Iñigo Jaca Arrizabalaga | Hendaia

El traductor automático

La demanda de Llarena nos ha puesto en evidencia la importancia de la traducción. Si por una mala traducción, una expresión condicional se convierte en afirmativa, las consecuencias jurídicas pueden ser muy diferentes.

Sera esta noticia la que me indujo un sueño que me inquietó durante toda la noche, en él un responsable del área de sanidad de un partido abertzale de la oposición, increpaba a quienes querían reivindicar que la documentación clínica hospitalaria se escribiera en euskera, pues pretendían que esta lengua de bertsolaris, tuviera también su espacio en el ámbito científico sanitario.

«La solución será el traductor automático», gritaba el responsable, «estáis anclados en los sistemas de traducción automática estadística y estamos en la era de los sistemas de redes neuronales». En todo caso, agentes autorizados calculan que estos traductores de red neuronal tardarán 20 años en sustituir a los traductores humanos.

Entre tanto, no se exigirá la acreditación lingüística a los profesionales sanitarios. A los ciudadanos que exijan informes en su lengua, los técnicos de euskara contratados por Osakidetza, les harán las traducciones correspondientes, aunque esta mano de obra indirecta pueda gravar los costos sanitarios. Todo ello, por no exigir el requisito de euskara a los profesionales.

¿Otros veinte años más para la solución que propone este responsable? ¡Qué locura! Donde están euskaltzaindia, las organizaciones favorables a la recuperación del euskara, el pueblo vasco… Al final, en mi sueño, aparece el responsable mudo de una organización nacida para exigir el uso del euskara en la sanidad vasca. En sus manos traía un superordenador de billones de operaciones de coma flotante por segundo. El responsable también era un robot.

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