Javier Orcajada del Castillo | Bilbo

Estrategias para una guerra

Un estratega de la antigüedad explicaba a los generales persas a los que preparaba para la guerra, que la principal arma para la victoria es el dominio de la opinión pública según interese al príncipe, aparentando que es lo que conviene al pueblo. Realmente nada nuevo las estrategias de los estados modernos para lograr sus fines, pues en el Tercer Reich, el Reichminister del RMVP, Joseph Göbbels, logró que el poderoso y soberbio pueblo alemán se convirtiera al nazismo bajo el führer Hitler, quien en sus delirios declaró y perdió la Segunda Guerra Mundial.

En España, casi cien años después, los herederos de Franco quieren continuar viviendo de la Transición apoyándose en la Constitución que el independentismo catalán está ridiculizando al convocar un referéndum de autodeterminación que las instituciones y poderes fácticos del Estado han intentado reprimir por medio del juicio del Procés, que los jueces europeos han desautorizado. La sentencia lo que está provocando, es una crisis institucional sin precedentes.

El Gobierno pretende contrarrestar la imagen negativa de España en la UE por medio de una presión asfixiante y ciega sobre la opinión pública a través de los medios de comunicación que se desgañitan tratando de tergiversar el contenido de la clara y contundente resolución sobre la sentencia del Procés dirigida por el juez Marchena, que el Abogado General de la UE ha expresado opuesta a la del Supremo.

Los estrategas del Ministerio de Exteriores, del CGPJ, del CNI con todos los poderosos medios puestos en activo para influir en las instituciones de Bruselas, Estrasburgo y en los centros financieros y militares mundiales no son capaces de hacer frente al caos, a pesar de la propaganda diseñada por  los organismos oficiales, porque ni los jueces con sus extrañas sentencias, ni los altos funcionarios que no saben desenvolverse en los círculos influyentes mundiales, aciertan con una estrategia válida.

Lo peor es que a la ciudadanía todo este circo le parece ajeno, pues los problemas reales (paro, corrupción, pobreza o la creciente desigualdad) el Gobierno no le mete el diente. Como ironizaba Maquiavelo, «lo urgente no deja tiempo a lo importante».

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