Jokin Alberdi Bidaguren, profesor de la UPV/EHU y colaborador de Gernika Gogoratuz

Las «guerras» del gas: un metanero en Bilbao

La invasión de Ucrania se ha convertido en una guerra económica a escala mundial. La Unión Europea, a la vez que afronta la amenaza de restricciones por la falta de suministro, incrementa las sanciones contra el gas ruso. Mientras, el Gobierno español aumenta el gasto militar y hace gala de su capacidad regasificadora, ya que puede almacenar un tercio del total de la UE, al superpuerto de Bilbao llega un metanero británico que trae, por primera vez, gas licuado extraído en el norte de Mozambique. Ante el corte de Putin, dicen que tenemos asegurado el suministro para pasar este invierno.

Tras la crisis diplomática en el asunto del Sahara y sus consecuencias sobre el suministro de gas argelino, el Gobierno español quiere seguir jugando el papel de puerta de entrada del gas natural para Europa. Y, paralelamente, acuerda con el rey de Marruecos Mohamed VI blindar las puertas de las fronteras para evitar que lleguen las personas que huyen del hambre y de las guerras africanas. Desafortunadamente, la consolidación de la invasión de Marruecos de los territorios saharauis no es la única consecuencia del agravamiento de la «realpolitik» europea neocolonial.

Detrás del gas licuado que llega a Bilbao se esconde una guerra olvidada en el norte de Mozambique, un ejemplo más de la nueva pugna por los recursos de África y el avance de la frontera extractiva. Desde 2017, casi 5.000 personas han muerto y más de un millón han tenido que abandonar sus hogares en Cabo Delgado. Las promesas de trabajo para la juventud y de mayor bienestar han sido incumplidas, y las familias desplazadas difícilmente podrán recuperar, ni siquiera, sus anteriores humildes formas de vida. En el entretanto, la Unión Europea, a la vez que envía ayuda para evitar una catástrofe humanitaria, financia una operación militar ruandesa antiyihadista para asegurar que las multinacionales europeas puedan seguir con sus operaciones gasísticas. Parece que, mientras sigamos «calentitos» en nuestras casitas, no vamos a salir a las calles a intentar parar estas guerras.

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