En el umbral de otra guerra en el Cáucaso

Armenia y Azerbaiyán están en el umbral de la guerra. Otra vez, una vez más, con Nagorno-Karabaj por medio. Un conflicto lejano, casi olvidado, básicamente congelado durante los últimos veinte años, que está en un cruce de enfrentamientos e intereses geopolíticos. En una región, el Cáucaso, donde históricamente las grandes potencias han pasado por encima de los cálculos de las fuerzas autóctonas. Cristianos y musulmanes de mayoría chií; recursos naturales; rusos, turcos y persas... No están lejos el oleoducto Bakú-Tiblisi-Ceyhan, la vía ferroviaria Bakú-Tiblisi-Kars, el conocido como Corredor de Gas del Sur, que suministra a Europa desde el mar Caspio. La región y la situación son muy volátiles. Y los choques militares podrían perfectamente adquirir proporciones mayores con consecuencias impredecibles.

Armenia nunca ha reconocido oficialmente la independencia de Nagorno-Karabaj, pero ha defendido con dinero y armas a las autoridades de la autoproclamada República de Artsaj que lo gobierna. Rusia, aliada tradicional de la Armenia cristiana, garante del precario alto el fuego, no ha dudado en vender armas a ambos bandos. Al otro lado de la línea del frente, Turquía apoya al Azerbaiyán musulmán, un país de habla túrquica y muy rico en energía. Las tensas relaciones turcorrusas, envenenadas en Siria, enfrentadas en Libia, han encontrado un nuevo escenario, potencialmente muy peligroso para ambos. Porque una guerra total entre Armenia y Azerbaiyán sobre Nagorno-Karabaj no sería un guerra entre dos países, arrastraría a las potencias globales y regionales.

Nagorno-Karabaj era un conflicto congelado, un volcán  dormido que podía entrar en erupción. Ya estamos ahí. Cualesquiera que sean las responsabilidades y motivaciones de cada bando, se necesita urgentemente una diplomacia internacional seria, rápida y operativa. Y cruzar los dedos para que todos jueguen sus cartas con precaución.

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