos. La carencia de conciencia social de los ciudadanos a la hora de realizar una compra o una obra en el domicilio venía estimulada por la posibilidad de pagar o no el IVA. Quién podría resistirse a una posible rebaja del 21% en el precio?

Realmente no se puede afirmar que la justicia tributaria en este país haya progresado, sería creer en la «bondad intrínseca del ser humano», según Rousseau. Aquí se va del rigor desproporcionado sobre las clases medias y populares, que a base de sanciones desproporcionadas y a su escasa formación fiscal y facilidad de control de sus ingresos, se pasa a la tolerancia más absoluta con las clases poderosas, pues tienen sus patrimonios en múltiples escondites que las leyes les han reservado para que no los trasladen a otros países con presión fiscal más benigna o nula.

Por medio de las SICAV, los paraísos fiscales que los políticos «visitan» y los bancos de negocios que realizan todo el complejo proceso de gestión que garantiza a los evasores la total discreción y la carencia de riesgos penales. Además de que las instituciones decretan periódicas amnistías fiscales e incentivan espectaculares donativos destinados a servicios públicos de los poderosos que son parte de los impuestos que defraudan.

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