El comercio internacional en la encrucijada

La imposición de barreras arancelarias a las mercancías procedentes de otros países continúa alimentando las tensiones comerciales en todo el mundo. Si los aranceles a las importaciones de acero y aluminio en Estados Unidos establecidos por el Gobierno de Donald Trump soliviantaron a los países de la Unión Europea, ahora han sido los promulgados a la importación de productos tecnológicos, principalmente chinos, los que han provocado una respuesta simétrica por parte del Gobierno de Pekín que ha optado por elevar los aranceles a ciertos productos agrícolas. Al mismo tiempo que China recurría la decisión estadounidense a la Organización Mundial de Comercio, anunciaba nuevas medidas para continuar con la apertura de su economía.

La valoración más extendida es que los nuevos aranceles resultarán perjudiciales para la economía y el empleo en todo el mundo. Es evidente que tendrán consecuencias, pero también conviene situarlas en sus justos términos. El libre comercio no es tan libre como habitualmente se suele describir. La Organización de la Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (Unctad) ha establecido hasta 16 grupos de normas que utilizan los países como barreras comerciales no arancelarias. En ellos se incluyen desde requisitos sanitarios o medioambientales hasta restricciones a la distribución. No todos ellos son necesariamente inapropiados o ilegítimos, pero a menudo se utilizan para condicionar los flujos comerciales. El famoso escándalo de los vehículos diesel manipulados por Volkswagen muestra la envergadura de esas barreras no arancelarias y también las trampas que se hacen para superarlas. En este sentido, son los países en desarrollo los que padecen en mayor medida las consecuencias de este injusto sistema.

La retórica del libre comercio es simple y comprensible, pero esconde un sistema terriblemente desigual. La lucha por la supremacía de las dos mayores potencias comerciales puede terminar por destruirlo.

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