Mikel Arizaleta I Traductor

Papagayos

Es verdad que hay políticos, que producen vómito por su propia indecencia personal. Gente que se pasa años hablando de plaza en plaza y son incapaces de escuchar y no interrumpir al otro en una simple tertulia. Son escopetas a ráfagas, broncas permanentes. Pero también hay políticos que enseñan silencio y siembran respeto.

Al igual que hay periodistas de catecismo y trinchera, marrulleros y de baba, saboteadores de entrevistas, de quítate tú que me pongo yo, narcisistas de profesión y sabelotodos. Abundan. Pero hay algunos, muy pocos, tan pocos que no sabría nombrarles uno, que presentan la noticia limpia, descontaminada, con interrogantes y dudas, iluminada con focos distintos, capaces de retractarse ante una información mal dada, de autocriticarse (¿me estoy inventando?). De ellos se espera que informen.

Hay jueces que condenan el maltrato, la mentira, sabuesos de la verdad (raramente aparecen, ¿conocen alguno?), y hay otros que son apología togada de las malas artes, que tiñen las vistas y sentencias de roña, venganza y pus. Regueros de tortura y miseria. ¿Alguno en la Audiencia Nacional que no lo sea?

Hay gentes con las que uno se topa en la vida y recuerda al momento la frase de Erich Fried: “mejor hubiera sido que  no hubieran nacido”. Y hay florecillas, que uno descubre a veces entre harapos, arrugas, colores, arroces y paseos…, que huelen a persona con fundamento, y de las que uno queda enamorado. ¿Cuántos nos depararán los nuevos ayuntamientos?

Y hay escritores de brocha gorda, como yo, que a diario espigan noticias con sentimientos diversos: buscando comentarios jugosos, sugerentes, condenando, maldiciendo, sonriendo, traduciendo, escribiendo…, que con frecuencia  se sienten políticos de mala baba, periodistas narcisistas o jueces cargados de pus e ira.

Eso sí, jamás debe olvidarse que todo (también yo) tiene fecha de caducidad (¿menos mal? Y conviene no olvidar al inicio de una legislatura, y recordarlo de vez en cuando en la vida.

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