Psicología y sociedad
En los últimos años, y desde la irrupción de la pandemia del covid especialmente, se viene denunciando día sí y día también la fragilidad de la salud mental de la población. Cuadros de estrés, de ansiedad, depresión, trastornos varios y un largo etc. se han convertido en patologías habituales sufridas por muchos de nuestros conciudadanos y conciudadanas.
Frente a esta situación-problema, las alternativas planteadas son escasas, centrándose mayoritariamente en la denuncia de los sistemas de salud públicos por sus escasas prestaciones y asistencia en materia psicológico-psiquiátrica. No puedo estar más de acuerdo, ya que considero que la salud en cualquier ámbito es un derecho universal que debe estar al alcance de todos y no se puede mercantilizar y dejar en manos privadas.
No obstante, estas diatribas ponen el foco únicamente en el individuo. Me explico. La psicologización de estas enfermedades mentales sitúan siempre el origen del problema en la propia persona y en la evolución de su psique. Así, para tratar los cuadros de estrés o depresión se recurre muy habitualmente a la farmacopea, emulando el cuento de Huxley. De este modo, a través de la química, se trata de poner remedio y buscar la felicidad o bienestar de las personas, siempre mirando a su interior. Sin embargo, la importancia del entorno es ignorada y la responsabilidad de lo social queda reducida a la mínima expresión, culpabilizando a la propia víctima de las consecuencias de una sociedad insociable y deshumanizada que apuesta claramente por la destrucción de lo colectivo en aras de la competencia y su falso progreso.
Este modelo de psicologización, de terapias psicológicas perpetuas y de pastillas diarias, es un modelo exportado desde la cuna del capitalismo contemporáneo que pretende perpetuar un sistema social y económico que, a través de la competencia entre iguales, el aplastamiento del prójimo y la explotación del ser humano por el ser humano lleva al estrés, la depresión, etc.; todas las enfermedades que puedas imaginar y que tu psicólogo apenas podrá parchear. Por ello, además de mirar hacia dentro, ya es hora que también miremos hacia afuera y nos cuestionemos si trabajar tanto merece la pena, si aceptar acríticamente las órdenes de superiores a pesar de no compartirlas pasa factura, si pisotear a tus compañeros o compañeras para tu propia elevación te hacen sentirte mejor y más feliz o si la precariedad derivada de vivir al día tanto económicamente como laboralmente sin perspectivas de futuro es las mejor de las opciones. Si la alternativa para paliar las secuelas psicológicas de esta estructura social son los psicólogos y las pastillas, ¿No estaremos creando un ejército de dependientes, como ya se puede observar en Estados Unidos, donde una parte no desdeñable de la población está enganchada a los antidepresivos?
Permitidme un consejo: menos psicólogos y su receta química y más empatía social.