La banda marrón muestra un frágil modelo forestal

Una enfermedad llamada banda marrón está afectando a las plantaciones de pinos insignis de nuestro país. Se ha propagado sobre todo por los montes de Gipuzkoa y Bizkaia donde predomina el monocultivo de estas coníferas. El llamativo color del hongo ha extendido la preocupación más allá del sector forestal y de los naturistas, alcanzando al conjunto de la sociedad, cada vez más sensibilizada con las problemas medioambientales.

En este momento el modo de enfrentar esta enfermedad se ha convertido en el principal caballo de batalla. La Administración vasca apostaba por un tratamiento aéreo con óxido cuproso, pero esta opción ha sido prohibida por Madrid, básicamente por los daños colaterales que provocaría. A pesar del revés, Gobierno de Lakua y diputaciones siguen en sus trece y han recurrido, al tiempo que plantean un tratamiento terrestre con ese mismo producto, algo que ahora anuncian como más efectivo, lo que lleva a preguntarse por qué no se propuso desde el principio. De todas maneras no terminan ahí los sinsentidos. El óxido cuproso es un tratamiento preventivo, con lo que de poco sirve para los pinos ya enfermos: su utilidad se limita a evitar el contagio de los sanos. Es por ello que el propio presidente de Baskegur aseguró en una entrevista que harían falta tres fumigaciones anuales durante 35 años para acabar con la plaga, lo que da una dimensión al tratamiento fuera de toda lógica no solo por la contaminación que provocaría, sino también por el enorme costo que tendría.

En estas circunstancias, toda esta historia del óxido cuproso suena a maniobra del PNV –máximo responsable institucional– para calmar los ánimos en el sector forestal y ganar tiempo. Con todo, la evidencia apunta a que el verdadero problema es el monocultivo de insignis que no ha demostrado ser una madera económica y socialmente rentable ni medioambientalmente sostenible. El debate sobre otro modelo forestal resulta ya inaplazable.

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