Entre países soberanos no hay lugar para la coacción
EEUU incautó el miércoles un petrolero frente a la costa venezolana en un acto de piratería manifiesta que vuelve a escalar las tensiones en la región, creadas a conciencia por la Administración Trump. Sigue siendo complicado pensar en una intervención militar abierta, porque las señales son contradictorias –los obstáculos a la exportación de crudo fueron mucho peores en su primer mandato–, pero el nivel de injerencia es intolerable. Es absolutamente indiferente la opinión que se tenga sobre el Gobierno de Caracas, el venezolano es un pueblo soberano mayor de edad que debe decidir su futuro en paz y sin intromisiones.
La escenografía se completó ayer con la aparición pública de la Nobel de la Paz María Corina Machado en Oslo. Para sorpresa de nadie, aplaudió los ataques estadounidenses contra su país. Premiar a una líder política cuyos pronunciamientos abiertamente golpistas son explícitos y públicos no hace sino socavar, todavía más, el cuestionado prestigio del galardón.
El repliegue estadounidense amenaza de forma particular a América Latina, sobre la que Washington pone sus ojos con el objetivo de volver a convertirla en su «patio trasero». Está escrito en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, con la que persigue «restaurar la preeminencia estadounidense en el hemisferio occidental y proteger nuestro territorio y nuestro acceso a zonas geográficas clave en toda la región». Anuncia una mayor presencia militar, defiende el uso de la fuerza y remata: «El hemisferio occidental alberga numerosos recursos estratégicos que Estados Unidos debería explotar en colaboración con sus aliados regionales». Venezuela tiene las mayores reservas petrolíferas del mundo. Las cosas no siempre son mucho más complicadas de lo que parecen.
Es probable que los ataques escondan un planteamiento negociador. Trump es un contumaz practicante del juego de la gallina y suele funcionarle. Presiona fuera de toda medida y se presenta como impredecible para obtener cesiones de otra manera impensables. Europa es testigo y víctima por elección propia. Pero las relaciones entre pueblos soberanos no pueden basarse en la amenaza y la coacción.