Le habían enviado un «dress code» (código de vestimenta, que se sugiere en la invitación a algunos actos) y Zelenski no transigió.

¡Enorme ofensa a un anfitrión fatuo y maleducado que buscaba iniciar la visita de su invitado con una humillación!

Obvia Trump, que el presidente de un país en guerra tiene preocupaciones más serias que la ropa que se va a poner y por si Volodymyr no se había enterado, un pelota adulador en el aprisco de periodistas, le pregunta, ¿por qué no lleva traje? ¡Inaudito!

La ropa que uno se pone es una forma (burda, pero inmediata) de definirle: convencional, alternativo, pijo, curioso, dejado, deportivo, petulante, moderno, posmoderno, pretencioso, llamativo, discreto y (desde la invasión de Ucrania) su presidente se viste en «modo guerra»...

Alguien que se pliega a la exigencia de otro y más allá de ir dignamente vestido le exige que lo haga como le ordene, rompa sus gustos y se pliegue a una disciplina mandona, se trataría como poco, de un «pusilánime» y Zelenski no lo parece, más allá de su gusto personal, busca empatizar con su gente.

Sorprende que Trump se sienta agredido y con un enfado desproporcionado (cercano al show televisivo), cuando días antes y en el mismo despacho oval, su mano derecha con camiseta serigrafiada, gorra adolescente y su hijo a hombros como si de una excursión se tratase, desafiaba con descaro, la importancia de la gestión de Trump que firmaba decretos como si no hubiera un mañana.

Zelenski se vio descolocado, pero a pesar de lo difícil de la encerrona, resistió y el «amo» quedó en evidencia, rojo de ira y lo más importante, sin la firma que le permite hacerse con su parte de tierras raras.

Es difícil no plegarse cuando se depende del fuerte, pero aunque en poco tiempo tenga que agachar la cerviz, su enfrentamiento espontáneo, le honra.

Lloraré si un día le veo a Zelenski «de traje» en la Casa Blanca... a no ser que, como él mismo adelantó, se haya firmado una acuerdo de paz.