Joan Llopis

Elsa Artadi

Llegará un día que los conductores de autobús, cansados ​​y hartos, llorando, dejarán el trabajo y se irán a casa para no volver. Lo mismo ocurrirá con los camareros. En la segunda parte de cualquier partido de fútbol no podremos pedir otra cerveza. Si bien, no llorando, porque los camareros están hechos de otro talante, pero se habrán ido a casa dejando el mundo estupefacto. Los trenes se pararán y se quedarán las empresas, los comercios y todos los servicios, desiertos de gente, desolados. La gran mayoría será una multitud llorosa que volverá cansada a su casa como unas tribus marchando a la tierra de promisión. Por inútiles, los bancos tirarán el dinero a la calle sin que, indiferente, la gente no haga ningún caso, ya que no habrá nada que comprar. Los médicos no cuidarán a los enfermos. Como todo tiene una parte buena, nos libraremos de los abogados y de aquellos oficios que no hace falta nombrar, ya que se puede ir al detalle según sea el gusto, las malicias y las preferencias de cada uno. El éxodo, como señal de los tiempos que vendrán ya ha comenzado en el ayuntamiento de Barcelona con la vuelta a su casa de la alcaldable Artadi. La Generalitat de Catalunya, sin que nadie se dé cuenta, se quedará sin hacer nada. Los papeles con todas sus firmas y con sus sellos quedarán sin consecuencia alguna esparcidos inútiles por las salas y los despachos, como cuando sopla un viento fuerte que se lo lleva todo.

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