El tiempo y la perspectiva necesarias para recomponerse

Vista desde el respeto y la solidaridad, pero caducada la fascinación que provocó el frenético otoño pasado, la política catalana mantiene un pulso muy debilitado por la represión. Se percibe profundamente afectada por el desvanecimiento de la unidad, la dispersión del liderazgo compartido y la falta de claridad estratégica en el bloque independentista y democrático, así como por un ventajismo obsceno por parte del unionismo autoritario. También, aunque en otra medida, por parte del unionismo democrático, que acepta dialécticamente la existencia de un estado de excepción encubierto, de presos políticos y exiliados, que denuncia la implosión del estado de derecho y una falta lacerante de democracia, pero que luego en la práctica asume esta excepcionalidad normalizada.

En cierta medida, la figura del president Puigdemont es lo que mantiene la altura del momento histórico, pero los problemas políticos e incluso logísticos de liderar desde el exilio son evidentes. Su gran ventaja es el carácter disruptivo de sus decisiones. Su último intento por recuperar ese pulso, nombrando a Quim Torra como candidato a president, ha provocado al menos un resurgir del debate político sobre cómo gestionar el capital político acumulado en estos seis años. La idea del proceso constituyente, a la que el candidato dio ayer gran relevancia en su discurso, era un elemento vertebrador entre las diferentes familias políticas antes de la declaración de la República y del artículo 155. Iba más allá incluso del bloque independentista, dentro de la estrategia de decantación para superar el 50%.

En todo caso, está por ver si finalmente Torra se convierte en president y puede reconstruir desde las instituciones una estrategia común. La reconstrucción de la estrategia popular, movilizadora y plebiscitaria no dependen solo del president –sea el que sea, los nombres no importan–, del Govern o de las instituciones, aunque pueden ayudar. Aceptar que algunos dogmas han resultado funcionales para llevar el proceso hasta este punto pero que hace tiempo que son un lastre no es fácil, pero parece necesario para poder avanzar.

Desde la perspectiva del independentismo vasco, debido a su vivencia antirrepresiva, una parte importante sigue sin entender del todo qué pasó con la candidatura de Jordi Turull y su fracaso a pocas horas de ser encarcelado por el juez Llarena. Es evidente que en estos momentos en Catalunya no hay muchos políticos dispuestos a asumir las consecuencias de aceptar estas responsabilidades y amortizar a los que sí lo están resulta complicado de explicar y comprender. Tampoco es grave: el respeto no implica estar de acuerdo. De hecho la discrepancia es señal de respeto.

Pasado el momento hace falta tiempo

Para estas alturas es evidente, al menos desde la perspectiva vasca, que ni la rendición va a saciar a los poderes del Estado español. Es inmisericorde y su estrategia pasa por la eliminación civil y política del adversario, por la anulación de los interlocutores y por la toma del poder aunque sea de la forma más antidemocrática. Sabe, porque lo ha probado en Euskal Herria, que esa estrategia solo le hace ganar tiempo y que, aunque a la larga le debilita en términos partidarios, conjugada con una estrategia de miedo, división y rehenes, puede ofrecerle un renovado equilibrio entre bloques suficiente para poder mantener el statu quo durante otro periodo.

El independentismo vasco quizás no esté para dar lecciones, y la experiencia acumulada debería evitar esquemas de fascinación y paternalismo mutuo. Ni la «vasquitis» ni la «catalanitis» han realizado grandes aportaciones a los procesos de liberación de ambos pueblos. Pero es evidente que el independentismo catalán necesita sacar sus propias conclusiones y que, hasta el momento, le están aplicando las mismas estrategias antiinsurgentes que se han aplicado durante décadas en Euskal Herria. Eso sí, adaptadas al momento y al lugar. Hay más paralelismos: ambos procesos de emancipación han logrado éxitos políticos, parciales pero significativos, cuando han roto el esquema prefijado, cuando han tenido la suficiente cintura política y la perseverancia necesarias para imaginar nuevos caminos, proponer alternativas y mostrar toda su inteligencia colectiva frente a la imposición y el delirio autoritario español.

En Euskal Herria la paciencia estratégica es un término recurrente. Además de vacunar contra la ansiedad paralizante, permite acumular el capital político que no se ha podido rentabilizar en cada momento histórico.

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