¿Alguien cree en serio que este PP no es una banda de fachas?

La posición política de una fuerza, de un líder o de un militante es por definición relativa. Dependerá de dónde se sitúen el resto de agentes en juego. Un tarado puede parecer sensato por el simple efecto de tener a un fanático a su lado. Por supuesto, al lado de Santiago Abascal hasta Pablo Casado puede parecer un líder moderado e incluso capaz.

Quienes aman a España ven con extraña esperanza que en la moción de censura contra Pedro Sánchez el PP se haya desmarcado de su escisión fascista. Obvian que en ese mismo discurso Casado denunciaba a feministas, a quienes siguen buscando los restos de sus familiares en las cunetas y a todas las personas migrantes que no vengan en misiones de empresas multinacionales. Claro que al lado de quienes vociferan contra las «feminazis», sostienen que con Franco había elecciones libres o defienden amedrentar y agredir a personas de otras razas, Casado puede reivindicarse como la reencarnación de Konrad Adenauer. Nadie debería olvidar que hablamos del delfín de José María Aznar. Otro estadista, claro, comparado con Cayetana Álvarez de Toledo. El PP de hoy es, sin embargo, legado de aquel.

Hasta esta semana ese era el liderazgo que estaba en duda. El del PP, precisamente por la mediocridad de Casado y sus afines. Por contra, la jefatura de Vox parecía indiscutible. Ahora parece lo contrario. Cuidado con esos análisis. Si hasta ahora no habían detectado que el primer ciudadano vasco que se ha postulado para ser presidente español era en realidad un mediocre, más peligroso por ser un acomplejado que por sus principios joseantonianos, aupado mucho más por los errores ajenos y por otros intereses que por sus capacidades, no son gente cuyos pronósticos merezca la pena atender.

Efectos reales, no alivios particulares

Más allá de discursos, está la realidad política. Por ejemplo, que la moción no ha liquidado los pactos de gobierno entre PP, Ciudadanos y Vox. En España, la alianza entre franquistas, postfalangistas y neofascistas será operativa siempre que den las cuentas. Y ese riesgo es verdadero si la pandemia sigue descontrolada y a la segunda ola se le suma una crisis socioeconómica insoportable para amplias capas sociales.

A pesar de ello, se ha abierto la expectativa de que se puede llegar a acuerdos de gobernabilidad con el PP. Qué casualidad que la maniobra de Vox, los «antisistema» españoles, beneficie a quienes quieren salvar a cualquier precio el régimen del 78, al establishment. Así, se simula que el PP ha asumido el cordón sanitario a Vox, lo cual es falso. Y aún así, leyendo algunas crónicas, se da a entender que algo fundamental ha cambiado en la cultura democrática española esta semana.

En el sistema político español toda maniobra, como la creación y financiación de nuevos partidos o este tipo de intrigas, servirá siempre para centrar las cosas. Atar, centralizar, retrotraer, amarrar, o todo a la vez. Blindar instituciones y amañar mayorías en poderes antidemocráticos, desviar energías emancipadoras, dividir espacios y dificultar alianzas transformadoras, reordenar el poder económico y financiero… En resumen, privilegiar aún más a los privilegiados.

La moción puede haber salido mal para Vox y bien para la derecha española. Un proyecto político que en esencia es negacionista de la pluralidad, machista, clasista, neoliberal y opresivo. Tampoco está claro hacia donde decanta el debate a esa masa social, tan basta y tan reaccionaria, que conforma la base del trifachito.

Otra nación, otras preocupaciones, pero reales

Las sesiones en Madrid han reflejado, entre otras muchas cosas, cómo discurren en paralelo los carriles centrales de las sociedades vasca y española, lo divergentes que son. La postura de PNV y EH Bildu es inteligente y responde a la cultura democrática y a la correlación de fuerzas que existe en la sociedad vasca, donde toda la derecha española es minoritaria y menguante.

Con todo, la pandemia está siendo muy dura aquí y la crisis puede activar valores egoístas, pulsiones xenófobas y una agenda reaccionaria. Poco tendrá que ver con la de la ultraderecha española, pero puede mover a la sociedad hacia posiciones más injustas, autoritarias y reaccionarias. Quienes aman a Euskal Herria deberían prever y prevenir esa tendencia. Para eso, sin tomar a Madrid como referencia, hay que atender las necesidades de la gente, ser cooperativos y defender activamente los valores de la solidaridad y la justicia.

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