Javier Orcajada del Castillo - Bilbo

El Estado de bienestar

Los políticos que disfrutan del poder se les llena la boca hablando del «Estado de bienestar» como una realidad que beneficia a toda la sociedad a la hora de dar rienda suelta a su verborrea incontenible en elecciones.

Se trata de un exceso retórico que no responde a la realidad, salvo para una minoría para la que el Estado es la fuente de felicidad, bien por el cargo que ostentan o por los beneficios que les reporta la tolerancia con la corrupción o la evasión fiscal en sus múltiples modalidades. Pero la realidad para la inmensa mayoría de la población es que el bienestar es algo etéreo, salvo lo que reciben los altos funcionarios por sus elevados sueldos o los profesionales liberales que gozan de niveles de vida insultantes.

Aunque son pocos numéricamente respecto a la totalidad de la sociedad, representa una gran participación en el producto social al que todos contribuyen, lo que constituye una injusticia a la hora del reparto. El ejemplo paradigmático son las pensiones de jubilación: las de mayor cuantía rebasan los 2.000 euros al mes, pero aunque en conjunto computan un gran importe, son relativamente escasos los que las perciben. En cambio, la media estatal ronda los 920 euros netos, pero con infinidad miserables que no llegan a los 500 euros, que no cubren las necesidades básicas.

Pero además, la Administración mantiene con ellos una política cicatera y humillante, en cambio se muestra rumboso con los privilegiados para los que siempre hay fondos abundantes como para proclamar los beneficios del Estado de bienestar. En todo caso, conviene aclarar que gracias a la gestión de los funcionarios privilegiados el Estado de bienestar está en ruinas, aunque los poderosos contratan con entidades privadas seguros que cubren toda clase de riesgos.

Es la ventaja de percibir altos sueldos para complementar las prestaciones públicas que provee el Estado de bienestar.

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