Con una mentalidad de búnker, escondido en la Casa Blanca, con alguna escapada para jugar al golf y tuiteando compulsivamente, Donald Trump sigue desafiando la victoria de Joe Biden. Su esfuerzo por subvertir los resultados de las elecciones se ha hecho explícito e inconfundiblemente claro, ahondando en una crisis grave aunque a cámara lenta. Ya no se limita a presentar demandas falsas en los tribunales; estos últimos días han confirmado públicamente que ahora está tratando de anular directamente los resultados y la voluntad del pueblo estadounidense presionando a legisladores republicanos en varios estados para que nombren a electores que voten por él en el Colegio Electoral en lugar de Biden.

El hecho de que sea casi seguro que Trump no logrará permanecer en el cargo después del 20 de enero no hace que todo ese intento sea menos alarmante. No hay precedentes en la historia pero, a medida que sus posibilidades se reducen y los plazos se acercan, sus intentos cada vez más extremos de robar las elecciones y subvertir el voto popular se vuelven más peligrosos. Esta es la paradoja que define el momento político en Estados Unidos.

La situación se está tornando perfecta para que un populista autoritario con más talento político, más calculador, refinado e inteligente se postule en 2024 e intente aprovechar el trumpismo, sin Trump. No será tan torpe ni vulnerable y, seguramente, no durará una sola legislatura. Aunque Trump no tenga éxito en su intento de robo, está revelando las debilidades del sistema para favorecer ese futuro. El mensaje de las elecciones de EEUU no es que Trump perdió y Biden triunfó. La clave es que un político que en el fondo es torpe perdió, pero el resto de su partido ha afianzado por completo su poder sobre todas las demás ramas del gobierno. Las piezas se están alineando para que un populista de derecha extrema más inteligente asuma el cargo en 2024. Y los republicanos, todos, están pensando en ello, convencidos de las posibilidades relativamente ilimitadas de una autocracia made in USA.