Jesús María Aragón Samanes | Secretario general federal del Partido Carlista

El final de una pesadilla

ETA dice que se acabó, que se va, que ya se ha ido. Un poco tarde, pero bueno…; demasiado tarde en algunos casos para que la reparación a sus víctimas sea efectiva.

Una amenaza menos en nuestro horizonte vital.

ETA, un grupo de personas que se organizaron para conseguir unos objetivos políticos y que eligió la violencia como medio para lograrlos. No lo han conseguido, y a la vista de que no lo iban a conseguir han tomado la decisión de disolver la organización. ¡Bienvenida sea, bazen garaia, ya era hora!

Ante la falta de avalistas con peso específico en la opinión pública entre la que causaron sus víctimas, han recurrido a instancias internacionales como garantía de veracidad de que la decisión de disolución es firme, definitiva, y creíble.

Han reconocido el daño causado, y han pedido perdón por el mismo. Lo más correcto sería que todas las energías que emplearon al servicio de la violencia las pusieran ahora al servicio de la reparación posible de todas las víctimas, directas, indirectas, «colaterales»…, al servicio de la convivencia social; el tiempo ayudará, pero lo hará a su manera, que no es siempre, ni necesariamente, la más efectiva ni la más fructífera.

El dolor y daño causados (muertes, mutilados, heridos, secuestros, extorsiones, cárcel, torturas, estados de excepción, represión, odios, menosprecios…) no han sido fruto de alguna fatalidad sino de una decisión conscientemente tomada, por encima de las previsibles consecuencias negativas de la misma.

Ni todo el monte es orégano, ni todos tenemos el mismo grado de responsabilidad en ese daño producido por unos y padecido por la sociedad civil en su vida y afanes ordinarios, aunque esto no nos exime a nadie de la renovación diaria del propósito de dirigir nuestros esfuerzos hacia la eliminación paulatina de las injusticias que nos rodean y hacia la consecución de las condiciones sociales que faciliten una convivencia social libre, querida, justa y pacífica.

Nadie tiene ningún derecho a disponer de lo que no es suyo, la vida humana.

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