Iñaki San Sebastián Hormaetxea

Orfandad política

Se diría que algo parecido a esto es lo que, con bastante estrépito, se está viviendo en Cataluña estos últimos años. Más de dos millones de votantes, probablemente los más activos y dinámicos en el conjunto de la ciudadanía catalana, parecen no pintar casi nada a la hora de decidir cómo organizarse políticamente.

A la vista de semejante fenómeno político, me surgen un montón de preguntas. Por ejemplo: ¿Qué clase de dictadura judicial es la que rige en el Estado español para que, despóticamente, un tribunal pueda decidir sobre el gobierno del pueblo… pero sin el pueblo, en una de sus nacionalidades más emblemáticas? ¿Cómo explicar, desde la distancia, la deriva de unos dirigentes catalanes capaces de lanzar a su pueblo, precipitadamente, hacia una aventura política de alto riesgo y acabar dando la espantada… algunos de ellos al menos? ¿Quién acabará pagando los vidrios rotos del conjunto de pasos en falso, ilegalidades, abusos de poder, promesas incumplidas, etc. tanto de los dirigentes soberanistas, como de los constitucionalistas españoles? ¿A dónde llevan, a la buena gente, estas dos partes enzarzadas en una dialéctica feroz, con la que tratan de devorarse los unos a los otros? ¿No queda ningún hueco, por ejemplo, para una dialógica capaz de sumar un poco de ilusión y ganas, pensando en acabar con la orfandad política de un pueblo soberano que pide soluciones?

En Euskadi seguimos de cerca la evolución de los acontecimientos, aunque con más calma y sosiego desde que vivimos en paz. Y digo esto porque seguimos buscando fórmulas, para seguir avanzando hacia el punto final de nuestra propia problemática política. Acabamos de ver, en Bilbao, la enésima gran manifestación popular en favor de presos y exilados vascos. Evidentemente, los duelos con pan son menos, pero no dejan de ser duelos. El deseo de ser más, nosotros mismos, no se sacia con el tener poquito más.

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